Lavillenie derriba su último intento sobre 6.08
Lavillenie derriba su último intento sobre 6.08 - EFE

Río 2016 | AtletismoBubka se venga de Lavillenie

Thiago Braz da Silva, entrenado por el técnico del mito ucraniano, bate con 6,03 y por sorpresa al favorito francés en pértiga

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En la distancia, Sergei Bubka sonrió. El dulce sabor de la venganza. Su verdugo, el francés Renaud Lavillenie, el que le quitó 21 años después su récord del mundo de pértiga y lo elevó al cielo de 6,16 metros, acababa de perder la final olímpica ante un joven brasileño, Thiago Braz da Silva, capaz con 22 años de brincar hasta los 6,03 metros, récord olímpico. Da Silva vive cerca de Nápoles a las órdenes de Vitaly Petrov, el viejo entrenador de Bubka. Lavillenie, abucheado por el irrespetuoso y escaso público brasileño, no pudo revalidar su título de Londres 2012. Bubka volvió a sonreír. Tampoco él pudo: ganó todos los mundiales que quiso pero sólo un oro olímpico. En eso, gracias a Da Silva, aún no le ha sobrepasado el menudo y fantástico atleta francés.

Lavillenie es el dueño de la pértiga. Da Silva, el campeón del mundo juvenil en Barcelona 2012. Un chaval en crecimiento. El francés firmó un concurso impecable hasta el techo de 5,85. Todo al primer respingo. A Da Silva le costó más: un tropiezo en los 5,75 y otro en los 5,93. Nadie pudo seguirles a esa altura. El estadounidense Kendricks, bronce, se bajó en los 5,85. Un francés contra un brasileño. El empate daba el oro a Lavillenie, que ya había volado sobre 5,98 —un centímetro más que en la final de Londres 2012— y no había cometido ningún error. El brasileño tenía asegurada la plata. Y por eso no quiso malgastar un intento con los 5,98. Fue directo a por el oro: 6,03. Sólo 17 atletas han pasado de seis metros. Soñar no cuesta. Él nunca había tocado esa nube. Y lo hizo a la segunda. Gol en el estadio del Botafogo. Brasil entera se arrepintió de no haber estado ahí.

A Lavillenie, que ya había gastado dos de sus intentos sobre 6,03 pensando que el oro esta atado, de repente se le vino el estadio encima. Abucheos. Pitos. Mala educación deportiva. El francés negó con la cabeza. Dirigió el pulgar hacia abajo para recriminar la actitud de la grada carioca, habituada a los malos modos del fútbol. Regresó a su burbuja, resopló, cogió carrera. Algo más de 40 metros. Y voló sobre los muelles de sus piernas y la palanca. Tampoco. Brasil lo celebró como un tanto de Neymar. El francés cerró los ojos mientras bajaba derrotado cuando menos lo esperaba. Sólo el estadounidense Bob Richards tiene dos títulos olímpicos en pértiga, y hace mucho: en 1952 y 1956. Bubka se quedó en uno. Como por ahora Lavillenie, que dejó el estadio abatido e irritado. En la distancia su viejo amigo Bubka sonreía. Tiene una vieja cuenta pendiente con el francés que le quitó aquel récord que consideraba propiedad privada.

A Lavillenie le encanta su moto. Agachar la barbilla a la altura de las manos que agarran el manillar. Y gas. Tumbarse en las curvas del circuito. Por su manía de la velocidad encima de la moto discute a veces con su mujer, que teme por él. También le gusta el parapente. La ingravidez. Creció en el aire. Su abuelo Jean y su padre, Gilles, fueron pertiguistas. Con cuatro años Renaud ya tenía una hecha a medida para su menudo tamaño. Primero saltó el sofá. Luego el seto del jardín. Después del pórtico de la iglesia. Y al final saltó por encima de una de las rocas del atletismo, Sergei Bubka, y le quitó el récord del mundo. Ahora es suyo: 6 metros y 16 centímetros. A ese cielo sólo ha llegado él. Es lo que más le llama: la moto, el parapente, la pértiga. Volar.

Ahora que se van, Phelps y Bolt dejan detrás campo quemado. Las 28 medallas del ‘Tiburón de Baltimore’ y, si lo logra, el tercer triplete del jamaicano en las pruebas de velocidad tardarán un montaña de tiempo en ser igualados. Habrá un vacío al comprobar que nadie está a esa altura. Con la pértiga suele suceder algo parecido. Bubka agarró el récord del mundo en 1984, con 5.85, y lo dejó en 6.14 diez años después. Desde 1994 hubo un vacío. Pausa. La pértiga sin el ucraniano pasó a un papel secundario en las grandes citas. Hasta que llegó Lavillenie. Una anomalía. Un chaval de la escuela francesa que apenas mide 1,77 metros, un palmo menos que todos sus rivales (Da Silva alcanza los 1,93). ¿Cómo va a llegar tan arriba desde tan abajo? Lo hizo en 2014 y en la ciudad de Bubka, en Donetsk. Pisó la luna: 6.16, récord del mundo hoy.

Parecía intocable, como lo fue Bubka durante dos décadas. Y no. Un recién llegado brasileño le ha arrebatado el oro en Río cuando ya lo metía al bolsillo. Thiago Braz da Silva viene de la escuela de Bubka y de Yelena Isenbayeva. A los tres les ha enseñado a volar Vitaly Petrov. Un soplo de venganza rusa, país medio vetado en estos Juegos por su adicción al dopaje, silbó en el estadio de Río que amargó a Lavillenie.

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