La «juerga» ilegal en las viviendas turísticas: «Podéis hacer despedidas de soltero, fiestas de 24 personas... sin problema»

Dueños de fincas y pisos hacen sus negocios ilegales con quienes alquilan estos espacios para saltarse los vetos a las reuniones sociales por el Covid-19

Policías municipales irrumpen en una fiesta ilegal en un piso, el pasado fin de semana POLICÍA MUNICIPAL

Cris de Quiroga

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Unos minutos de buceo en una afamada web de anuncios bastan para dar con el lugar ideal para olvidar la pandemia y sus restricciones. Más de seis personas y reuniones entre medianoche y hasta las 6 horas . El teléfono se descuelga rápido. «Máximo podéis ser 24 personas y tendríais el complejo íntegro. Ahora me escribes un Whatsapp y me dices número de plazas que quieres y fecha de entrada y salida», contesta el propietario de una finca a poco más de una hora de Madrid. Las prohibiciones se esfuman a la hora de hacer negocio.

Cuando el interlocutor duda —«¿Y el tema de las restricciones, el “toque de queda”...?»—, él no. «Hemos hecho despedidas de soltero, fiestas, eventos... Sin ningún problema . Siempre digo que a partir de las doce se metan dentro de la sala de fiestas». Añade que «las casas no están pegadas, no son adosados», así que no hay vecinos a los que molestar. Y se arranca a detallar los atractivos del domicilio: nueve habitaciones, cuatro baños, barbacoa exterior, zona de aparcamiento, porche trasero con terreno, una barra con grifo de cerveza. Una noche son 35 euros por persona .

El jaleo nocturno también se alquila en la capital. «¿Que si hay alguna fiesta en los pisos turísticos ? Madre mía...», responde a ABC el presidente de la asociación vecinal de Sol-Las Letras, Víctor Rey. «Un par de personas alquilan un piso por 80 euros la noche y meten a 15, 20 personas», cuenta sobre un comportamiento que persiste pese al endurecimiento de las restricciones sanitarias. Habla de varios casos en la calle de Atocha, Arrieta, Princesa, Cruz, Prado, León... «Es lo cotidiano; jueves, viernes, sábado. En las últimas semanas se ha incrementado de manera exponencial. Avanzaríamos más si te digo en qué calles no», bromea. El humor es la única escapatoria.

Mientras habla por teléfono, y tras parar a comprar tabaco en algún estanco del centro, Rey se topa con un vecino. «¡Jesús! ¡Buenos días! Cuenta tu caso», insiste. A sus 56 años, Jesús Cediel sufre desde hace mucho la «invasión» de los pisos turísticos . «He vivido situaciones de todos los colores», reconoce. Reside en un segundo y hace tres semanas, con las reuniones sociales limitadas a seis personas, la música y la fiesta se adueñaron de la vivienda turística sobre su cabeza. « Se movían hasta las copas de mi casa , desalojaron a quince extranjeros», recuerda.

Restos de una fiesta interrumpida, el pasado fin de semana, en un piso de la calle Carretas

Bajo el reciente «toque de queda» , «la juerga sigue de forma más disimulada», apunta Rey. Pero nadie engaña a los vecinos, que observan cómo grupos de jóvenes se abastecen en los supermercados a las nueve de la noche y suben con las bolsas a los domicilios. Algunas tiendas de alimentación obvian el cierre de los comercios a las diez de la noche y mantienen la persiana a unos palmos del suelo para satisfacer de madrugada a un puñado de clientes.

Un «agujero negro»

La batalla vecinal contra los pisos turísticos comenzó hace cinco años y el patógeno ha abierto aún más la herida. «El pollo que se organiza es pardo. Ya no solo son las molestias, es un tema de salud», incide Rey. En la ciudad existen alrededor de 11.000 viviendas de este tipo, según estimaciones del Área de Desarrollo Urbano del Ayuntamiento de Madrid , aunque la mayoría ejercen sin estar registradas. Además, la cifra ha podido variar con la crisis sanitaria, ya que muchos propietarios han preferido el alquiler tradicional, trasladan fuentes municipales.

«¿Cuál es la razón de que haya fiestas? Un piso turístico es un agujero negro, un tipo de hospedaje descontrolado y un foco de actividad ilegal. Hay cientos de denuncias y ni una santa multa», critica la vicepresidenta de la asociación vecinal de Chueca, Leticia García, durante un lustro en pie de guerra. Los vecinos del distrito de Centro se reunirán este mismo viernes con la Policía Municipal para atajar el problema. «Llevamos dos meses con estos temas», asegura Rey. «Nos da la impresión de que desalojan, toman nota y poco más. Su justificación es que no tienen recursos humanos suficientes», apunta.

No obstante, el Cuerpo local ha duplicado la plantilla durante los últimos meses. A finales de julio, puso en marcha un operativo especial para impedir los botellones , que ahora aborda también las fiestas ilegales . No solo en los domicilios, también en los locales, otro pozo sin fondo. La madrugada del domingo, la calle de la Cruz fue testigo de uno de los 300 desalojos realizados por los agentes durante el pasado fin de semana.

Un príncipe de fiesta

Con el «toque de queda» en vigor, una llamada de los vecinos, a las 1.30 horas, dio la voz de alarma. Una treintena de personas festejaban en el local de la citada vía, donde no faltaban las sustancias estupefacientes ; la Policía Municipal requisó varias bolsas de «tucibi» —conocida como la «cocaína rosa»— y MDMA. La fiesta tenía un invitado de honor, el príncipe africano Randy Koussou Alam-Sogan , que hacía unas semanas había copado titulares tras ser el anfitrión de una celebración de 200 personas en una mansión de Aravaca. La diversión terminó con la aparición de la Policía, que se saldó con cuatro detenidos por desobediencia y resistencia a la autoridad.

Pero hace tres días, el distinguido multimillonario quedó atrapado como el resto de los mortales cuando los responsables del local cerraron las puertas a la llegada de los agentes. Una vez abiertas, varias personas emprendieron la huida y agredieron a los uniformados. La Policía detuvo a una persona por atentado contra la autoridad y a dos organizadores por un delito de detención ilegal . También confiscaron 3.200 euros que portaba uno de los asistentes. La encargada fumaba dentro del local mientras actuaban los policías. Para algunos, el virus no importa.

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