Reproducción del Laocoonte y «Sacrificio de Isaac»
Reproducción del Laocoonte y «Sacrificio de Isaac» - Fotos: F. HERAS
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Berruguete ante el hechizo del Laocoonte

El Museo Nacional de Escultura rastre las fuentes clásicas que inspiraron al artista castellano y su reinterpretación de los motivos paganos para los encargos religiosos que realizó

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Doce años en la Italia de Miguel Ángel, Rafael, Leonardo da Vinci y Bramante, en el ambiente artístico del Renacimiento que miraba hacia la Antigüedad, necesariamente tenían que dejar huella en Alonso Berruguete. El artista, aún adolescente, viajó a Roma a comienzos del siglo XVI como parte de un séquito eclesiástico, pasó por Florencia y cuando regresó, en 1518, tenía ya treinta años. La escultura clásica que le había impactado en esa época de aprendizaje poco tenía que ver con los encargos de obra religiosa de los que iba a vivir. Pero el de Paredes de Nava no haría borrón y cuenta nueva, sino que trasladó a sus retablos, esculturas y pinturas los referentes paganos asimilados y reinterpretados.

El Museo Nacional de Escultura de Valladolid conserva la colección más importante del mundo de obras del autor y ahora le dedica la exposición «Hijo del Laocoonte.

Alonso Berruguete y la Antigüedad pagana», instalada en el Palacio de Villena hasta el 5 de noviembre. Las fuentes artísticas que le inspiraron sirven de hilo argumental a una muestra que también ilustra sobre el proceso creativo, explica el comisario y subdirector del centro, Manuel Arias.

Berruguete estaba ya en Valladolid en 1523, cuando asume el encargo del retablo de la Mejorada, en Olmedo. Carlos I le nombra escribano del Crimen de la Real Chancillería, una especie de funcionario de Justicia, lo que le obliga a fijar su residencia en la ciudad castellana.

Aquí trabaja entonces Juan de Juni, pero será el palentino quien se convierta en el artista más relevante para sus coetáneos. La obra de ambos son radicalmente diferentes: Berruguete se desmarca del tipo de escultura «hecha para rezar», precisa Manuel Arias. Su trabajo obedece a razones más artísticas que devotas, aunque los motivos fuesen siempre religiosos. «A partir de él todo cambia». Con él la estatuaria clásica y los adornos profanos se cuelan en los retablos y en la escultura policromada.

Venera y Calvario que coronaban el retablo de San Benito
Venera y Calvario que coronaban el retablo de San Benito

La exposición desvela a las claras la influencia clásica de Berruguete. Sus obras se enfrentan a otras de la Antigüedad en un relato de similitudes probadas con obras procedentes de los museos del Prado, Arqueológico Nacional, Catedralicio del Burgo de Osma y Diocesano de Palencia, la galería Uffizi de Florencia, las bibliotecas Nacional e Histórica de Santa Cruz, o Chancillería, entre otros fondos.

Un «Ecce Homo» del autor castellano muestra su semejanza con un anónimo romano del Museo del Prado que representa a un joven dios Pan de la mitología griega tocando una flauta; los bustos de San Pedro y San Pablo de la iglesia vallisoletana de Santiago dejan ver su similitud con un retrato masculino también romano. Pero es el Laocoonte, presente en el título de la muestra, la obra de forma más rotunda prueba la influencia de la Antigüedad en Berruguete.

Cuando el todavía aprendiz de artista llegó a Italia, acababa de ser descubierto el grupo escultórico en una villa romana. El hallazgo fortuito de 1506 revolucionó la ciudad. «Se dice que toda Roma pasó a verla», recuerda Arias. Y entre sus más fervientes admiradores estuvo el autor castellano: «se puede decir que Berruguete fue un artista fulminado por el Laocoonte, quizás el escultor del siglo XVI que más manifiesta a lo largo de toda su extensa carrera el efecto sobrecogedor de esta obra maestra helenísica», asegura el historiador del arte Vicenzo Farinella en el catálogo de la exposición.

La reproducción del Laocoonte y sus hijos del siglo XIX, depositada en Museo Nacional de Escultura, preside el espacio central de la exposición. A su lado, la reinterpretación de Berruguete de las mismas figuras en su escultura del sacrificio de Isaac para el retablo de la iglesia vallisoletana de San Benito, y la Natividad realizada para el de la iglesia de Santiago, también de Valladolid. El San José de este último constituye casi una réplica del gesto y la tensión del Laocoonte, lejos de la representación serena habitual del personaje.

Musa pensativa romana, junto a a las sibilas de Berruguete
Musa pensativa romana, junto a a las sibilas de Berruguete

La pareja de sibilas del retablo de San Benito remiten a una «musa pensativa» romana o a una figura femenina griega que las acompañan. «Siempre se ha hablado de la modernidad de las sibilas de Berruguete, y realmente son modernas, pero ¿de dónde vienen?: de la Antigüedad», señala el comisario de la exposición.

Los parecidos continúa en numerosos elementos ornamentales. En los espacios secundarios de los retablos Berruguete se explaya en los motivos clásicos. Las obras concebidas para lugares de culto se llenan así de elementos paganos, cupidos, máscaras, cabezas de carnero o motivos vegetales.

El proceso creativo que también sirve de argumento a la exposición puede intuirse a partir del dibujo preparatorio que el autor esbozó en el papel de una carta, conservada en la Real Chancillería, en la que se quejaba del trato recibido de los monjes de San Benito. El bosquejo de la escena de la circuncisión de Jesús tomará cuerpo en una pintura realizada para el retablo del Colegio Mayor Fonseca de Salamanca y en una escultura para el de San Benito, a los que complementa otro dibujo ya finalizado que se conserva en la galería Uffizi.

«Circuncisión», dibujo de la galería de los Ufizzi
«Circuncisión», dibujo de la galería de los Ufizzi

La sucesión de obras confirma a Berruguete como ejemplo español de hombre del Renacimiento que trabajó todas las disciplinas artísticas. Indirectamente, también la arquitectura. Este aspecto queda patente en otra de las piezas destacadas de la muestra, la gran venera que coronaba el retablo de San Benito, reconstruida y exhibida por primera vez desde que se desmontase en el siglo XIX con la Desamortización y coronada por un gran calvario. La pieza, que formaba parte del gran conjunto de once metros de altura y en el que se aplicaron soluciones arquitectónicas, está inspirada en la Domus Aurea.

La exposición culmina con una tabla inacabada para ese retablo, una representación de San Marcos Evangelista, pintura «musaica», entonces de moda, que imitaba las teselas de los mosaicos romanos. Pero el recorrido invita a pasar del Palacio de Villena al Colegio de San Gregorio, donde se exhiben habitualmente otras partes de los retablos de San Benito y la Mejorada.

Alonso Berruguete no fue el único artista español de su tiempo en beber directamente de las fuentes clásicas, como demuestran las obras expuestas de Machuca, Siloe o Bartolomé Ordóñez, que también viajaron a Italia, pero sí el que mantuvo de forma más prolongada y fructífera esa influencia.

«Su singularidad no estuvo en beber de las fuentes de la arqueología romana y producir un remedo sin mayores perspectivas. Su catálogo no es el de una colección de réplicas miméticas, sino que muy consciente de lo que estaba sucediendo en un entorno en el que participaba activamente, fue capaz de digerir el alimento para trasladar al suelo hispano lo que se estaba llevando a cabo en Italia, con citas pero contra la norma», sostiene Manuel Arias en la publicación editada con motivo de la muestra.

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