David Gistau

La zona Ramos

Terminaremos por creer, en cualquier adversidad, que siempre queda tiempo para que voltee el destino un cabezazo de Sergio Ramos

David Gistau
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Alrededor de los goles de última hora de Sergio Ramos terminará por consagrarse toda una cultura providencialista relacionada con los cirios petitorios prendidos en los templos del Real Madrid. Terminaremos por creer, en cualquier circunstancia adversa de la vida, ya se trate de un despido, de una novia que nos deja o de la inminencia de una derrota existencial cualquiera, que siempre queda tiempo para que voltee el destino un cabezazo de Sergio Ramos. Es la adaptación a estos tiempos de los ya fatigados «minutos molto longos», es decir, la mutación contemporánea de una leyenda irreductible que a menudo es sólo retórica pero que a la parroquia de Chamartín siempre le gustó interiorizar como una seña de identidad colectiva.

En esta ocasión, Sergio Ramos no precipitó la salvación agónica en una final, sino en un clásico extraordinario, disputado, peleado metro a metro, más propenso al fútbol de compromiso que al de virguería.

Los que somos, de alma, tropa de choque disfrutamos enormemente en estas tardes. E incluso en este Barcelona superviviente, fajado, encontramos un reconocimiento mayor que en el de la suficiencia guardiolana. Sumando a los dos equipos, las únicas deserciones de un partido tremendo fueron la de Benzema, que parecía que venía de comerse un cocido, y la de Messi, que no apareció para ganarlo ni siquiera cuando Iniesta y sus constantes vitales hipotensas alteraron por completo las tendencias de juego y el dominio en el medio campo. Esto último es importante. De los clásicos traumáticos de la época de Guardiola, uno guardaba sobre todo el recuerdo de lo achicado y menor que se veía al Real Madrid cuando perseguía fantasmas en el centro del campo y las posesiones del Barcelona eran tan sobonas que de ellas regresaba la pelota embarazada. Eso ya cambió. El centro del campo del Barcelona es territorio conquistable. Ayer, por tramos largos, ejercieron una hegemonía abrumadora los dos croatas de la máquina de interceptar pases del Real Madrid, Kovacic y sobre todo Modric, multiplicado para estar en todas partes y para agregar a su juego creativo un temperamento vietnamita de resistencia. Hizo un partido grandioso que contribuyó al aislamiento de la tripleta ofensiva del Barcelona, en la que Neymar proclamaba necesitar sólo un par de balones decentes para armar el taco.

Empieza a dar la impresión de que a este Real Madrid le aburren mucho los días rutinarios de oficina, pero que en cambio acude lleno de estímulos a las exigencias de las grandes citas. Salva de modo precario las fechas oscuras pero surge en su mejor expresión en el Calderón, en Dortmund y en el Camp Nou. La diferencia de intensidad es significativa. Es como si el Real Madrid hubiera hecho, en el juego, la misma destilación jerárquica que esos hinchas que deciden que, a lo largo de una temporada, sólo merece la pena ir al campo en media docena de partidos: para los restantes alcanza con saber el resultado. La famosa pegada salva las tardes indolentes y el equipo, en cuanto a energía coral, surge en las determinantes. No está mal. Sería peor lucirse contra medianías y desaparecer contra los grandes. Hay como un desdén aristocrático por las ocasiones pequeñas que se convierte en mandíbula apretada en cuanto delante hay un enemigo íntimo.

El más íntimo de todos, el Barcelona, acudió ayer a un recurso que jamás necesitó cuando el mero juego lo hacía intocable: la raza. Por más que Luis Enrique insista en que en otoño no existen desenlaces, el Barcelona parecía saber que una victoria madridista habría destruido hasta las conjeturas más optimistas en Liga. Ya no juega como antaño, e incluso se le nota cierto desamparo, como si hubiera perdido un superpoder del que vivió muchos años. Pero en el Clásico lo compensó con temperamento incluso cuando el Real Madrid se apropió de los santuarios del tiquitaca, emplazados en la medular. Con eso pudo haber ganado, pero había cirios prendidos en la zona Ramos.

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