El ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi
El ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi - AFP

De las fiestas «bunga, bunga» al coqueteo con la mafia, la herencia que Berlusconi deja a los italianos

El ex primer ministro italiano, operado del corazón este martes, ha dejado un legado polémico tras dos décadas en el poder

MADRID Actualizado: Guardar
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Italia nunca fue un país fácil, pero las dos décadas de poder de Silvio Berlusconi llevaron esa afirmación hasta sus últimas consecuencias. El ex primer ministro italiano, operado del corazón este martes, vive sus horas más bajas después de saborear, durante casi dos décadas, las mieles del poder. «En Italia, la situación política es grave, pero no seria», afirmó en una ocasión Ennio Flaiano. El novelista, periodista y guionista de confianza del director Federico Fellini no se equivocaba: aupado al poder tras los escándalos políticos de 1992, protagonista de fiestas «bunga, bunga», vinos compartidos con Putin y coqueteos con la mafia, el mandatario cedió las riendas del país en noviembre de 2011, con la crisis económica en su cúspide.

Mario Monti, tecnócrata y excomisario de Competencia de la Unión Europea, recogió el testigo esgrimiendo la pertinencia de aplicar reformas.

Mucho han cambiado las cosas desde entonces. Tras las elecciones generales de 2013, cuando el Partido Democrático obtuvo la mayoría de votos pero no pudo formar Gobierno, la posterior sucesión de gabinetes de esa formación —formación curiosa, amalgama tanto de excomunistas como de ex demócratas cristianos— parece haber encontrado cierto equilibrio gracias a la gestión del primer ministro Matteo Renzi, que ostenta el cargo desde febrero de 2014. ¿Qué quedará de Berlusconi? Retratada por un cine y una literatura siempre atenta a los vaivenes de su sociedad y clase política, lo cierto es que su huella tardará en borrarse. Si el neorralismo captó los años difíciles que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial, si la filmografía de Fellini recogió la decadencia moral que acompañó a la riqueza económica de los 60 y las películas de la década de los 70 mostraron las tensiones de los «años de plomo», los actuales directores en boga no han dudado en tomar ese testigo y diseccionar el «berlusconismo», manteniendo siempre un diálogo con sus antecesores. Un ejemplo que también sirve para los libros.

La otra «dolce vita»

«¿No lo entiendes? Los tiempos del ridículo han pasado, están muertos, enterrados. Se fueron para siempre con el viejo milenio. El ridículo ya no existe, se ha extinguido como las luciérnagas. Nadie hace ya el ridículo, menos tú, en tu cabeza», reprocha Paolo Bocchi, un cirujano cocainómano, a su amigo escritor, Fabrizio Ciba. El fragmento extraído de «Que empiece la fiesta», la aclamada novela publicada por Niccolò Ammaniti en 2011, solo es una cita del entramado de denuncia, en tono humorístico, que cruza sus páginas. Ciba ha alcanzado el éxito, pero sufre bloqueo creativo y su ética es cuestionable. Una ética a la que finalmente renuncia, cuando acepta la invitación del magnate Sasà Chiatti a una fastuosa fiesta «berlusconiana» en la Villa Ada de Roma. En ese momento, su único temor consiste en emborronar «su imagen de intelectual comprometido», «de escritor de izquierdas». Aunque al final nada importa. Tras una sucesión de acontecimientos disparatados, Ciba birla a un escritor muerto su novela y decide ennoviarse con una modelo, renunciando al amor de una cantante de pop cristiano que ha abandonado a su suerte.

Aunque comparten rasgos, el carácter cínico de Ciba supone un paso más allá frente al desencanto de Jep Gambardella, protagonista de «La grande bellezza» (Paolo Sorrentino, 2013). Gambardella, periodista, sesentón y dueño de un ático junto al Coliseo de Roma, pasea por las calles de la capital harto de superficialidad, de amigos que reivindican cierto izquierdismo con una hipocresía imposible, de artistas contemporáneos que hacen «perfomances» más bien ridículas. En cierto modo, sus peripecias recuerdan a las de Marcello, personaje principal de «La dolce vita» (Federico Fellini, 1960), aunque la textura de cada filme revela las diferencias entre ambos periodos: si Marcello padece las contradicciones de un país gobernado por la Democracia Cristiana pero disoluto, un país que disfruta de una bonanza económica que ha visto desaparecer los valores morales, Gambardella sufre porque lo hortera ha invadido el clasicismo y la belleza de Roma, al igual que él ha abandonado su vocación literaria por un periodismo más bien superfluo.

Más allá de novelas y películas, analizar la impronta que el «berlusconismo» ha dejado en la sociedad italiana todavía resulta difícil. Anécdotas puntuales sí sirven para conocer el dolor de algunos ciudadanos ante un país que consideran en decadencia. En mayo de 2011, el director de orquesta Riccardo Muti pidió a los intérpretes de la ópera «Nabucco» de Verdi que repitiesen el «Va, pensiero», cuya letra lamenta «¡Oh, mi patria, tan bella y destruida!». Berlusconi, asistente a la representación y por entonces aún primer ministro, tuvo que soportar un bis cargado de crítica hacia su gestión.

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