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Recurrir a los clásicos tiene eso, que siempre son muy socorridos. El primer párrafo de Ana Karenina, de Leon Tolstoi dice: «Todas las familias felices se parecen unas a otras; paro cada familia infeliz tiene su motivo especial para sentirse desgraciada».

Parece como si la felicidad nos igualase en ese estado tan ansiado por todos y que nos equipara por el mismo rasero, mientras que las desgracias, esas que nos hacen diferentes, singulares y únicos, nos proveen de un halo especial que nos hace exclusivos.

Imaginemos por un momento que somos privados del bien mas preciado por el ser humano después de la vida, la libertad. La justicia ya ha actuado, y la única garantía que tiene la sociedad para resarcirse del delito cometido es que penemos entre rejas. Pues ni ahí somos iguales.

Una vez superada la presunción de inocencia y habiendo tenido a mano todas las garantías procesales a golpe de cuenta corriente, al final la reclusión tanta temida no es igual para todos.

Existen rejas que permiten que entre el sol a raudales, otras sin embargo no dejan pasar ni siquiera el aire. Existen muros que no se salvan ni en sueños, en cambio otros se saltan sin esfuerzos. Sabemos de alambradas de suavidad sedosa mientras otras te dejan la vida hecha jirones.

Leo en la prensa que el expresidente de las Islas Baleares, Jaume Matas, ha cumplido su primer mes en prisión después de ser condenado por prevaricación, fraude fiscal y no se cuantos delitos mas a cargo del erario público. La mayor parte de ese tiempo la ha pasado en la enfermería de la prisión. Padecía una otitis, patología menor que la mayor parte de la población reclusa tendría que mitigar en su celda.

Veo en los periódicos que el expresidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra, la persona más premiada en España por juegos de azar, sale de los juzgados donde se va a decidir si entra en prisión para cumplir condena por delito fiscal. En un arranque de gallardía, saluda y da la mano complacientemente a los agentes de la Benemérita como si acabara de realizar un acto encomiable. Los delincuentes comunes suelen salir a empellones.

Me cuenta que familiares de reclusos de los Centros Penitenciarios del Puerto de Santa María deben aguantar, a pleno sol de verano, las tórridas temperaturas del descampado que es el aparcamiento del centro. Ni una mísera sombra, ni una simple fuente de agua en la que refrescarse o mitigar la sed.

No es ya que dudemos de la ceguera de la justicia, es que hasta el penar distingue de clases.