María Vicenta Reyero, en su centenario, en 2014
María Vicenta Reyero, en su centenario, en 2014 - Itziar Reyero

Una vida centenaria de entrega al prójimo en la capital

María Vicenta Reyero ha sido el alma auténtica de las Damas Apostólicas de la calle Santa Engracia, una institución de la obra social entre los madrileños

Madrid Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Cuando se bajó del autobús en Madrid aferrada a su pequeña maleta de enseres personales, María Vicenta Reyero era una muchachita de 14 años que apenas levantaba un metro cuarenta sobre el suelo y que se había pasado toda la noche llorando por la añoranza de dejar a su familia, en su pueblo natal de Santa Olaja de la Varga, en León. Su padre le había acompañado a la estación para cumplir su deseo de entregarse a una vida plena de servicio a los demás en la casa de las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón de Jesús que Luz Casanova acababa de fundar en la capital. Era 1928. Y desde entonces, María Vicenta se convertiría en el alma auténtica de la nave nodriza de Santa Engracia, una de las instituciones de obra social más reconocible de Madrid.

En su comedor social comen todavía hoy 180 personas diarias. Y la casa es cobijo, con la ayuda del Ayuntamiento, de una veintena de mujeres con sus hijos.

Obró, en su evangelio cotidiano, el milagro de los panes y los peces.

Pero eso es ahora, porque cuando María Vicenta entró como novicia bajo el manto de la fundadora, repartían 700 raciones al día. El único presupuesto social era la solidaridad de familias y empresas que aportaban lo que podían. Luz Casanova, hija de una familia aristócrata de Avilés, había creado su red de solidaridad. Y María Vicenta se encargó siempre de multiplicar lo cosechado, sobre todo en los tiempos hambrientos de la posguerra. Aquella mujer de claro carácter y pies ligeros obró, en su evangelio cotidiano, el milagro de los panes y los peces. Una carretilla en el bonito patio de la casa de Santa Engracia es testigo de sus andanzas a pie por toda la capital recogiendo la comida y bienes de necesidad que sus benefactores anónimos entregaban y que ella negociaba en el estraperlo para ayudar a más.

Las apostólicas del Sagrado Corazón levantaron hasta sesenta escuelas por todos los barrios de Madrid. En ese legado de solidaridad se han formado generaciones enteras que le brindaron a María Vicenta un cálido homenaje en su centenario, en 2014. Muchos de aquellos niños la recuerdan hoy con su delantal de rayas azules ayudando de comer a los pequeños y regañando a los chiquillos más mayores que habían roto un cristal jugando al balón.

En los cuarenta reclutó a Antonio, uno de los muchachos al que dio de comer. «Repartíamos leche y comida por todo Madrid. Ella sabía siempre quién lo necesitaba y llamaba (no dejó nunca de hacerlo) a todo aquel que podía ayudar», dice, emocionado y «agradecido» de haber sido el escudero de una «mujer infatigable».

María Vicenta Reyero murió en la madrugada de ayer, a punto de cumplir 103 años. Hasta el final conservó esa mirada redonda y cálida que delataba de ella su infinita inteligencia y bondad. Su espíritu era sencillamente bueno. Su profundo compromiso contra la desigualdad y su oración de la novena de Jesús le ayudaron a salir de los apuros. La suya ha sido una vida de «fe cristiana de ojos abiertos», testimonian sus hermanas apostólicas. «Ella será santa por aclamación popular», aseguran.

Ver los comentarios