Oscar WildeEl hombre que «celebró» su muerte con champán

Se cumplen 118 años del fallecimiento del escritor irlandés, una de las plumas más enigmáticas del siglo XIX. Su tumba está llena de marcas de pintalabios, y su figura, cargada de leyendas

Madrid Actualizado: Guardar
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Un día como hoy de hace 118 años, en los primeros latidos del siglo XX, murió el escritor Oscar Wilde, un personaje tan críptico como «El retrato de Dorian Gray». Todavía hoy no está claro de qué falleció, lo que no deja de alimentar las leyendas surgidas en torno a su figura, pero sus textos siguen presentes en la memoria y la estantería de muchos lectores. Su tumba está llena de pintalabios, y las redes, repletas de frases célebres.

Nació en Irlanda pero cultivó una fama de «enfant terrible» que aún perdura. En vida, el bueno de Oscar Wilde dio muestras de una personalidad incordiosa. Vivió poco, 46 años, pero lo suficiente para dejar «un bonito cadáver» y varias anécdotas peculiares.

A Wilde le ocurrió como a esos deportistas que, tras alcanzar la fama, le dan una vuelta de tuerca a su carácter. Siempre fue un tipo ingenioso y respondón, pero con «La importancia de llamarse Ernesto» se convirtió en una celebridad. Después le acusaron de todo: de plagiador, sodomita, excéntrico, alcohólico y de llevar la ficción a unos límites dudosos. Él diseñó personajes memorables, pero hay quien dice que la mayor invención de Oscar Wilde fue él mismo, un hombre peculiar en las formas y en el fondo.

Llegó a ser un tipo incómodo incluso para los compañeros de oficio. Muy famosa es su no-conversación con Sarah Bernhardt, la actriz de teatro más famosa de su época.

—Queridísima Sarah, ¿le molestaría mucho que me fumara un cigarrillo? —le preguntó Wilde.

—De ninguna manera —le respondió la actriz—. Tampoco me ofendería si decide usted quemarse por completo.

Muchas teorías sobre la muerte de Oscar Wilde copan blogs y páginas de todo tipo. La versión más extendida dice que murió de meningitis, dolencia provocada a buen seguro por alguna enfermedad venérea. Esta tesis, que refuerza la imagen de estrella del rock que acompañó a Oscar Wilde, no está del todo demostrada. Sí está claro que el escritor estuvo encarcelado y que su paso por prisión le deterioró física y mentalmente, pero hay otras versiones.

Brindis con champán

Hace unos quince años, dos científicos sudafricanos dijeron que la meningitis le vino como consecuencia de una dolencia de oído (otitis, seguramente) que se le agravó en la cárcel. Él defendía que «el orden es la virtud de los mediocres», y quizá por eso llevó una vida que, sin ser errante, sí fue hasta cierto punto intensa. La leyenda más cruda en torno a Oscar Wilde es una relacionada con los últimos días, quizá horas, de su vida.

Cuentan que, arruinado y convertido en un paria por la sociedad victoriana, Oscar Wilde pidió el champán más caro del hotel en el que se alojaba. Hasta aquí todos coinciden, pero luego cada versión le atribuye una frase célebre distinta. Hay quien sostiene que, muy tocado ya de la cabeza, Wilde la emprendió con el mobiliario del hotel: «Estas cortinas me están matando» o «Este papel pintado y yo estamos luchando a muerte, uno de los dos tendrá que irse» son algunas de las sentencias que le atribuyen en sus últimos días.

Otra versión es la que cuenta Javier Marías en «Vidas escritas» (Alfagurara). En efecto, Oscar Wilde pidió champán pero, en un momento de lucidez, consciente de su ruina económica, dijo: «Estoy muriendo por encima de mis posibilidades».

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