George Plimpton, en una imagen de archivo
George Plimpton, en una imagen de archivo - ABC

George Plimpton, vivir para contarlo

La editorial Contra publica, por primera vez en España, una antología del artífice del periodismo «participativo»

BARCELONA Actualizado: Guardar
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La cuestión era estar. Estar ahí, en primera persona. El cómo ya vendría después. «Por muchas humillaciones que sufriera, si uno seguía siendo el observador, lo que vivía y aprendía podía escribirse después. Y había mucho que contar», dejó dicho George Plimpton (Nueva York, 1927-2003), nombre fundacional del Nuevo Periodismo y figura capital de ese «periodismo participativo» que él mismo bautizó y que le llevó a querer explicar las historias desde dentro. No mirando de reojo y tomando notas, sino desde el centro mismo, haciendo palanca y dejándose en ocasiones la piel para vivir el relato antes de poder contarlo.

Editor durante 50 años de «The Paris Review», llevó al extremo su interés por lo asombroso

Explicaba el propio Plimpton, editor durante cinco décadas de la legendaria revista «The Paris Review» y carismático agitador de la vida literaria neoyorquina, que en un principio fue, como casi siempre, la curiosidad.

«Curiosidad por personas dotadas de asombrosas capacidades que las situaban en la cima de sus profesiones, ya fuera deportivas o artísticas», aclara en la introducción de «El hombre que estuvo allí» (Contra), antología que recupera, por primera vez en castellano, sus mejores artículos para «Sports Illustrated», «Esquire» y «Harper’s», entre otras publicaciones.

Hoy en día, cualquier redactor jefe enloquecería ante la idea de que uno de sus reporteros se liase a mamporros con Archie Moore, campeón del mundo de peso semipesado;o se empotrase en la Orquesta Filarmónica de Nueva York para tocar el triángulo a las órdenes de Leonard Bernstein, pero Plimpton lo hizo. Estuvo allí. Y no sólo eso: también fue quarterback de los Detroit Lions, portero de hockey sobre hielo para los Boston Bruins, e incluso lanzador de herraduras junto a George H. Bush.

Lanzar con efecto

Todo empezó en 1958, cuando propuso a «Sports Illustrated» convertirse en un «profesional aficionado» para explicar lo que significaba vivir desde dentro las grandes ligas de béisbol. «En mi caso, concretamente, yo quería lanzar», recuerda un Plimpton que acabaría hecho un trapo, un manojo de náuseas, retortijones y manos sudorosas, después de participar en un partido entre combinados de la Liga Nacional y la Liga Americana. «Tuve una visión fugaz y terrorífica de mi apocalipsis, vívida como un relámpago y, entonces, esperando sobre el montículo, con un sudor frío que sobresalía en unas gotas que se formaban en cuanto pasaba por ellas un dedo, intenté convencerme de que uno no se desmorona sobre el montículo del lanzador delante de veinte mil personas», escribiría de su primera participación.

El periodista probó con el béisbol, el hockey, el fútbol americano e incluso la Filarmónica de Nueva York

Las pasó canutas, sí, pero a partir de ahí ya no hubo vuelta atrás: superada la primera barrera, la del simple testigo, el neoyorquino pasó por el boxeo, el fútbol americano y el hockey sobre hielo; fue domador de leones y golfista ocasional; se enfrentó (y perdió, claro) a Gary Kasparov y recibió una monumental bronca de Bernstein por ciscarse en Mahler. «Cuando terminó la sinfonía apareció en los camerinos, buscándome. Casi gritando me comunicó que había “destrozado” la Cuarta de Mahler, que no quería volver a oír un sonido tan horrible saliendo del fondo de su orquesta nunca más y que, por lo que a él respectaba, estaba acabado, ¡del todo!», rememora Plimpton, quien tuvo mejor fortuna en el cine y llegó a aparecer en un buen puñado de películas –búsquenle, por ejemplo, en «El indomable Will Hunting» o « Nixon»–.

Sus altas pasiones deportivas le llevaron también a dejarse vapulear por el tenista Pancho Gonzáles y a viajar a Kinshasa para cubrir el legendario combate entre Muhammad Ali y George Foreman, en 1974. De aquel periplo surgieron los memorables retratos de Hunter Thompson, Norman Mailer y el propio Alí que también se incluyen en «El hombre que estuvo allí». Plimpton también alimentó pasiones algo más bizarras -le chiflaban los fuegos artificiales , como bien recoge un de los artículos del apartado «Caprichos»–, pero fue esa curiosidad sobrenatural, la misma que años más tarde le llevaría a publicar una biografía sobre Truman Capote con más de un centenar de voces y testimonios, lo que le convirtió en uno de los mejores ejemplos de que, al final, lo importante es participar.

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