gastronomía en Cádiz

El gran café de la calle Compañía

El Bar Brim de Cádiz, con más de 50 años de historia, se ha convertido en un símbolo para los aficionados a esta bebida

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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El aroma inunda todo, es un elemento de adorno más de la calle Compañía, en pleno centro de Cádiz. El ruido de la máquina a presión de la cafetera hace también 'efecto llamada', para qué hace falta más marketing. No hay concesiones, pero el que lo prueba, vuelve. El café se toma de pie. No hay sillas, ni buenas vistas, ni pan para acompañar, ni churros, a no ser que se traigan de la calle. Las posibilidades de maridaje se limitan a unos sobaos, tortas de aceite de Inés Rosales y las populares rondeñas de Sanlúcar, nada más. No esperen encontrarse con una lista de cafés e infusiones de los más variados estilos, de eso nada: solo o con leche, y ahora también descafeinado, servido en vaso de duralex. El escenario no varía desde hace más de 50 años y el aire acondicionado se limita a una buena ventana abierta para que entre el fresquito y dos ventiladores, también con algunos años. Pero los que frecuentan su barra, que son legión, van allí a lo que van, a tomar buen café, a tomar un producto casi único, de filigrana.

Antonio Díaz Orcero, 47 años, nacido en Cádiz, abre las puertas del Bar Brim todos los días excepto los domingos y fiestas de guardar. Lo aprendió todo de su padre, Antonio Díaz González, que fundó el establecimiento allá por el año 1956.

Pocos secretos

Antonio afirma que no hay secretos para su producto. Café bueno, Catunambú en este caso, una buena máquina para molerlo, un buen proceso de encapsulado que ellos hacen a mano echando el molido en el recipiente con una cuchara, y una buena leche, que consideran fundamental. Ellos la utilizan fresca del día que le traen a diario desde Conil. También importa el mantenimiento de la máquina para que los conductos no se estropeen con la cal del agua, por lo que hay que limpiarla frecuentemente. Pero lo cierto es que el producto es único y ha hecho que el establecimiento viva exclusivamente de eso, de servir café, que constituye el 90% de las ventas, destaca Antonio.

Antonio Díaz González nació en Cabezón de la Sal, en Santander. Cumpliendo a la perfección el libro de estilo de los chicucos, con tan solo nueve años llega a Cádiz para trabajar junto a su tío Pedro, que por entonces regentaba en la plaza de San Juan de Dios un establecimiento de gran fama y que luego sería conocido como 'El Novelty'. Charo Aragón Pina, su nuera, 43 años, que regenta la zapatería Charo Aragón en la cercana plaza de Las Flores, afirma que su suegro tenía una gran admiración por él, porque le enseñó la profesión y todos los secretos del café. Charo conoció a su marido precisamente en el establecimiento y trabó una gran amistad con su suegro que le contaba, entre café y café, muchas historias de su vida.

Con su tío Pedro siguió unos pocos de años, cumpliendo el rito del chicuco. De lavar vasos pasó a servir al público hasta que su tío, reconocida ya su valía, le encomendó el rango más alto, el de encargado del establecimiento. Antonio, una vez aprendida la profesión, se atrevió a abrir negocio propio y se hizo con el café Morante, en la calle Columela (lo que hoy es el restaurante Nino´s) hasta que en 1956 se hace cargo de un pequeño local en la calle Compañía, el Bar Brim, que era entonces un bar donde se servían bebidas y comidas.

La llegada al bar

Pero la idea de Antonio era cambiar el negocio e ir desarrollando el proyecto que había pensado, la de centrarse en el café, su pasión y un producto que dominaba desde todos los puntos. En 1962 se casa con una gaditana, con Ana Orcero Ferrari y ya a mediados de los 60 el Bar Brim tiene casi como único protagonista al café. Tan solo queda ya un grifo de cerveza y las tapas han desaparecido del establecimiento.

Pero el proyecto del niño que llegó a Cádiz con nueve años desde Cantabria tenía sus inconvenientes. Así, para atender a los obreros de Astilleros, el bar abría a las cinco y media de la mañana y por la noche le daban las tantas para dar servicio a los que salían de la última sesión de los cercanos cines del centro. La solución era que más de una noche se quedaba a dormir en el establecimiento.

Su único recreo era la playa de La Caleta a la que solía acudir siempre que podía a darse un baño, fuera verano o invierno. Junto a otros tres compañeros eran conocidos como el grupo de 'los pingüinos' porque acudían siempre a su cita con el mar. Charo señala que su suegro le contaba que cuando tenía que tomar alguna decisión importante le gustaba quedarse a pensarla allí junto al mar. Antonio murió prácticamente al pie del cañón, con los 90 ya cumplidos y solo dos meses después de haberse retirado ya del establecimiento «porque no podía con los pies». Su hijo, Antonio Díaz Orcero, que ahora regenta el establecimiento, señala que «nunca se quiso jubilar. Decía que esta era su vida y que aquí quería estar».