Rick Perry. Arriba, Nixon en el debate de 1960. :: PAUL SANCYA/AP
Sociedad

Un político sin palabras

Al republicano Rick Perry se le quedó la mente en blanco en un debate televisivo. Eso, en EE UU, puede costarle la carrera

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España ha desarrollado su propia modalidad de debates televisivos entre candidatos, una suerte de monólogos en paralelo donde queda poco espacio para la sorpresa y, si no se quiere responder a una pregunta, se suelta el rollo sobre otra cosa y santas pascuas. Pero en Estados Unidos, donde los inventaron, los debates en un plató son una cosa más seria y arriesgada, capaz de rematar carreras políticas en un minuto. O en 53 segundos, que fue lo que tardó el gobernador de Texas, Rick Perry, en hundirse en un pozo más profundo que los que abren en su tierra para sacar petróleo. Él, que aspira a ser el candidato republicano a la Casa Blanca, tenía clarísimo que iba a suprimir tres agencias estatales en el caso de llegar a presidente, así que fue sacando deditos ante la cara de su rival: «Comercio, Educación y... ¿cuál es la tercera? Comercio y... a ver... cuál es la otra...». Entre las risas del público, consultó sus chuletas y rebuscó una y otra vez en su cerebro encasquillado, pero no le salió: «La tercera... No puedo, lo siento... Ups». Energía, era Energía.

Ese 'ups' avergonzado e impotente puede ser, según los analistas, el punto final de su carrera, pero el gobernador ha intentado remontar el vuelo de una manera que, vista desde la plomiza pomposidad de nuestra política, también resulta sorprendente: ¡con humor! Ha colgado una encuesta en su web con la pregunta '¿de qué parte del gobierno federal te gustaría olvidarte?', ha atribuido su lapsus a que «las malditas agencias federales son demasiadas» y, sobre todo, se ha prestado al juego del show de David Letterman, en el que presentó diez excusas para lo ocurrido. «En realidad -argumentó-, hay tres razones por las que la fastidié anoche: la primera fueron los nervios; la segunda, el dolor de cabeza, y la tercera, hummmm... ¡ups!». Otra de las justificaciones aludía a uno de sus adversarios: «Trata tú de concentrarte con Mitt Romney sonriéndote. ¡Es un tío guapo!». Y en la última se adentraba ya en el campo del surrealismo: «Acababa de enterarme de que Justin Bieber es mi padre».

Pero, aun así, tanto los medios convencionales como las redes sociales le están descuartizando. Algunos le atribuyen ya el título de Rey de los Metepatas, que por aclamación pública correspondía hasta ahora a Joe Biden, el vicepresidente de Estados Unidos, un tipo propenso a que se le escape la palabra 'joder' con el micrófono abierto y protagonista de despistes legendarios: en un mitin, tras presentar a un senador, dijo «levántate, Chuck, que te vean», sin darse cuenta de que el hombre es parapléjico a consecuencia de un accidente de tráfico; en otra ocasión, durante una celebración en la Casa Blanca con el primer ministro irlandés, se refirió a la madre del invitado y añadió «Dios la tenga en su gloria», pese a que la buena señora seguía bien viva.

La capacidad de la televisión para hundir o aupar a un candidato quedo clarísima desde el primer debate presidencial que se emitió, el que enfrentó a Kennedy y Nixon en 1960. El primero apareció moreno, vigoroso, con brillo de futuro; al segundo, en cambio, se le veía macilento, enfermo y bañado en sudores, como si fuese a desplomarse de un momento a otro. Y, efectivamente, se vino abajo, pero en las encuestas. Otro momento que dio carpetazo al porvenir de un político se dio en un debate de 1988, aunque en aquel caso el afectado solo pecó de coherencia: a Michael Dukakis le preguntaron qué ocurriría si su mujer fuese violada y asesinada, ¿acaso no querría la pena de muerte para el culpable? «No, y creo que sabe que me he opuesto a la pena de muerte toda mi vida», respondió. Lejos de admirar su compromiso, los votantes castigaron lo que habían interpretado como frialdad y sangre aguada.

Mirando el reloj

Las auténticas meteduras de pata no han sido tan determinantes, pero sí han influido en las correspondientes campañas. Ahí está, por ejemplo, una frase visionaria de Gerald Ford en un debate: «No hay dominación soviética en Europa del Este». Mientras su equipo se atragantaba en la sala vecina, detalló que hablaba con conocimiento de causa, porque había visitado Polonia, Yugoslavia y Rumanía: «No creo que los polacos se consideren dominados por la Unión Soviética». A veces, ni siquiera hace falta hablar: a George Bush padre se le vio consultar el reloj mientras un miembro del público le preguntaba por la recesión, como si le incomodase prestar atención a los ciudadanos. Y, en fin, de vez en cuando se producen bloqueos al estilo de Rick Perry que demuestran que el tiempo es relativo y que, en televisión, los segundos se vuelven eternos: «Hemos hecho cuanto se podía hacer», fue capaz de decir Jan Brewer, gobernadora de Arizona y azote de Obama, antes de resumir todos esos logros en un larguísimo silencio con la cabeza caída, más propio de un muñeco abandonado de repente por su ventrílocuo.

Pero bueno, aquí también hemos tenido algún bonito patinazo en el debate entre Rubalcaba y Rajoy. Mientras discutían acerca de las diputaciones provinciales, al candidato del PP le dio por demostrar sus conocimientos sobre los pueblos de Cádiz. Fue una pequeña frivolidad, una floritura dialéctica: «He estado en Cazalla, Constantina, Olvera, Grazalema...». Lástima que los dos primeros pertenezcan a Sevilla, aunque su oponente, diputado por Cádiz, ni siquiera se inmutó. Y, encima, son tan sosos que ni siquiera hacen chistes después.