Editorial

Castro 'resucitado'

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El anuncio de que el ministro Corbacho abandonará el Ejecutivo de Rodríguez Zapatero para integrarse en la candidatura que el actual presidente de la Generalitat, José Montilla, encabece en las próximas elecciones catalanas permite hablar de una crisis de gobierno, aunque Rodríguez Zapatero opte por sustituirlo sin más como ayer adelantó la vicepresidenta De la Vega. Es evidente que la vuelta del titular de Trabajo al escenario catalán no obedece única ni fundamentalmente a un deseo personal y a su compromiso con el grupo de los denominados 'capitanes' del PSC, del que formaba parte como alcalde de Hospitalet. Incluso es algo más que el reflejo de una frustración en el desempeño de una tarea pública de tanta responsabilidad frente a los avatares de la crisis y el desempleo. Es la consecuencia de verse obligado a asumir un cargo dependiente en sus decisiones de pautas establecidas en otras áreas de gobierno, sujetas en cada momento a los designios del propio presidente. El paso dado por Celestino Corbacho debilita más la posición del Ejecutivo de Zapatero de lo que refuerza las opciones electorales de Montilla. Especialmente cuando el Gobierno se enfrenta tanto al desafío de una huelga general alentada por los sindicatos convocantes con invectivas contra el presidente, como al reto definitivo de la tramitación de los Presupuestos para 2011, cuya aprobación ha fiado ya al pacto con el PNV. Rodríguez Zapatero podría aprovechar la dimisión de Corbacho y la eventual nominación de Trinidad Jiménez como candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid para remodelar el Gobierno con ceses e incorporaciones que lo reactiven de cara al tramo final de la legislatura. Aunque lo que la sociedad española y el propio electorado socialista parecen demandar no es tanto un cambio en la composición del Consejo de Ministros -que también- como una variación sustancial en la manera que el presidente tiene de afrontar los problemas del país y la dirección de su Gobierno. A Zapatero le es imprescindible contar con los votos nacionalistas a los Presupuestos para continuar, sin especiales sobresaltos, con la legislatura. Pero ello depende de que el acuerdo al que pueda llegar con el PNV no suscite controversias y de que el escrutinio electoral en Cataluña, previsto para noviembre, no constate la finalización de un ciclo político en toda España.

Fiel a su antigua y reconocida facundia, Fidel Castro, muy recuperado de la grave enfermedad por la que debió ser operado a vida o muerte hace cuatro años, está opinando en público mediante una serie de intervenciones cada día más extensas. Cuidadoso de no aparecer como alguien que se mezcla en la gestión política cotidiana, sus temas son generales, internacionales -el de ayer, y por segunda vez, el peligro de una guerra nuclear en Oriente Medio a cuenta del caso iraní- y no interfieren en la labor del gobierno, bajo control de su hermano Raúl, también jefe de las Fuerzas Armadas. Pero esta especie de 'resurrección' es un factor a añadir al momento político-institucional que vive el país y la razón es sencilla: Fidel sigue siendo el jefe del partido comunista, único autorizado y motor del Estado. Sin su aval el partido no convocará el esperado Congreso extraordinario y, por tanto, se mantendrá el estancamiento político-institucional vigente. Fidel, y su alargada sombra, son todavía un factor insoslayable en Cuba.