ESPAÑA

EL HOMBRE QUE QUISO PASAR A LA HISTORIA

El líder de CiU supera el primer reto con el pacto de la pregunta y la fecha, pero se enfrenta a cómo celebrar una consulta prohibida El presidente catalán está dispuesto a inmolarse políticamente antes que ceder a las negativas de la Moncloa a permitir el referéndum independentista

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La fotografía que Artur Mas escogió para su imagen de campaña, la de un presidente de la Generalitat con la mirada en el horizonte y los brazos abiertos como un mesías, chocó en un primer momento, recibió duras críticas y pareció un error de su equipo, vistos los resultados de los comicios a toro pasado. Pero enseguida, en cuanto tomó posesión de su segunda presidencia al frente del Ejecutivo catalán, se pudo comprobar que la estampa iba más allá del cartel electoral. Mas se comprometió en su primer discurso a emprender el camino hacia Ítaca, la operación política en Cataluña de mayor calado en 300 años. Se ponía como objetivo ni más ni menos que pasar a la historia como el dirigente que puso las bases de la independencia de Cataluña. Quería figurar en los libros de historia, dijo en una ocasión, como una combinación entre Enric Prat de la Riba, creador de la Mancomunidad catalana en 1914, embrión de la actual Generalitat, y Francesc Macià, que proclamó la República catalana en 1931 desde el balcón del Palau de la Generalitat.

Empujado por el fervor de la calle, Mas se subió hace un año largo a la ola soberanista y enterró 35 años de tradición pactista de CiU, aunque en el camino no se ha encontrado más que dificultades: división interna en su partido, negativa firme del Gobierno central, presiones del empresariado catalán, desmarque socialista y veto de la UE y la OTAN. Grandes obstáculos que, sin embargo, nada tienen que ver con las incógnitas que aún tiene que solucionar.

De momento ha superado el primer gran reto, fijar la fecha y la pregunta de la consulta, un paso que muchos dudaron de que se atreviera a dar. «Es histórico, ahora empieza el proceso de verdad», afirma Carles Boix, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad norteamericana de Princeton y miembro del consejo asesor para la transición nacional, organismo que guía a Mas en el proceso hacia el referéndum. «Lo que había hasta hora era una conversación interna dentro del país sobre las posibilidades de dar el paso, ya podemos decir que ha arrancado el camino hacia la autodeterminación», apunta.

Ante el riesgo de caer en el ridículo, lo único que según dijo Josep Tarradellas no se puede hacer en política -un consejo que los políticos catalanes tienen tatuado-, Mas ha logrado poner de acuerdo al 64% de los diputados del Parlamento catalán, los de CiU, Esquerra, Iniciativa y CUP. Ha colocado en la misma foto a un partido de extrema izquierda, asambleario y que apuesta por la independencia socialista de los Països Catalans, como CUP, y una formación democristiana, conservadora y representante del 'establishment' económico, la Unió de Duran. Ha cumplido con lo que establece el pacto de gobernabilidad que CiU y ERC suscribieron hace un año y ha lanzado el mayor desafío democrático al Estado español desde la recuperación de la democracia. El 9 de noviembre no sólo será la fecha que recuerde la caída del Muro de Berlín.

Oxígeno y tiempo

Mas ha conseguido asimismo estirar los tiempos en la política catalana y coge algo de aire para la legislatura, tras doce meses interminables. La semana que viene podrá, por fin, aprobar los presupuestos de 2014, la primera vez que lo logra ya que el presente ejercicio lo ha gestionado con las cuentas prorrogadas. Con el instrumento de los presupuestos arreglado para el año que viene, Mas se asegura, como mínimo, llegar hasta finales de 2015, ya que si vienen mal dadas podría volver a prorrogar sus cuentas. Ese es el reto estratégico en el Palau de la Generalitat, esperar a que instale un clima diferente dentro de dos años en la Moncloa y que quien gane las próximas elecciones generales será sin mayoría absoluta y tendrá otro guión sobre la cuestión catalana.

