Tribuna

El sueño de Valentín

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A Valentín le tengo aprecio, tal vez porque le conocí mucho antes de que un equipo de especialistas le pusiera esa cara de Wesley Snipes -el vampiro de Blade- o quizá porque desde la oficina en la que trabajo la historia se huele mucho antes de que se descubra. Lo cierto es que a Valentín le cogimos cariño a primera vista. La mañana en la que Valentín decidió salir de su escondrijo era una mañana como otra cualquiera, sin grandes señales ni sonidos tipo Hum, una mañana de ruido insoportable de excavadora y escombros, de tierra revuelta y de vómitos de historia. En la lotería fenicia ya habían salido cisternas, vasijas, niños muertos, toda una pedrea de consolación mientras se esperaba el premio gordo, esa muralla de la que todo el mundo hablaba pero nadie había visto, la muralla que daría nombre a la ciudad fenicia, Gadir. Y entonces, sin previo aviso, apareció él. Grandísimo y desgarbado, con unas hechuras raras incluso para un muerto, tendido boca abajo con la mano izquierda sobre la cabeza, tapándose, escondiéndose, como si la muerte le hubiese cogido a trasmanos porque todos llevamos un arqueólogo dentro, comenzamos a hacer conjeturas desde el balcón. Pobrecillo, nadie lo enterró, sería un esclavo, no era viejo, saldría huyendo de algo o de alguien, no tendría familia.

Hasta que la ciencia, que adelanta que es una barbaridad, y que no se entretiene en románticas divagaciones de oficina ni en hipótesis de casapuerta, dictaminó que Valentín, el fenicio, había fallecido justamente 2.600 años antes de aquella mañana en la que fue arrancado de las entrañas del suelo. Que había muerto en el mismo sitio donde lo encontraron, junto a un edificio destruido por el fuego y que andaría entre los 25 y los 30, que era alto para la época y que sufría de vértigos y de dolores crónicos de cabeza porque padecía el síndrome de Arnold-Chiari -que evidentemente, no estaba descubierto en aquella época-. Valentín tenía roto un fémur y fue quizá una caída desde una altura elevada -el edificio en llamas- la que provocó su dolorosa muerte un día de intenso viento norte.

Esta semana Valentín ha dado, por fin, la cara. En Fitur. En un vídeo a medio camino entre un 'Minority Report' y un 'CSI' de andar por casa. En una campaña de promoción al turismo y como reclamo de los 3.000 años de antigüedad de la provincia que esta semana, también, vuelve a encabezar las listas del paro. No está mal. Si no se sabe a dónde vamos, por lo menos que sepamos de dónde venimos. Vender pasado es tan lícito como vender futuro y si no se nos diera tan mal el comercio -y eso que presumimos de fenicios-, hasta podría ser la tabla de salvación para mantenernos a flote.

Si lo del Doce más que un sueño, fue una pesadilla, tal vez el yacimiento arqueológico del Cómico pueda convertirse en un reclamo turístico para una ciudad que pretende vivir del cuento -entiéndame, de la historia, de la leyenda, de la tradición-. Los restos arqueológicos de viviendas fenicias parecen ser los más importantes hasta el momento en todo el Mediterráneo occidental y «su puesta en valor» -me encanta escribir esto, que no sé muy bien qué quiere decir- permitirá conocer la vida cotidiana de Gadir, sus calles, cómo cocinaban. En fin, otro centro importantísimo de referencia para la investigación y esas cosas. Total, que parece que la Ruta Cádiz Fenicia se presenta como más atractiva que la ruta doceañista, o al menos eso dicen ahora. Habrá luego que ver en qué se concreta, y cómo se vende.

Porque digo yo que al pobre Valentín no le habrán sacudido el polvo de la eternidad y lo habrán despertado del sueño eterno para que acabe como los sarcófagos antropoides del Museo, muertos, pero de asco de ver cómo se acumulan las telarañas sobre su historia sin que hasta el momento eso de «poner en valor» haya ido con ellos. Ciudades con mucho menos han hecho de sus reliquias auténticos iconos para el turismo y para el comercio. Eso sí, con una apuesta única y fuerte, no divagando ni discutiendo sobre lo que es tuyo o lo que es mío -y la Junta de Andalucía, en lo de los sarcófagos fenicios tiene mucha responsabilidad-, ni entreteniendo al personal con el Doce, el Quince o lo que sea. Una apuesta, una. Y todas las fichas en la misma bola.

Ya lo hemos intentado con la ciudad medieval, con la romana, con la liberal, con la ilustrada y de poco nos ha servido. Quizá pisando un poco más el acelerador de la máquina del tiempo nos demos cuenta de que Valentín más que un hallazgo es una señal. Dejémonos ya de ciudad constitucional, ciudad que sonríe, ciudad que funciona y todos esos eslóganes que solo han servido para ir parcheando el proyecto de ciudad que se quiere. Cádiz Fenicia no es sólo una marca, sino una garantía de que, en el futuro, podremos vivir de nuestro pasado. Aunque eso conlleva una reflexión profunda sobre el estado de la ciudad y algo más que la realización de un vídeo o la apertura de un museo en los bajos del teatro de la Tía Norica y no sé si estamos preparados para asumirlo.

Y mucho menos hoy, que es la Erizada y el viernes empieza el COAC. A ver si se nos olvida pronto lo de Valentín.