Víctor Girona Hernández - Del Ateneo Científico y Literario de Toledo

Ecos imborrables de la Historia

En la toledana plaza del Sofer se encuentran debidamente reconocidos los nombres de unos toledanos que sufrieron las consecuencias de la tiranía Nacional Socialista. Es hora de que se plasme en una placa paralela a la anterior el nombre de aquellos otros toledanos que, llevados por una libertad de creencia y pensamiento diferentes, dejaron su vida lejos de su tierra víctimas de otro tipo de tiranía

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¿La historia se repite? ¿O se repite sólo como penitencia de quienes son incapaces de escucharla? Estas preguntas que se hacía el escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano, me vienen muy a menudo a la cabeza al observar el tratamiento que se está dando, en España en general y en Toledo en particular, a parte de nuestro pasado común más reciente. Me resulta cuando menos curioso constatar el sentido único que ha tomado cierta reivindicación histórica, pues parece ser que solamente han de ser reconocidos, incluso hasta la exaltación, una parte de los acontecimientos producidos. Y me resulta extraño, hasta ponerme alerta, el hecho de que llevar a cabo esa reivindicación signifique obligatoriamente el borrar otros acontecimientos que se sabe ocurrieron.

¿Por qué una reivindicación de una verdad histórica debe acarrear necesariamente la desaparición de otra aunque sea contraria? La única respuesta lógica que encuentro es que se ha perdido el sentido de la objetividad histórica; si bien, algo me dice que no debo obviar un aspecto más siniestro del asunto: la tergiversación consciente y directa de ciertos aspectos que conforman, nos guste o no, la Historia común.

En enero de 2014, según quedó registrado en diferentes informaciones de prensa, la unión de los tres grupos que por entonces conformaban el Ayuntamiento de Toledo y de acuerdo a su llamamiento conjunto «con el fin de lanzar un mensaje de concienciación a las generaciones presentes y futuras para que recuerden estos hechos y para que la historia no se vuelva a repetir», se hacía por fin justicia respecto de una reivindicación necesaria como era la del reconocimiento hacia aquellos toledanos que sufrieron exterminio durante la Segunda Guerra Mundial en los campos de concentración Nacional Socialistas. Dicho reconocimiento se plasmó con la instalación de un monolito reivindicativo en la plaza del Sofer, en pleno barrio de la judería. En dicho acto, el por entonces Aacalde de la ciudad manifestó que «la libertad de creencia, la libertad de pensamiento y la dignidad humana están por encima de todo» y resaltó el simbolismo de Toledo como «síntesis de muchas circunstancias históricas». También intervino, como representante de las familias de quienes conmemora la placa inserta en dicho monolito, el historiador señor Maquedano manifestando que «este bloque de granito es una pieza más del tesoro histórico de Toledo, el principio del pago de una deuda y el consuelo del recuerdo». Y nada que objetar a todo ello, es más, lo suscribo por completo.

Hace unas fechas, el pasado día 27 de enero, con ocasión de la Conmemoración de las Víctimas del Holocausto se celebró ante dicho monolito un acto organizado por Ganemos Toledo, Izquierda Unida y la Federación de Foros por la Memoria Histórica en homenaje a los más de 280 toledanos que acabaron deportados en diversos campos de concentración alemanes y ello, tal y como denunciaron, «ante el olvido de las distintas administraciones españolas». Don Emilio Sales, Presidente del Foro por la Memoria Histórica de Toledo pidió «Que se construyese un memorial o monumento en cada pueblo de la provincia de Toledo en el que se conozca un deportado o víctima del fascismo. Sé que es complicado, pero en un futuro se debe intentar. Que no caiga en el olvido la memoria de quienes lucharon contra el fascismo».

Y ahí es donde, precisamente, se despiertan las alertas de mi conciencia. ¿Por qué solamente no ha de caer en el olvido la memoria de quienes libremente lucharon contra el fascismo? ¿Qué ocurre con todos los toledanos y españoles que, asimismo libremente, lucharon contra otras formas de tiranía como es el comunismo, por ejemplo? ¿Éstos sí que deben caer en el olvido, en el ostracismo? ¿Fue su lucha indigna respecto de las palabras de reconocimiento pronunciadas por el alcalde de Toledo en enero de 2014?

Parece necesario recordar, pues la Historia lo recoge y guarda, que a pesar del carácter neutral de España durante la Segunda Guerra Mundial miles de nuestros compatriotas perecieron como causa de ella. Y también se hace necesario recordar que los Crímenes de Guerra y contra la Humanidad no fueron únicamente cometidos por los países que formaban parte del denominado Eje, sino que también fueron cometidos por los nacionales de los países que conformaban la fuerza Aliada y por fuerzas del denominado Komintern. El comunismo, por ejemplo, persiguió con eficacia a todos aquellos que se le opusieron, saltándose todas las convenciones internacionales, sin importar que el oponente fuera neutral o amigo.

