Manuel Marín - ANÁLISIS

Vencedores o vencidos

Manuel Marín
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Conviene limpiar de hojarasca la negociación para conformar una investidura y despojarla de elementos inútiles que lo contaminan todo. Los documentos que desde hoy, una vez constituidas las Cortes, se intercambien los partidos políticos para negociar programas serán meros argumentos estéticos de corrección política, excusas básicas para simular cesiones programáticas en busca de puntos de acuerdo. Pero nada más. Objetivamente, no se trata de eso. Ningún documento servirá hoy para desbloquear un proceso tan incierto como lo fue el que siguió al 20-D. Porque lo que realmente está en juego es el ejercicio del poder, y de él, como es natural y legítimo, solo uno es el vencedor y varios los vencidos.

Lo que se dirime no es la ejecución de un programa político con cesiones a quien preste votos afirmativos o abstenciones, sino un pulso desgarrado entre ganadores y perdedores.

Los primeros para gobernar, aunque sea con la exigua minoría de 137 escaños en una legislatura repleta de zancadillas y dificultades. Y los segundos, para tratar de sobrevivir a las purgas internas cuando el «efecto corrector» de los fracasos electorales ponga en marcha su cruda maquinaria.

La prueba de que los documentos programáticos tienen menos peso que cualquier conversación reservada de intercambios sinceros —de Rajoy con Rivera, por ejemplo—, o menos influencia que el puro ejercicio de tacticismo con el que tratar de maquillar una salida al embrollo de la investidura —Pedro Sánchez, desde luego—, es que Ciudadanos pasó del «no» a la abstención sin necesidad de leer una sola propuesta escrita del PP. Y aunque ahora Rajoy sellara como propio, íntegro y letra por letra, el programa electoral del PSOE para ponerlo en marcha, no serviría de nada porque Sánchez no va a rectificar a Sánchez su voto negativo. A día de hoy, por supuesto.

Conviene engañarse lo justo. Rivera ha sido sincero. Se abstiene —en el deseo del PP de que Ciudadanos evolucione hacia un «sí» cuando la presión de las terceras elecciones arrecie más que hoy— porque no tiene otra opción. Ciudadanos simula un amago de desbloqueo perfectamente inútil con la intención de arrastrar al PSOE a una ecuación de suma neutra para repartir culpas del desgaste. Pero si su propósito real es impedir que la parálisis institucional se prolongue, deberá rectificar y plantearse respaldar sin matices la investidura de Rajoy para encajonar al PSOE, y situarle ante la tesitura de mover la ficha definitiva a partir de septiembre.

La principal duda es si Rajoy concurrirá o no a una investidura para fracasar, para que empiecen a correr los plazos legales para otra hipotética convocatoria de urnas…, y para provocar que el PSOE recrudezca su discrepante debate interno sobre cómo actuar para impedir nuevos comicios sin quedar contaminado por una cesión ante el PP y justificarse ante su electorado. En definitiva, aún se desconoce el grado de resistencia que opondrá Sánchez para ser vencido, y no vencedor, que es en última instancia la escala en la que todo se mide. En cualquier caso, es indudable que Sánchez se resistirá hasta el final. Está al acecho. Pretende provocar una investidura fallida del PP para emerger después como aspirante a presidir un Gobierno imposible con Podemos y los independentistas, arrumbando en el desván de Ferraz las imposiciones que en diciembre dictó su propio Comité Federal. Resistir o ser vencido, y Sánchez ha optado por lo primero. A día de hoy.

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