Montiel de Arnáiz

La realidad y la fricción

Leí ayer en Twitter una cita de Paul Auster que me arrastró a otra de Agustín de Hipona, apostada al comienzo de un poemario de mi tocayo García-Máiquez

Montiel de Arnáiz
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Leí ayer en Twitter una cita de Paul Auster que me arrastró a otra de Agustín de Hipona, apostada al comienzo de un poemario de mi tocayo García-Máiquez. Las sucesivas sentencias hablan de si las cosas son porque las vemos, o si las vemos porque son; es decir, artificios de magos de entretiempo, también tenidos por poetas.

La realidad supera la fricción, ese escozor por el que aprehendemos cicatrices a base de errores, fallas y lamentaciones. Quizá sea por eso que el día a día nos siga sorprendiendo como el primer amor: la plebe –o sea, nosotros, sans-culottes venidos a más– está colmada de paciencia, ahíta de bocados de realidad. Cada día, calibramos nuestros valores, reseteamos la moral, anotamos en la Moleskine vital las afrentas judiciales de cada semana, aplaudimos o abucheamos las condenas y las absoluciones según convenga, en función de en ojos de quien nos lloremos reflejados.

Dramatis Personae: La tuitera faltona con nombre de profetisa, el yerno empalmado en la percha, la rematada esposa coleccionista de Jaguars. Son solo tres ejemplos de lo que vengo hablando –¡malditos, Auster y Máiquez!–; papeles evocadores de la génesis de nuestra realidad, recién enervada (con guante de seda o malla de acero) a base de injusticias.

Este país pendenciero acabará explotando en la cara de la realidad –es decir, en su propio rostro– y pedirá explicaciones –¿guillotina mediante?– a tanta ineptitud, por tanta corruptela. Nos deleitamos en un código penal kafkiano e irreal, desproporcional, hecho de retales y arreones, fruto de oportunismos fatuos y livianas mayorías. Bien pensado, nos ofrece la certeza de que la realidad es, sin serlo. O sea. Una suma de reflexiones vespertinas, apenas apuntadas por el clamor de la indignación, vibrantes espejos que reflejan contradicciones: las que ofrece un alcalde ateo que media en una guerra sin perdón entre obispos y feligreses, el político en la picota que anuncia un tranvía fantasma que nunca cumple plazos ni horarios, o los otrora indignados que eluden la responsabilidad política de aquellos a los que poco antes señalaban con el dedo acusador. Lo que decía, que a veces la realidad supera la fricción, y otras veces, también, es creada por los que la ven, como decía el de Hipona.

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