La escritora Milena Busquets, fotografiada en Barcelona
La escritora Milena Busquets, fotografiada en Barcelona - INÉS BAUCELLS

Milena Busquets: «Es un texto muy íntimo, me he manchado las manos de sangre»

La hija de Esther Tusquets refleja en «También esto pasará» el pesar por la muerte de su madre. Una pérdida que, sin embargo, le ha hecho crecer como autora: «No es casualidad que me haya puesto a escribir en serio con ella muerta»

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El 23 de julio de 2012 fallecía Esther Tusquets. Escritora, editora… y madre. Aquel día Milena Busquets se quedaba huérfana y comenzaba el interminable peregrinar por la senda del duelo. Sin alivio posible frente a la inconsolable tristeza, Busquets se vio un día sentada, escribiendo una historia. La suya propia, la de su madre. Una historia que germinó en una novela intensa y poderosa, «También esto pasará» (Anagrama), que convirtió a su autora en la sensación de la última edición de la Feria de Fráncfort.

- ¿Es la literatura reparadora?

- Para mí, leer libros sí es de las cosas que más me sanan y me curan. Cuando estoy triste, o cuando algo no va bien, sumergirme en un libro bueno me cura mucho.

Escribir no tanto. A mí, al menos, no me ha servido. Me puse a escribir un poco sin pensar, no tenía la idea de empezar una terapia y que me fuese a quitar la pena. Acabé el libro y la falta de mi madre sigue siendo muy dolorosa, sigo soñando con ella casi cada noche… No, no lo he superado. Ayuda más leer libros de los demás, buena literatura en general. Hay gente que dice que sí, que escribir le sirve como catarsis, pero a mí no, porque sigue todo muy presente y muy fresco.

- ¿Y qué hay, entonces, del poder redentor de la escritura?

- Yo creo que, en el fondo, te salva la literatura ajena, te salvan los demás, de alguna forma. En mi caso, escribir esto me sirvió para clarificar algunas cosas que igual no tenía tan claras. Pero, además, cuando escribes transformas un poco la realidad, se convierte en una novela, no es un diario. Si hubiese querido hacer una cosa absolutamente biográfica hubiese llamado a la protagonista Milena, hubiese mencionado que la madre muerta era escritora o editora…

- ¿Por qué establecer esa frontera, aunque muy difusa, entre realidad y ficción?

- Lo tuve muy claro desde el principio. No quería, en absoluto, que nadie pensase que me aprovechaba de que mi madre era un poco conocida en España para vender libros. Me parecía repugnante y no era mi estilo. Tuve clarísimo que, si escribía sobre ella, que nunca me había planteado escribir sobre ella, no iba a ser sobre Esther Tusquets la editora, o la escritora, sino sobre Esther Tusquets, mi madre. Me pareció inútil poner su nombre, porque la relación importante es madre e hija. Y lo mismo con mi nombre. Estoy relatando una historia de amor, a fin de cuentas. También para guardar un poco la distancia, porque no deja de ser un texto muy íntimo, muy crudo, me he manchado las manos de sangre, de alguna forma. Era una forma de distanciarme un poco, de poderlo mirar más objetivamente y salir menos herida, de poder esconderme un poco.

- La novela tiene una apariencia leve, pero es un engaño. Habla de sentimientos muy fuertes y de una manera muy honda.

«No quería que pensasen que me aprovechaba de mi madre para vender libros»

- Todos tenemos instrumentos que nos son dados casi desde que nacemos, a veces no los puedes ni aprender, para enfrentarnos a la vida. Yo creo que a mí esta ligereza me ha servido para ir superando cosas. Cada uno tenemos nuestras armas. A mí lo que me funciona es esta cierta ligereza de intentar quitarle hierro al asunto y hablar un poco de los hombres, la ropa, el sexo, el mar… Pero en el fondo laten los sentimientos, el dolor por la pérdida, los grandes temas.

- Ha crecido como escritora.

- Sí, he salido victoriosa, porque como artefacto literario parece ser que sí que funciona. Poco a poco fui viendo cómo podía construir una novela que fuera más allá de mi diario personal, que era lo que podía haber sido, una cosa totalmente compasiva.

- ¿Qué le parece que comparen el libro con «Buenos días, tristeza», de Françoise Sagan?

- Sagan me gusta mucho. «Buenos días, tristeza» quizá me gusta menos. Me gusta más lo que escribió hacia el final, que escribió muchísimo, tiene algunos libros fantásticos más tardíos. «Buenos días, tristeza» es un libro magnífico para una niña de veinte años, es una novela de iniciación. Yo creo que cuando la gente compara ambas novelas quiere decir que yo también hablo de un mundo en el que hay acceso a los libros, a la cultura, un mundo privilegiado en este sentido, un entorno burgués muy culto, y más bien izquierdoso, liberal, con preocupaciones sociales.

- Tiene un toque de Colette.

