El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy - EFE

El «mal de ojo» de Mariano Rajoy

Un accidente en helicóptero con Esperanza Aguirre, el único de sus amigos sin el premio de Lotería de Navidad... los desafortunados escollos que el presidente del Gobierno ha tenido que superar a lo largo de toda una vida

Madrid Actualizado: Guardar
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A Mariano Rajoy (Santiago de Compostela, 1955) los vientos de cambio siempre le pillan a contrapié. Ni las ciclogénesis explosivas ni las 70 palabras que sus oriundos inventaron para referirse a la lluvia le previnieron de que, algún día el clima, viejo y forzoso aliado de todos los españoles nacidos en el norte de la península, iba a jugar en su contra. Y él no lo vería venir.

En 2005 un helicóptero despegaba desde la plaza de toros de Móstoles con Esperanza Aguirre y Rajoy, que por aquel entonces prestaba batalla desde la oposición a un PSOE en caída libre bajo el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero. A punto estuvo de no llegar a presidente del Gobierno, después de que ese mismo helicóptero se estrellase a los pocos minutos en la carretera de Extremadura con los pasajeros, por fortuna, poco más que heridos leves.

«Te lo dije», sentenció Rajoy a su compañera de viaje, como si esa condición de gallego que tan mal fario le trae en cuestiones climáticas le permitiese, en cambio, poner en valor algo de esa intuición meiga. «Rajoy se aseguró bien en el asiento del aparato esperando el choque contra el suelo. Apenas unos segundos después de despegar, su impresión de que algo no iba bien se confirmó», escribía Cristina de la Hoz en ABC. Pero de nuevo, un factor externo, previsible para sus compatriotas que acostumbran a tomar el pulso al cielo antes de partir, se le olvidó a Rajoy, y el tiempo le jugó su primera mala pasada. «El viento, que ha azotado al helicóptero de cola, ha provocado un viraje fuerte y que el aparato se quedase sin potencia», aseguraba el piloto del aparato.

El clima nunca se ha cansado de torpedear a Mariano, quizá rencoroso después de que este abandonase el verde de Galicia a los 5 años por seguir los pasos de su padre, al que habían destinado a León.

Pero no es la única vez que la suerte se cruza en el camino de Rajoy... y pasa de largo. En 1987, destinado en Santa Pola (Alicante) en su etapa como registrador de la propiedad, el grupo de amigos con los que solía comer se repartió un décimo de Lotería de Navidad, con tan mala fortuna que el intercambio pilló al líder del Partido Popular en Madrid. Mariano Rajoy no es Justino, el protagonista del anuncio de la Lotería, al que le guardan un billete. Los niños de San Ildefonso cantaron el dichoso número, y el presidente del Gobierno se quedó sin los 25 millones de pesetas que tocaron en el premio, y que sus amigos debieron celebrar en su ausencia.

Tampoco el hito de ser el registrador más joven de la propiedad en España —a los 24 años— le ha eximido de la mili. Cumplió el servicio militar obligatorio destinado en Valencia, donde aprendió limpiando escaleras que para llegar lejos es necesario empezar desde abajo. «¿Registrador de la propiedad? A limpiar, me ordenaron. Estuve limpiando seis meses», recuerda siempre el presidente del Gobierno.

La última, a cuatro días de su posible reelección. De nuevo en su tierra, el líder del PP se paseaba con dos de sus imprescindibles, Alberto Núñez Feijóo y Ana Pastor, por las peatonales calles de la ciudad del Lérez. A punto de concluir una de esas caminatas por Pontevedra que tanto le gustan al presidente, un espontáneo, según se ha sabido más tarde menor, independentista radical y, además, hijo de una prima de Viri, la mujer del presidente, le golpeó con rabia en el pómulo izquierdo. Rajoy, un hombre tranquilo como siempre ha sido, intenta hacer oídos sordos a la superstición, y encaja los golpes del infortunio con entereza y mesura, como buenamente puede. Sabe que no depende de él, y cuando puede lo esquiva. Pero ya son muchos los que piensan que el mal de ojo se está cebando con Mariano Rajoy, y no parecen desencaminados.

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