Editorial

Continuidad en Brasil

El desafío de Dilma Rousseff será prolongar y rentabilizar la magnífica herencia de Lula

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El extendido pronóstico se cumplió y la segunda vuelta de la elección presidencial en Brasil ha dado la jefatura del Estado (y del Gobierno según la Constitución) a Dilma Rousseff, una mujer con experiencia política y de gestión. Pero, sobre todo, seleccionada, promocionada y finalmente ungida por el presidente saliente, Luis Inacio Lula da Silva. Tal es gran aval, y, curiosamente, el gran desafío de la nueva presidenta: cómo vivir y gobernar sin Lula. El proyecto del PT (Partido de los Trabajadores) fundado en 1980 debe sobrevivir sin que esté al timón su icono y fundador y hay muchos indicios de que así será. Aunque Lula termina sus ocho años con un espectacular 82% de aprobación popular sería vano y poco inteligente ignorar que, a fin de cuentas, Rousseff ha ganado por 11,7 puntos a un hombre tan solvente y cualificado como el opositor José Serra, a quien ha preferido nada menos que el 44,61% de los votantes. La gestión de Lula ha sido excelente, milagrosa según algunos, y es una especie de elaborada versión de libro de cabecera para revolucionarios pragmáticos: salido de la izquierda obrerista pura y dura, él supo entender la necesidad de cubrir las legítimas aspiraciones de los trabajadores en el marco de una economía abierta de extracción liberal acompañada de una política financiera rigurosa y cautelosa. Su milagro es, antes que nada, el que puede producir la combinación de los dos supuestos. Lo sucedido este último mes en Brasil es, además, una contundente lección de democracia en libertad. El público, la clase política y los medios han aprovechado cuatro semanas de interludio para hacer un autoexamen sin complejos que ha permitido definir y priorizar los problemas y confirmar las genuinas esperanzas del pueblo. Pero la sociedad está vigilante y sabe que tiene en su poder la bendita posibilidad de cambiar el curso de las cosas. Brasil ha elegido, como reeligiendo en cierto modo a Lula, a su sucesora y albacea. Pero ahí acaba este momento nacional. Empieza el cuatrienio Dilma.