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EL CULANTRILLO

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Conócese el culantrillo, helechito minúsculo y preciosista, con el nombre de 'Cabello de Venus', ocupándose el taxón de catalogarlo, con la solemnidad lapidaria latina, como 'Adiantum capilus-veneris'. No incurran en la malicia de pensar que evoco a esta humilde y saludable plantita para incitar a la lucubración erótica, lúbrica, afiliándola al mundo venusiano. Advertidos quedan, desde los escondrijos pudorosos del candor. 'Adiantum', en latín, significa 'que no se moja' y lo de 'capilus-veneris' elocuencia sus dotes para combatir la alopecia, vulgo calvicie. La convoco a la alegoría como exponente de los microscópicos oficios y oficiantes licitados para encararse contra la prepotencia con clara voz y merecido voto.

En las Islas Canarias, mis muy queridas, utilizase el culantrillo para ejercer de depurador de aguas consumibles, recubriendo con él la 'filtradera', mueblecito rural que se utiliza para desbravar las aguas potables, en tiempos de la lluvia, eludiendo el mal carácter de la química. En el siglo XVIII fue conocida como el 'segundo oro' dadas sus versátiles habilidades curativas, ya que, emulando al ungüento de Magulez, combate desde la caída del cabello, hasta el azote de la tos, pasando por los retortijones menstruales.

En esencia, esta plantita sanadora de belleza mínima y dotes múltiples, bien puede ser considerada cimero ejemplo de los miles de millones de pequeños seres que pueblan la tierra para ejercer un concreto rol al servicio silente de los demás. Nada sobra en el firmamento, salvo los idiotas malpensados maledicentes y los egoístas recalcitrantes. No caben la insidia envidiosa y la conspiración agresiva en la Naturaleza, ya que el cosmos no posee voluntad para infligir daños. Obra desde un marco legal macroscópico predeterminado. La perversión ética, moral o cultural, que comporta toda agresión, toda sevicia moral o física, voluntaria, intencionada, sólo es atributo del ser humano como único mamífero dotado de voluntad. Sus actos pueden llegar hasta infligir el irreparable daño de la muerte a un congénere, dada su libérrima capacidad de deshumanizarse, lo contrario del tigre que no puede ''destigrarse' como explicaba Ortega y Gasset.

La violencia, ejercida por el ser humano, no responde a una pauta zoológica condicionante, a una memoria cruenta de su especie, sino a una intoxicación ambiental, a una atmósfera cultural enrarecida, inducida por la pérdida colectiva de la razón y por la suicida decapitación de los principios y valores, convertida esta ablación en pandemia contemporánea. El ser humano es mucho menos inteligente de lo que se cree; peor aún, es mucho menos humano de lo que sus actos testimonian, los violentos al menos.

El ser humano, desprovisto de la luz que irradia la bondad elevada a conducta sistemática, la que le es propia pese a él, no podrá aspirar jamás a codearse con el útil y altruista culantrillo cuando regrese al seno del Bien del que proceden ambos.