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El grano de Rosell

Jordi Cases, el socio que ha denunciado al presidente del Barça por el contrato de Neymar, está angustiado. Le preocupa que la afición le tache de 'anticulé'. «Para los de la directiva soy el demonio», dice el farmacéutico

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Sandro Rosell citó a los medios el lunes para explicar el rutilante proyecto de remodelación del Camp Nou que dejaría, si los socios lo aprueban en referéndum, un aforo de 105.000 espectadores con la toda la gradería cubierta. Una obra de 600 millones de euros. La repera. Pero su castillo se desmoronó a la quinta pregunta. El campo se esfumó y el contrato de Neymar, repleto de sospechas, dobleces y cláusulas misteriosas, se agigantó para acaparar la atención. Tras un par de respuestas vacuas, amparándose en la confidencialidad y en un supuesto afán de colaboración con el juez Pablo Ruz, acabó por despejar los balones como un vulgar tuercebotas. «¿Siguiente pregunta?».

No es de extrañar, viendo la que ha desencadenado, que Rosell pueda referirse a Jordi Cases como el demonio. «Eso dicen, que la directiva me llama el demonio». Cases hace como que se lo toma a broma, pero el asunto empieza a angustiarle. Este socio del Barça se ha propuesto meter las narices en todas las maniobras sospechosas que efectúe Sandro Rosell, al que persigue desde que el presidente del club estampó las cinco letras de Catar en la camiseta azulgrana. De esa forma ensuciaba un emblema que en toda la historia solo había cedido, con Joan Laporta como presidente, para publicitar a la noble Unicef.

Hubo más. Cuestionó la polémica grada de animación -localidades más baratas que obligan a animar al equipo- y hasta se atrevió a promover una moción de censura desde la plataforma Go Barça que armó junto a su amigo Joan Arnés. Pero Rosell se sacó de la manga un artículo que le permitió exigir a su opositor el 15% de las firmas de los socios, unas 36.000, en lugar del 5% que había previsto Cases, que se vio obligado a recular para evitar el chasco.

Jordi Cases no ansía poder. Sus cruzadas, aparentemente quijotescas, parecen contradecir el típico carácter del españolito que se calienta el morro al calor de una copa de vino y que después, en frío, nunca se moja. Cases, un farmacéutico nacido en Olesa de Montserrat, pero que vive al otro lado del río Llobregat, en Esparraguera, cumple lo que vocifera en las comidas con los amigos.

En una de ellas, una 'calçotada' en un pueblo de Tarragona, germinó este personaje al que los periódicos comienzan a etiquetar tres años después como 'el azote de Rosell'. Cases es persistente y tozudo. No tiene prisa. Y en cuanto su abogado, Felipe Izquierdo, vio la opción de 'atacar' por la vía legal, presentó una denuncia en la Audiencia Nacional en la que acusaba a Sandro Rosell de «apropiación indebida en su modalidad de distracción del dinero» en el fichaje de Neymar.

Una información periodística destapó el lunes el supuesto desglose del contrato del delantero brasileño que posee el Juzgado de Instrucción número 5, siete documentos que confirmarían que el acuerdo se eleva 38 millones de euros por encima de lo que reconoció el club. Rosell, que pide al juez que le cite a declarar cuanto antes para aclarar el embrollo en el que le ha metido este socio peleón de la tercera gradería del Camp Nou, asegura que el Barça se gastó 57,1 millones de euros en su fichaje: 17 para el Santos, el club de origen, y 40 para la sociedad N&N del padre de Neymar.

Cases no intuía (o igual sí) que había 38 millones en el limbo, pero le mosqueó qué era eso de 40 millones para el padre de Neymar. Así que preguntó por las vías correspondientes al club, que lo ninguneó. Eso, lejos de desanimarlo, hirió su orgullo y le empujó hasta el juzgado el 5 de diciembre. Lo que no esperaba el hincha culé es que el globo fuera tan orondo. No por nada, sino porque el Barça tiene más peso en Barcelona que la Moreneta o el president. Y las líneas editoriales de los periódicos de Cataluña han cerrado filas en torno al club que les da miles de lectores. Esto ha asustado a Cases, que teme que le acusen de antibarcelonista, por lo que se ha apresurado a matizar por escrito que con su decisión persigue salvar «la honorabilidad del Barça, que no la de Rosell».

Cases intenta dejar claro que centra el tiro en el presidente y no en la entidad. Pero se ve superado. Sus padres le llaman asustados por tanto revuelo. Y él, a pesar de su carácter socarrón, tampoco es impermeable a la polémica que sacude la Ciudad Condal. Es imposible. De hecho, algún cliente ha salido de la farmacia con un medicamento equivocado porque la cabeza de Jordi Cases, el culé peleón, está en el juzgado, en Rosell, en el Barça. Y, algo aturdido, insiste, con la boca pequeña, que a él le hubiese bastado con que le dieran una respuesta. Aunque hubiese sido como la de Rosell del lunes. «¿Siguiente pregunta?».