Opinion

Un remojón de vida

La esclerosis múltiple engendra coraje, es una escuela de luchadores

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Este domingo bañistas de toda España se lanzarán al agua en favor de los afectados de esclerosis múltiple. No se trata de conjurar ninguna fuerza mágica para curar la enfermedad, sino simplemente de llamar la atención de la sociedad acerca de uno de los males más desconocidos y más insidiosos, con cuya cura aún no han dado los investigadores. Este tipo de solidaridad simbólica suele quedarse en la pura propaganda, en la foto de unas cuantas autoridades haciendo largos en la piscina como muestra de su aparente sensibilidad para con los problemas comunes de la gente común. Pero en honor a la verdad hay que admitir que las campañas de 'Mójate por la esclerosis múltiple' han encontrado cada vez mayor respuesta entre políticos, artistas, intelectuales y miembros de ese raro gremio del famoseo. No vivimos tan de espaldas los unos de los otros como se cree. El principal problema de la esclerosis múltiple radica en su origen desconocido. Se sabe que, por alguna anomalía caprichosa del sistema inmunitario, los afectados sufren una pérdida de la mielina que actúa como protector -aislante, por así decirlo- de las conexiones del sistema nervioso. Esa lesión provoca efectos de muy diverso tipo, en la mayor parte de los casos impredecibles. La ventaja de la esclerosis múltiple es que, a diferencia de otras enfermedades degenerativas, no mata. Los inconvenientes, muchos y de todas clases. El menor de todos ellos es la condena de por vida a un tratamiento continuado que un día a la semana actúa con la misma inclemencia que una gripe o un trancazo. Los mayores, la condena a una silla de ruedas, a una disminución progresiva de las facultades motrices, a la imposibilidad de llevar vida normal con autonomía.

Pero la esclerosis múltiple es además de todo eso una escuela de luchadores. Pocas dolencias incurables habrá que engendren tanto coraje, tanto ánimo y tanta vitalidad como uno ha visto entre sus afectados. Me viene a la cabeza la frase que, a modo de consigna, repite un veterano deportista retirado de su actividad tras padecer el primer brote: «No pienso tirar ningún día a la basura». O la sonrisa perpetua de ese viejo profesor de Ética, conocedor de todas las fases del deterioro desde la cojera hasta la silla de ruedas, pasando por el bastón y las muletas, que ha escrito uno de los más hermosos y esperanzadores libros de ayuda para gente como él. O la de esa mujer joven y risueña que cada día es la primera en llegar y la última en salir de la oficina y que, en vez de entregarse al legítimo lamento, nos ilumina la vida a todos cuantos la rodeamos. Nuestro remojón del domingo será una pequeña ayuda para ellos, pero sobre todo un homenaje a su heroica lección en el complicado arte de vivir con dignidad. Les invito a mojarse por ellos.