Artículos

Cuando la política es un problema

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

En la última encuesta mensual del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) podemos constatar que, de una treintena de problemas principales que nos inquietan en este país, la preocupación por la clase política y los partidos políticos se mantiene en el tercer lugar en orden de importancia tras la inquietud generalizada por el paro y los problemas de índole económica. A una distancia considerable aparecen ya las preocupaciones por otras cuestiones como la inmigración, el terrorismo y la inseguridad, la vivienda, la educación, la sanidad, las pensiones y otros problemas sociales.

Llevamos cerca ya de un año observando cómo crece la percepción negativa y la desafección en la política. Si abundamos en el mismo sondeo un 63% de nuestra población piensa que el clima político es malo o muy malo frente a sólo un 3% que lo considera bueno o muy bueno. En muchos ámbitos podemos corroborar cómo aumenta ese descontento y esa desafección política que marca un preocupante distanciamiento entre los ciudadanos de a pié y la clase política.

Las personas que trabajamos a diario con gente joven somos muy conscientes de esa desafección. Es frecuente que cuando le pides a un grupo de chicos y chicas su opinión sobre los políticos y su gestión casi la totalidad del mismo conteste generalizadamente que todos mienten y que se aprovechan corruptamente de su situación. Y no es fácil contrapesar esa afirmación. Es complicado hacerles ver que son minoría los políticos corruptos y que pueden ser la cabeza visible de entramados sociales más complejos y más viciados. Por ejemplo se podrían señalar los apoyos empresariales y económicos que andan por detrás, los de una administración que puede mirar para otro lado, así como los de determinados medios de comunicación. Y también podríamos hablar de la propia pasividad de buena parte de la ciudadanía. En estos prolongados tiempos de crisis, de insatisfacción y de desconfianza política, se nos presenta a todos un importantísimo reto: no podemos claudicar ni retroceder en nuestras conquistas sociales. Nos jugamos mucho con el mantenimiento de los importantes logros del Estado del bienestar, aunque seamos conscientes de que hay muchos aspectos que revisar.

Para ello sigue siendo prioritario el fomento del interés por lo público. En nuestra sociedad actual se hace muy evidente que el interés privado y el público van de la mano. Es cierto que no nos merecemos esos personajes mediocres que entorpecen y enfangan a menudo el tradicional y noble ejercicio de la política, pero también lo es que no podemos hacer dejación de nuestra participación social y ciudadana. En nuestras sociedades occidentales no cuestionamos la democracia, y precisamente por ello debiéramos tomarnos en serio que sin nuestra participación y sin una ciudadanía formada y crítica no es posible la misma.