Son muy pocos los que confían en que la consulta se celebrará el 9 de noviembre de 2014, aunque la secretaria general de Esquerra, Marta Rovira, dijo ayer desafiante: «Nos dicen que la consulta es ilegal, inconstitucional, pero ¿qué harán para impedir que votemos? ¿Qué pueden hacer? No pueden hacer nada». Más realistas, en Convergencia confiesan desde el anonimato que «necesitaremos dios y ayuda». Un realismo pesimista que los líderes catalanes solo expresan por ahora en privado; en público, el discurso desparrama triunfalismo.

El presidente de la Generalitat, en cualquier caso, está dispuesto a todo, hasta inmolarse, en términos políticos, en el altar de la patria, según el acerado comentario de un colaborador suyo. Tiene una misión, la lidera y la vuelta atrás ya no es posible. Supondría su final como político, un precio que dice estar dispuesto a pagar, y quizás también el de su partido, que por primera vez se ve superado por Esquerra.

Lo que está por ver es qué considera el presidente de la Generalitat llegar hasta el final. Ni el PP ni el PSOE muestran por el momento el más mínimo atisbo de que en algún momento puedan abrir la mano a que Cataluña pueda decidir de manera soberana qué tipo de relación quiere tener con el resto de España. La vía escocesa es una quimera en la España actual y Mas, en un escenario a medio plazo, solo tendrá dos opciones y deberá elegir entre una consulta descafeinada al estilo de las que 500 municipios catalanes celebraron entre 2009 y 2012 o elecciones plebiscitarias. La primera no le gusta a Mas ni a casi nadie, que insiste en celebrar un referéndum legal por la vía de la delegación de competencias recogida en el artículo 150.2 de la Constitución o a través de la ley catalana de consultas. Es más, baraja convocarlo el próximo 11 de septiembre, la fecha de las fechas para el soberanismo catalán, y alimentar así las dosis de simbología de su desafío.

Plebiscitarias

La otra alternativa de Mas es las elecciones plebiscitarias, probablemente lo más realista. Sólo él tiene la prerrogativa de convocar unas elecciones autonómicas y la Moncloa ahí no tendría nada que decir. CiU, Esquerra, Iniciativa y CUP podrían pactar unos mínimos para que quedara claro que quien les vote, estaría votando sí en el referéndum. El problema de estos comicios, uno de tantos, es la gestión del día después. Los más radicales del independentismo aguardan, si el soberanismo resulta mayoritario, que el presidente de la Generalitat salga al balcón del Palau de la Generalitat y proclame el Estado catalán o que el Parlamento de Cataluña declare la independencia unilateral.

Puede que Mas se autoinmole con las plebiscitarias, pero si fuera así no se cumplirá el refrán de que muerto el perro, se acabó la rabia. Con Mas o sin él, el sentimiento soberanista -que hoy es mayoritario en Cataluña, el 54,7% votarían sí a la independencia, según el CEO- se mantendrá en la sociedad, el 80% de la población está a favor del derecho a decidir y nada hace prever que vaya a menguar. Quedará latente un conflicto que heredarán y deberán resolver las próximas generaciones.

El problema catalán, por tanto, puede enquistarse durante años. «Sin la movilización de una parte enorme de la sociedad, este proceso no tendría la trascendencia que tiene», afirma el catedrático de Historia Contemporánea Jordi Casassas. «El recorrido tiene solo dos vías: hacerse cada vez más conflictivo o entrar en un diálogo sereno que permita algún tipo de solución, aunque ésta última posibilidad no se ve por ningún lado». «Mas seguirá hasta el final porque este proceso va de abajo arriba, no es un invento de las élites o de las clases políticas. Por eso es más interesante y más serio, porque sale de la base y esto en Madrid no lo entienden», remata Boix.