José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES (XXXIII)

¿Armas o Letras?

El personaje (Miguel de Cervantes), que necesitaría a su lado un equipo de documentalistas, se nos escapa de las manos muchas veces, perdiéndose por vericuetos tan recónditos, que es prácticamente imposible controlarlo

José Rosell Villasevil
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Es intención expresa del autor de estas modestas líneas, en las que trata de configurar una sucinta biografía de Miguel de Cervantes -puede que haya expresado anteriormente estas mismas observaciones, que reitero-, procurando ser lo más coherente posible, así como, por tratarse de un trabajo eminentemente periodístico, ser también lo más ameno y objetivo que le sea alcanzable.

El personaje, que necesitaría a su lado un equipo de documentalistas, se nos escapa de las manos muchas veces, perdiéndose por vericuetos tan recónditos, que es prácticamente imposible controlarlo; por lo que en tales casos, lo mejor es adelantar acontecimientos, y una vez éstos debidamente consumados, desde ellos establecer las hipótesis más verosímiles y razonables.

Sabemos, por ejemplo, que Miguel tomó parte activa en la batalla naval de Lepanto en octubre de 1571, así como que su militancia en los Tercios partía del verano de 1570, por lo que hemos de obviar prudentemente el hecho de que no aparezca su nombre en las listas de soldada hasta 1572.

Sabíamos, también, que había encontrado en Roma (ignorando los medios) un buen acomodo «laboral», inclusive social, entrando al servicio como paje o ayuda de cámara, del joven patricio, culto y refinado -solo tenía un año más que él-, Julio Acquaviva. Era el quinto hijo del duque de Atri, y había estado en Madrid en 1568, comisionado por Pío V, para dar en su nombre, a Felipe II, el pésame por la muerte del príncipe don Carlos. Hecho que viene a crear más confusión entre los biógrafos de Cervantes, en cuanto a los motivos de la extraña salida que éste hace de la Corte.

¿Qué le mueve a Miguel pues, para dejar ahora las blandas plumas del regalado palacio y las buenas viandas del mismo, que inclusive compartiría en la misma mesa con el magnate, para escoger el vestido de «papagayo» militar de los Tercios, teniendo por soldada «lo que “garbeare” y por lecho los palmos de terreno que quisiere?

Él no sienta plaza por las razones mismas de aquel mancebito, que Don Quijote y Sancho adelantan en un camino, y que va cantando la seguidilla: «A la guerra me lleva la necesidad;/ si tuviera dineros, no iría en en verdad».

Seguramente, que la respuesta de todo este aparente misterio, la veamos claramente releyendo el sublime «Discurso de la Armas y las Letras». ¿Por qué no lo hacemos?

Era el ambiente heroico de la época para pobres y para ricos, para letrados y para analfabetos, y no solo es el joven Miguel, privilegiado servidor de Acquaviva, quien deja el bienestar y se erige en defensor de su Dios, de su Patria, incluso de ese, su Rey, que no hace tanto tiempo decretara la amputación de su mano derecha en vergüenza pública.

Este es otro de los tópicos que asfixian al personaje exageradamente: su militarismo. Porque, aunque Cervantes se alabara de de haberlo sido, la verdad de los hechos es que casi todos los escritores del Siglo de Oro, fueron en alguna ocasión soldados.

Lepanto, «la más grande ocasión que vieron los siglos», y cuyo triunfo apteósico de la coalición llamada Liga Santa, sobre el Imperio Otomano, no impuso seguridad en el Mediterráneo, como a lo largo no fue más que otra anécdota (positivísima, eso si) en la compleja vida del autor del «Quijote».

Miguel fue un militar casual y esporádico, y nadie reconoció su manquedad ni su valentía, como no fuese su «amigo» Lope de Vega, burlándose torpemente de ellas.

Junto a la soldadesca conoció, desde abajo, más y mejor Italia; y como hombre de tierra adentro, vivió la grandeza del mar intensamente en sus campañas. ¡Qué conocimientos tenía sobre la marina de su tiempo, con sus maniobras y con sus estrategias! Otra experiencia más que añadir al hondo pozo de su sabiduría.

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