EL MARTILLO

SON DE PIEDRA

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Inquebrantables como el mármol y firmes como velas. Así tenemos que ser los cargadores para soportar la agresión física que supone nuestro trabajo: un ejercicio desmedido durante un breve espacio de tiempo; una cadencia que alterna el esfuerzo y el descanso en una proporción muy desfavorable; una manera de cargar que agrede todas las leyes que rigen la mecánica del aparato locomotor; un peso asimétrico que atenta contra el eje de gravedad del cuerpo humano; y un habitáculo, para poner en práctica todo lo expuesto, carente de las condiciones aeróbicas necesarias para realizarlo. Es más, ni siquiera los especialistas en medicina deportiva, se atreven a catalogarlo de «ejercicio», pues no existe un criterio científico que pueda establecer pautas de entrenamiento/preparación para algo tan agresivo y lesivo.

Sin embargo, cada año sucede lo imposible y el cargador cumple su misión con el palo al hombro. Por eso la dureza del mármol sirve para reflejar el rigor y la reciedumbre que requiere su trabajo debajo de un paso. Pero ¡cuidado!, firmeza exterior no significa dureza y frialdad interior. Algo grande debe mover a un cristiano para aventurarse a esa proeza: entrega, humildad, sacrificio, penitencia, contrición, oración, mortificación, amor.

¿Quién sabe? Todo permanece oculto bajo los faldones y en el corazón de cada uno. Pero nada pasa desapercibido: Quien tiene que saberlo, lo recibe en el momento adecuado -antes, incluso, de que se ponga en práctica-. Un corazón quebrantado y humillado el Señor no lo desprecia.

Nosotros, sin nombre alguno y sin señas de identidad porque no las necesitamos para meter el hombro y poner el alma: siempre fieles, siempre alegres. ¡Siempre de frente!