En 1939 había en la antigua Unión Soviética más de 4.000 republicanos españoles exiliados entre políticos, alumnos militares -de aviación y marinería principalmente-, profesores y cerca de 3.000 niños evacuados (parte de los denominados “niños de la guerra”). Nada más estallar el conflicto mundial se les ofreció bien regresar a España, bien quedarse en la URSS o bien exiliarse en otro país. La mayoría prefirió asentarse en Rusia siendo en un principio dispersados. Sin embargo, a los alumnos militares se les alojó, de forma provisional, en Centros Especiales como los de Odessa (Ucrania), Kirovabad (Azerbaiyán) o Mónino (cerca de Moscú). Al poco tiempo, algunos de ellos iniciaron gestiones con embajadas extranjeras para intentar salir del país siendo acusados por la policía estatal del NKVD de espionaje. Los aviadores y marinos españoles fueron así detenidos y deportados a Siberia pues, tras la invasión alemana, las autoridades comunistas soviéticas consideraron como «espías» al servicio del Eje a todos los extranjeros en su territorio. Al igual que los nazis deportaban a los judíos hacia sus campos de concentración como si fueran reses, así todos los españoles iniciaron el viaje en tren hacia los «Gulags» (campos de trabajos forzados) de Gorki, Novosibirsk, Petropavlovsk y Krasnoiarsk principalmente. Allí estuvieron gran parte del año 1941, siendo trasladados al año siguiente a centros de trabajo e internamiento de Kazajistán.

Al mismo tiempo y desde España, llegó para combatir junto con las fuerzas del Eje la denominada «División Azul» compuesta, en su mayoría, por voluntarios que por sus ideas querían luchar contra el Comunismo y «devolver la visita» realizada por elementos bolcheviques cinco años atrás. A lo largo de sus diferentes contingentes, dicha División contó con aproximadamente 47.000 voluntarios. Fue a partir del año 1943, principalmente, cuando los divisionarios en número cercano a los 470 fueron capturados por tropas del Ejército Rojo a lo largo del enfrentamiento. Como consecuencia de la Batalla de Krasny Bor (10 de febrero de 1943) mueren 94 de los cerca de 300 prisioneros españoles en los primeros días de cautiverio por razón de las “marchas de la muerte” sobre kilómetros de nieve, maltrato y desnutrición. Los supervivientes fueron alojados en diferentes campos de concentración siendo todos castigados a trabajos forzados, incluyendo los oficiales.

Pero hubo más españoles condenados a los «Gulags» soviéticos. Así, hasta 75 españoles de filiación comunista que se alistaron en la División Azul con el propósito de pasarse al lado soviético en cuanto les fuera posible, fueron para su sorpresa arrestados y deportados al hacerlo. Y, en el destruido Berlín de mayo de 1945, un total de 44 republicanos españoles que se habían refugiado en la Embajada fueron detenidos por el Ejército Soviético y enviados sin contemplaciones a los campos de trabajo. Tanto es así, que nunca hubo noticias acerca de la suerte de los republicanos españoles presos en los campos soviéticos hasta que en 1946 un cautivo de nacionalidad francesa que fue liberado y repatriado a Francia, dio a conocer que más de cien españoles se encontraban en centros de internamiento en territorio de Kazajistán. Entonces sí, la indignación de muchos de los exiliados españoles, principalmente en Francia y Méjico, dio paso a la creación de la Federación Española de Deportados e Internados Políticos, que realizó una activa campaña propagandística contra el comportamiento de la Unión Soviética. No obstante, el Partido Comunista Español intentó por todos los medios a su alcance frenar las gestiones que realizaban sus otros rivales políticos en el exilio, aseverando que solamente se trataba de «falangistas disfrazados». El resultado de todo aquello fue que 88 de aquellos españoles procedentes del campo de Kok-Usek fueron liberados y conducidos al puerto de Odessa (Ucrania); una vez allí, la NKVD (policía soviética) les obligó a firmar un documento por el cual renunciaban a salir del país para quedarse a vivir en la Unión Soviética. 47 firmaron y 41 no lo hicieron. Estos últimos fueron de nuevo enviados a campos de trabajo y, esta vez, a los más duros: Cherepovéts y Borovichí.

Fue a partir de 1947 cuando, tanto los prisioneros republicanos de izquierda como los prisioneros supervivientes de la División Azul, fueron agrupados en los mismos campos de concentración en Borovichí y Makarino. El curioso destino hacía así posible que quienes habían sido hermanos y enemigos irreconciliables en el pasado, se vieran obligados a convivir y a sobrevivir a la implacable represión soviética: trabajos diarios del amanecer hasta el anochecer con interminables talas de leña los domingos; escasez de las raciones; frío polar en barracones sin calefacción, lo que les provocaba problemas pulmonares al verse obligados a inhalar el humo procedente de la quema de abedul… Por suerte para ellos, durante 1948 mejoró algo la situación al comenzar a recibir pequeños paquetes que, a veces, hacía llegar la Cruz Roja Internacional o la Iglesia Evangélica Alemana, así como el recibo de exiguas pagas en rublos. Pero, tan caóticas eran las condiciones de los españoles que en 1949, todos a una, iniciaron una huelga al ver que se comenzaba la repatriación de cautivos de otras nacionalidades como eran italianos, franceses, finlandeses e incluso alemanes, y se les ninguneaba sin explicación alguna la suya. Fueron reprimidos con dureza por los guardias de los «gulags» y castigados a ejercer horas extras en las minas de carbón. En 1951, los españoles iniciaron todos juntos otra huelga con motivo de la prohibición de recibir correspondencia, aspecto que no se aplicaba a los demás presos de otras nacionalidades.

