La playa de La Barrosa, un escenario de novela
La playa de La Barrosa, un escenario de novela - efe
relato

Los veranos de las «piedras brillantes»

Recuerdo los estíos a través de los libros que me han acompañado durante los mejores momentos de mi vida

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Si algo tienen en común mis veranos, al margen de edad, circunstancias personales y ubicación son los libros. El parón estival ha propiciado siempre la disponibilidad de horas libres para hacer lo que me plazca. Y que mayor placer que la lectura al refugio de la sombra en mi casa de Madrid, bajo los rayos de sol de Chiclana o en las cafeterías y parques de las ciudades extranjeras a las que he viajado. Por ello, en este relato de verano repasaré distintas vacaciones a través de aquellos libros que más me han marcado.

La afición por la lectura nació en los verano de mi niñez con los tebeos comprados por mi padre y los «viejos» heredados de mis hermanos mayores.

Zipi y Zape, Mortadelo y Filemón o 13, Rue del Percebe con olor a sal, arena entre las páginas y amontonados bajo piedras para evitar que volaran con el viento de Levante. La infancia marinera de La Barrosa fue también el germen de inspiración de cuentos infantiles que nacerían muchos años más tarde. En 2013 se publicó «Teresita y las piedras brillantes» del escritor chiclanero Jesús Romero, que narra la historia de una niña de ciudad que viaja a conocer el mar por primera vez.

Recuerdo especialmente aquel fin de semana sola en Madrid con todos mis amigos desplazados a la costa en el que devoré durante noche y día «Travesuras de la niña mala» de Mario Vargas Llosa. Una obra genial, tremendamente romántica e irónica con la que viajar por diferentes capitales sin salir de casa.O aquel julio en el Elephant House de Edimburgo, donde aprendía gramática inglesa con escritores ilustres como Sir Arthur Conan Doyle gracias a su «The hound of the Baskervilles».

O aquellos soleados agostos de adolescente en los que descubrí el «cubanismo» de mano de Cabrera Infante y sus «Tres tristes tigres». O cuando buceé en obras maestras de la literatura como «Cien años de soledad» de Gabriel García Márquez, «Pedro Páramo» de Juan Rulfo o «Rayuela» de Julio Cortázar, entre mis favoritos. Es imposible olvidar los libros que acompañaron los veranos decisivos de mi vida. Como las páginas de «Crimen y Castigo» de Fiodor Dostoievski en el caluroso verano en que nació mi primera hija o la deliciosa «Gabriela, clavo y canela», de Jorge Amado, en las semanas de preparativos de mi boda.

Los viajes también se escriben través de las obras literarias. Barcelona de la mano de «The Music of Chance» de Paul Auster, la Costa Azul entretenida con «La Reina del Sur» de Pérez Reverte, Salamanca en sueños con «Niebla» de Miguel Unamuno, recorrer Nueva York con «Los renglones torcidos de Dios» de Torcuato Luca de Tena dentro del bolso o admirar el Oceáno Atlántico desde la toalla con «Historia de la isla de Sancti Petri» de Javier A. Richard en las manos.

Comienzo el actual verano con varias obras pendientes repartidas entre el «e-book», la aplicación recién descubierta Scribd y las adquisiciones en papel de la feria del libro. En agosto trataré de recuperar el tiempo que tantas ocupaciones han privado a la lectura. Ante mí se abren las páginas de «Hombres buenos» de Pérez Reverte, «Mujeres» de Galeano y como no, en el año de la santa, «Teresa de Ávila y la España de su tiempo», de Joseph Pérez.

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