- Ya me gustaría. Colette es un genio absoluto. La fuerza, la pertinencia… Es contemporánea, es de una modernidad… Como lo puede ser Óscar Wilde, al que considero una fuente de inspiración, porque trata temas muy serios, como la pérdida de la infancia, el amor... Todo eso está en Wilde con mucha ligereza, pero dice cosas muy serias. Pero, volviendo a Colette, para mí es Dios, la amo y la adoro. Es la belleza absoluta, es esta gente que escribe una frase…

- Y es capaz de decir tanto en tan poco.

- Claro. A mí no me gustan las cosas muy largas. Hay escritores que se regodean en su propio jugo, en su propio talento. Eso no me gusta. Lo que puedes decir fácil, como lo dice Colette, como lo dice Wilde, está bien dicho ya.

- Hace ya más de dos años que su madre falleció. ¿Puede decir, como en el título, que el duelo, la tristeza, ha pasado?

- No, no pasa. No te curas, pasa a formar parte de ti, esta pena, este dolor insoportable, se va asentando en quien eres. Tal vez no sea malo, no estoy segura de ser peor persona o más triste de lo que era hace dos años. Igual te hace incluso mejor persona, más compasivo, más solidario, más consciente de lo que es perder a alguien.

- ¿Fue difícil crecer, literariamente, al lado de su madre?

«El duelo no pasa, no te curas. Este dolor insoportable pasa a formar parte de ti»

- Sí, yo creo que sí. No es casualidad que me haya puesto a escribir en serio con ella muerta. Mi primer libro, «Hoy he conocido a alguien», es mucho más infantil, con mucha menos sustancia, es un primer intento, pero desde la barrera. El hecho de estar en un medio tan literario de alguna forma me debió frenar. No es casualidad haber podido decir realmente lo que pienso, lo que soy, haber adquirido una voz ahora. No creo que hubiese sido capaz antes.

- En «Madres e hijas», Vivien Nice dice que «las hijas a veces idealizan a las madres y las hacen responsables de sus vidas». ¿Le pasó eso a usted?

- Sí, me pasó eso, pero también le pasó a ella.

- Ahora que lo dice, en este libro hay mucho de «Carta a la madre».

- Sí, sí. Lo que pasa es que en «Carta a la madre» es mucho más duro, al final es como una sentencia de muerte. Esther no salva aquella relación, es mucho más dura, como yo creo que era en la vida.

- En su caso es una declaración de amor absoluto.

- Exacto. Pero, de alguna forma, ella también me idealizó y me acabó responsabilizando de su vida. Y esto fue muy duro de llevar, muy difícil.

- Formó parte de una generación a la que se le entregó la libertad de forma casi obligada.

- Sí, sin darnos ningún instrumento.

- ¿Supieron bien qué hacer con ella?

- Nos educaron en un entorno muy protegido, en el que había acceso inmediato a libros, teatro, cine... Pero, al mismo tiempo, nos echaron por encima una libertad que no teníamos la capacidad de entender ni de manejar. Poco a poco, cada uno buscamos nuestro camino. La libertad es un arma de doble filo, es siempre un regalo, pero peligroso. A mí me sirvió para saber que quería seguir por ese camino. En mi casa se amaba, mi madre siempre lo decía, con los ojos abiertos.

- En la presentación del libro dijo que nunca se creyó eso de la pobre niña rica.

- Sí, por lo que hablábamos ahora. Me parece que hay cosas peores que pasar el verano en Cadaqués tres meses, con una mujer a la que yo adoraba, María, mi niñera, que era como una segunda madre, con mi hermano, al sol, con amigos… No me gusta mucho la gente quejica, y creo que cuando has tenido la suerte increíble de poder ir a una librería y cogerte el libro que quieres… Es un privilegio increíble. Quejarme sería de desagradecida.

- Está claro que los años de la Barcelona de la «gauche divine» son irrepetibles. ¿Dónde estamos ahora, social y culturalmente?

- La «gauche divine» fue un movimiento pequeño, era el reflejo de lo que estaba pasando en Estados Unidos y Francia, y la resaca del París del 68. Justo estos burgueses, aunque no todos lo eran, decidieron dedicar su inteligencia, sus medios y su libertad a hacer cosas interesantes. Los 80 a mí me parece que arrasan con toda la parte idealista y valiente de los 70. ¿Ahora dónde estamos? Yo creo que pueden pasar muchas cosas. Es un momento bastante estimulante, porque de alguna forma se ha visto que el poder máximo del dinero nos lleva a una crisis espantosa de todo… A ver lo que pasa ahora. Yo soy optimista, estamos en movimiento. Hay gente maravillosa en todas las épocas.

- A lo largo de la novela, lo que hace Blanca es preguntarse: ¿y ahora qué? Yo le traslado a usted esa misma pregunta.

- ¿Y ahora qué? Pues… A seguir viviendo, no sé. Pensar en lo que quiero escribir y seguir viviendo. No ha cambiado mucho nada. He tenido la suerte inmensa de que a la gente le ha hecho gracia este libro. Seguiré subiendo a Cadaqués, seguiré visitando la tumba de mi madre, la seguiré echando de menos, me seguiré enamorando, seguiré cuidando de mis hijos… La vida continúa. No tengo prisa por ponerme a escribir.

Ver los comentarios