Opinion

Ilusionismos piadosos

La vida tiene mucho de espejismo, aunque hay quienes se limitan a verla reflejada en un espejo convexo

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En buena medida, la felicidad depende de la realización de nuestras ilusiones, pero es posible que también dependa de la constatación de nuestros temores. Una persona a la que le toca la lotería está casi obligada a mostrarse feliz, porque muy mal talante hay que tener para que te señale con su dedo caprichoso la fortuna y te pongas de mal humor, pero me temo que también experimenta una variante melancólica de la felicidad la persona a la que no le toca jamás la lotería, porque esa desatención por parte de la suerte le confirma una vieja sospecha: que aquello no toca nunca, y esa certeza le sirve de consuelo, y creo que estarán de acuerdo conmigo en que todo consuelo constituye una forma modesta de felicidad, porque si bien es verdad que el consuelo no ahuyenta la desventura, al menos la palia.

Hay quienes dedican la vida a alimentar quimeras improbables, supersticiones descabelladas, convicciones conspiranoicas y suposiciones irracionales. Algunos de ellos tienen la suerte o la desgracia de acabar medicados, pero otros se pasan la vida en estado natural, por así decirlo, y creo que, en una sociedad que aspira al igualitarismo, estos seres de intimidad complicada merecerían una atención específica por parte de las administraciones públicas. ¿Qué trabajo le cuesta a un ayuntamiento echar a volar de vez en cuando un platillo volante para satisfacer la fantasía de aquellos vecinos que no pueden vivir en este mundo sin la sospecha de la existencia de otros mundos? ¿Qué trabajo le cuesta a un concejal de urbanismo publicar un bando en el que se señale al presidente de una comunidad de vecinos como agente infiltrado de la CIA, para confirmar así la sospecha que rumia desde hace años la vecina del 3º B? ¿Qué trabajo le cuesta al portavoz de un gobierno autonómico anunciar que se ha designado un comité de expertos para estudiar las apariciones de la Virgen María en una cueva? Ninguno.

Fuera ya del ámbito administrativo, ¿qué trabajo le cuesta a los redactores de una revista musical publicar un par de fotos borrosas en las que se entrevea a un Elvis Presley envejecido y gordinflón, saliendo de un restaurante panameño o guatemalteco del brazo de una exmodelo rubia como la cerveza y tersa como la silicona, como constatación de que el ídolo sigue vivo, aunque retirado del mundo ruidoso? ¿Qué trabajo le cuesta a un crítico musical lanzar la suposición de que las canciones de Bob Dylan las escribe en realidad Georgie Dann, para que los amigos de las hipótesis raras sientan una punzada de felicidad en el hipotálamo, o donde sea? Ninguno. La vida tiene mucho de espejismo, aunque hay quienes se limitan a verla reflejada en un espejo convexo, o cóncavo, o psicodélico, o qué sé yo. Y así andamos todos, cada cual con sus quimerismos, con sus fantasmas. Buscando la felicidad hasta en nuestros miedos. Y capaces de aterrarnos ante un simple pepino.