A principios de la década de 1950, tras años de absoluta dejadez ciertamente, el por entonces Gobierno de España decidió movilizarse y actuar a fin de conseguir repatriar a todos nuestros compatriotas cautivos. Por medio de la Embajada española en Roma, se iniciaron los trámites no exentos de tensión dado el cierto acercamiento de la España de entonces hacia el bloque occidental dirigido por Estados Unidos frente al grupo de países que conformaban el denominado Telón de Acero. La Jefatura del Estado concedió la amnistía a todos aquellos españoles de ideas republicanas que permanecían cautivos en los «gulags» soviéticos, si decidían regresar a España. Con la muerte en 1953 del dictador José Stalin y la posterior desaparición, por ejecución, del hasta entonces todopoderoso dirigente de la represora NKVD, Lavrenti Beria, se produjo una leve etapa de aperturismo en la Unión Soviética que condujo a la amnistía de gran parte de todos los cautivos que permanecían en los «gulags» y la disolución de los mismos. Fue así como todos los españoles fueron perdonados, ofreciéndose el puerto de Odessa para su repatriación y cediendo Grecia el buque «Semíramis» para su vuelta a la patria. El 2 de Abril de 1954, el navío griego atracó en el puerto de Barcelona llevando a bordo a 286 españoles: 248 miembros de la División Azul y 38 republicanos españoles que incluían a 12 pilotos, 19 marineros, 4 «niños de la guerra» y 3 miembros de la Embajada en Berlín detenidos en 1945. Entre 1956 y 1959 se produjeron siete repatriaciones más que llegaron a diferentes puertos españoles y por medio de las cuales otros 2.774 compatriotas, en su inmensa mayoría de ideología republicana, volvieron a España.

De los cerca de 5.000 cautivos españoles que de cualquier ideología estuvieron en los «gulags» soviéticos, unos 300 perdieron la vida; un porcentaje bajo en comparación con las pérdidas de otras nacionalidades. Tal vez ello fuera debido a que tuvieron que aprender a convivir y a luchar juntos contra las adversidades aunque fueran viejos enemigos por sus ideales, y de eso se dieron rápidamente cuenta todos los represaliados españoles por el comunismo en la Unión Soviética. Sin duda alguna, puede aseverarse que en aquellos malditos «gulags» comenzó a fraguarse la auténtica reconciliación de las denominadas «dos Españas», que allí se respiró auténtica concordia entre hermanos.

Y así décadas más tarde, con la desaparición de la antigua Unión Soviética, fue levantado en la localidad de Pankovka un monumento en recuerdo de los caídos de aquella División Azul de voluntarios españoles que es respetado y cuidado por quienes fueron sus enconados enemigos. Y, en 2005, con ocasión de la celebración del LX Aniversario de la liberación de la antigua Leningrado (actual San Petersburgo), veteranos soldados supervivientes de ambos bandos contendientes en la durísima Batalla de Krasny Bor, soviéticos y españoles, hicieron acto de presencia con total camaradería y afecto, haciendo entrega la delegación española a los excombatientes del Ejército Rojo de un regalo en forma de cuadro de damasquino toledano con las figuras de Don Quijote y Sancho Panza.

Otras unidades como la 9ª Compañía «La Nueve» o la 4ª Compañía Española del OMSBON, ambas compuestas por republicanos españoles, jalonan páginas gloriosas de la Historia de la Segunda Guerra Mundial y son dignas de que se mantenga vivo su recuerdo, pues no debemos olvidar que muchos de quienes formaron parte de ellas dejaron su vida y su sangre española por tierras de Europa en defensa de unos ideales que creían justos.

En la toledana plaza del Sofer se encuentran debidamente reconocidos los nombres de unos toledanos que sufrieron las consecuencias de la tiranía Nacional Socialista que asoló Europa en la primera mitad del pasado siglo. Es hora de que, todos a una y siguiendo el ejemplo mostrado por nuestros propios compatriotas en un pasado no tan lejano, se plasme en una placa paralela a la anterior el nombre de aquellos otros toledanos que, llevados por una libertad de creencia y pensamiento diferentes, dejaron su vida lejos de su tierra víctimas de otro tipo de tiranía.

Que Toledo, de verdad, se haga digna síntesis de muchas circunstancias históricas.

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