Antonio Sánchez es el único cochero de El Puerto que ofrece sus servicios durante los 365 días del año. :: C.A.C.
EL PUERTO

El último paseo a caballo

Antonio Sánchez es el único cochero que queda en El Puerto

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Si fuese mohicano, tendría ya su película, porque es el último. Y si hubiese nacido tango, París le habría hecho inmortal. Antonio Sánchez se ha convertido en el último vestigio de un oficio que casi se ha perdido en El Puerto: el cochero de caballos.

Haga frío o haga calor, a primera hora de la mañana o de madrugada. Ahí está Antonio disponible con su coche y su caballo. A 'full-time', como dicen los anglosajones, porque «yo trabajo los 365 días del año, da igual si es Navidad, porque si alguien me llama, tardo cinco minutos en venir», afirma.

Quizás ahí se esconda una de las razones de que se haya convertido en el único superviviente de una profesión «que no da para vivir bien». Cobra la tarifa a 30 euros, importe por el que lleva a los turistas a lugares emblemáticos durante unos 45 minutos. Sin embargo, pese a que el minuto sale como mucho a un euro, sino menos, «siempre acaban regateando». Este reportaje se hace justo en el momento en que ha subido la bandera, y un «americano» al que ha pedido finalmente 20 euros le abona 30 en señal de agradecimiento, «para que le dé un premio al caballo». Pero la 'propina' irá «para comer hoy, que el animal ya está bien alimentado», subraya.

El coche de caballos que conduce Antonio, de su propiedad, al igual que el equino, es uno de esos 'taxis' en peligro de extinción. El exotismo que podía tener antes para turistas extranjeros y nacionales ha ido perdiendo peso. Ahora los clientes son «principalmente de fuera de España», aunque todavía encuentra ingresos en los bolsillos de «gente que viene del norte del país».

La crisis está pasando factura. Lo dice él, que sólo encuentra algo de competencia precisamente en verano, porque «ahora hay de vez en cuando dos chavales». Pero se lo trasladan también los establecimientos de hostelería con los que tiene una conexión directa. «Después del verano van a cerrar bastantes locales», destaca, «porque la gente ahora casi no consume y, si lo hace, piden una tortilla para diez personas». En la calle Micaela Aramburu hay establecimientos que pagan de alquiler «1.500 euros al mes», a lo que hay que sumar salarios, impuestos y gastos variados.

Precisamente en esta arteria de la localidad tiene la parada oficial su coche de caballos. Sin embargo, la experiencia y el día a día le dice que «no es el sitio más adecuado», una circunstancia que le hace rotar en busca de clientes por la plaza de España o la plaza de Las Galeras, «que es donde están los turistas». Unos lugares que en múltiples ocasiones es invitado a abandonar. «Yo acato eso sin problemas, pero tengo que buscarme la comida», enfatiza.

Lo que recauda representa el único ingreso familiar. «Da para comer y poco más», dice Antonio, que después de «toda la vida» trabajando en el mundo del caballo se resiste a tener que dejar el oficio al que dedica sus días desde hace casi una década.

«Quizás falta apoyar el turismo, vender mejor El Puerto», reflexiona sin saber certeramente en qué lugar se esconde la gallina de los huevos de oro. Algo que sí sabe muy bien es que hace falta apoyo para gente como él, fundamentales a la hora de intentar que quienes llegan a la ciudad queden tan encantados que decidan regresar. «En otros sitios, las tarifas son de 80 euros, y hay más gente viviendo de esto», avisa. Sin ir más lejos, en Jerez son bastante más las licencias concedidas.

Pero a la espera de que cambien las circunstancias, él seguirá con algunos de sus equinos tirando del carro, con el objetivo de llevar algo de dinero a casa mientras enseña a quienes quieran disfrutar de sus servicios el Castillo de San Marcos, la plaza de España donde reina la Iglesia Mayor Prioral, la Iglesia de Santo Domingo y la plaza de toros, entre otros muchos de esos rincones portuenses con encanto. «Me conformo con tener para comer y poder mantener el coche y los caballos», sentencia.

Puede que hoy sea su día de suerte. Llegan potenciales clientes. «Son 30 euros», dice él. Comienza el regateo.