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La última caída del «alcalde de América»

Alcanzó la categoría de héroe tras los atentados del 11-S en Nueva York. Ahora, Giuliani parece un bufón de la corte del presidente Trump

Javier Ansorena

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Donald Trump es como una antorcha: el que se acerca mucho a ella brilla, pero también corre un riesgo alto de salir en llamas. Los 16 meses de su presidencia han creado y quemado personajes a un ritmo vertiginoso: el ex secretario de Prensa Sean Spicer , el ex jefe de Gabinete Reince Priebus , el ex asesor de seguridad nacional Michael Flynn, el ex estratega jefe Stephen Bannon o el ex secretario de Estado Rex Tillerson han llenado titulares durante su servicio a Trump antes de acabar calcinados, y algunos, como el ex director de comunicación Anthony Scaramucci, en cuestión de días.

El último caso podría ser el de Rudy Giuliani , un político que tuvo aspiraciones reales a convertirse en presidente de EE.UU. después de ser el alcalde de Nueva York durante los atentados del 11-S y que ahora se percibe como el último bufón de la corte de Trump. El multimillonario neoyorquino lo fichó para engrosar su equipo de abogados ante la intensidad de batallas legales que enfrenta: las más acuciantes, el controvertido pago de 130.000 dólares justo antes de las elecciones a una estrella del porno, Stormy Daniels, para comprar su silencio por un supuesto romance y las investigaciones del fiscal especial Robert Mueller sobre el supuesto complot con Rusia en las elecciones y el entorpecimiento a la acción de la justicia.

Giuliani fue uno de los primeros republicanos que se subió al barco de Trump en las elecciones y el presidente valora ante todo la lealtad. Pero en un mes como parte de su equipo legal ha acumulado apariciones polémicas en la tele, declaraciones contradictorias y afirmaciones que podrían poner a Trump en mayores problemas legales. En una entrevista en Fox, Giuliani se desmarcó diciendo que Trump había pagado a su abogado, Michael Cohen, el dinero que este entregó a Stormy Daniels para silenciarla. La intención de Giuliani era negar que se trataba de fondos de la campaña electoral, pero la nueva versión pilló a la Casa Blanca y a Trump, que había negado conocer ningún pago, con el pie cambiado. Hasta el presidente salió a desmentirle: «Empezó ayer, ya se sabrá mejor los hechos», dijo. En otra entrevista, defendió que Trump no testificara ante Mueller -como ha dicho que está dispuesto a hacer- y pareció llamar «loco» al presidente por ello.

Si la aparición de Giuliani es una nueva treta de Trump para enturbiar las aguas y aumentar el ruido mediático, la jugada es un éxito. Pero el papel de Giuliani -entre portavoz, abogado y estratega- es el penúltimo golpe a la credibilidad de un político que en su día fue considerado «el alcalde de América». En las últimas semanas, Giuliani ha sido el hazmerreír en EE.UU . por su lengua desbocada y sus incoherencias. Los programas satíricos se han frotado las manos con un Giuliani que con la edad -tiene 73 años- parece en pantalla una caricatura de sí mismo, con la mandíbula como un mascarón, la dentadura impostada y los ojos hundidos. Casi nadie ya le toma en serio.

Lucha contra la mafia

Todo lo contrario que en septiembre de 2001. Con los escombros de las Torres Gemelas humeando, Giuliani fue el primero en ponerse una mascarilla y estar al pie del cañón, coordinando la evacuación de la zona, colocándose la ropa del personal de bomberos, apareciendo cada día en la televisión con ánimos a la población y con promesas de que la ciudad se sobrepondría a la tragedia. Mientras el entonces presidente George W. Bush volaba en el «Air Force One» y el resto del Gobierno se refugiaba en un búnker bajo la Casa Blanca, Giuliani estaba a pecho descubierto en la Zona Cero. EE.UU. necesitaba un héroe al que agarrarse ante el mayor ataque terrorista de su historia y encontró a Giuliani. Fue «Personaje del año» para la revista «Time» en 2001. Al año siguiente, Isabel II le nombró caballero honorario. Los medios repetían que fue «la personificación del coraje».

Los atentados fueron, sin embargo, una tabla de salvación para su carrera política. Se convirtió en alcalde de Nueva York en 1993, con la promesa de mano dura contra el crimen que asolaba la ciudad, después de haber metido en cintura a la mafia como fiscal general. Ganó notoriedad en todo el país con su estrategia de «Cristales rotos», una teoría que defiende que si se deja de perseguir las pequeñas violaciones contra la ley es más difícil combatir los crímenes de mayor gravedad. Llenó la ciudad de policía, se multiplicaron los arrestos y ganó la reelección en 1997. Desde entonces, su popularidad fue cuesta abajo: la mano ancha de la Policía se tradujo en brutalidad policial, redujo los subsidios a la población necesitada y saltaron escándalos amorosos. Antes de que los terroristas estrellaran sus aviones contra las Torres Gemelas, su aprobación era muy baja y retiró su candidatura para el Senado (aunque lo relacionó con la lucha contra un cáncer de próstata).

Dejó la alcaldía de Nueva York en diciembre de 2001, y utilizó su reacción a los atentados como una forma de impulsarse hacia la Casa Blanca (en EE.UU. se bromeaba de que nombraba el 11-S en cada discurso). El sueño presidencial le acompañó desde la adolescencia y no iba desencaminado cuando a comienzos de los 80 se convirtió en el vice fiscal general más joven de la historia de EE.UU. En 2006, era el político más popular de EE.UU. y se presentó a las presidenciales de 2008. Al comienzo de la campaña, lideró las encuestas, pero fallos estratégicos y revelaciones sobre su gestión de la alcaldía de Nueva York le impidieron ganar las primarias. Ahora, Giuliani disfruta una vez más de una exposición mediática en la que se regodea,pero con la urgencia de quien sabe que no durará mucho.

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