José Ramón, con los prismáticos, y Sergio, junto al todoterreno con el que patrullan por la noche. / S. G.
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El acecho del oso

José Ramón y Sergio patrullan de noche el Pirineo navarro para evitar los ataques de osos a los rebaños de ovejas… media docena en lo que va de verano

MADRID Actualizado: Guardar
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No se asuste usted que el que se tiene que asustar es el oso, pero si una madrugada de estas le da por hacer una travesía nocturna por el Pirineo navarro, sepa que a las cuatro o cinco de la mañana puede darle un buen repullo con el sonido estridente de una trompeta, una sarta de terribles bocinazos o el eco de unos gritos que rompen el silencio sagrado que reina en la profunda oscuridad de esas cumbres. A ese 'curi-oso' (pero muy necesario) menester se dedican, desde que se pone el sol hasta el amanecer, José Ramón Orduna y Sergio Glaría, los dos vigilantes que patrullan las montañas del Roncal para ahuyentar a Neré, un imponente oso esloveno que acecha a las seis mil ovejas que bajo el cielo agosteño pastan en esas bellísimas alturas.

La alarma saltó a principios de verano. En la primera quincena de julio aparecieron los restos de cuatro ovejas estranguladas por las dentelladas del oso, presumiblemente de Neré, uno de los dos ejemplares que quedan en el Pirineo Occidental (el otro es Cannelito) y cuyo rastro se sigue a ambos lados de la muga con Francia. Poco después se detectaron dos nuevos ataques, lo que acabó decidiendo al Gobierno navarro y la Junta General (la mancomunidad que agrupa a los siete pueblos del Valle del Roncal: Burgui, Vidángoz, Garde, Roncal, Urzainqui, Isaba y Uztárroz) a poner en marcha la vigilancia nocturna, una idea pionera que, de momento, está funcionando.

Desde que José Ramón y Sergio, ambos vecinos de Garde, patrullan los montes no se ha vuelto a producir ningún ataque de oso. Comenzaron a principios de agosto y seguirán haciéndolo hasta el próximo 21, cuando se les termina el contrato.

"Es inquietante"

Estos dos guardianes de la noche pirenaica parten desde Garde a eso de las nueve en un todoterreno en dirección a las crestas de este indómito rincón de Navarra. Por esas cimas de Dios, los pastores roncaleses dejan durante los meses de verano sus ganados para que pasten libres bajo las estrellas. Los dos centinelas van bien abrigados (cuando se echa la niebla en esas cotas, que rondan los 2.000 metros de altitud, el aire sopla cargado de humedad y la temperatura llega a descender a los cinco grados) y pertrechados con linternas, prismáticos, radiotransmisores (allí arriba no funcionan los móviles) y una trompeta, que, junto a la bocina del 'jeep' que se abre paso por las pistas forestales y sus poderosos pulmones, son las mejores armas para ahuyentar al oso. De las otras no llevan. Ni de fuego ni nada que se le parezca. Ni siquiera un garrote. Lo que no les falta nunca es un generoso bocadillo de lomo o de tortilla y un termo de café caliente para mantenerse bien despiertos y a tono.

José Ramón y Sergio se pasan la noche soplando con energía la corneta (más estridente aún que aquellas latosas vuvuzelas… ¿se acuerdan de Sudáfrica?) y aporreando el claxon del coche. De vez en cuando también pegan gritos. Su misión es meter todo el ruido posible para alejar a Neré del ganado… si es que ese macho de quince años, dos metros y medio y más de 200 kilos de peso anda rondando por allí. "Nosotros a él no le hemos visto; él a nosotros, igual sí. Esa cosa de sentirse observado pues es, es… inquietante", acierta a definir sus sensaciones Sergio, el más joven de los dos, que alguna vez se ha llevado un buen susto con el crujido de unas ramas o el sospechoso ajetreo de unos matorrales. "Cuando hay niebla es más seguro apagar el coche e ir caminando con las linternas. Es entonces cuando en todo ese silencio y sin ver nada, si oyes algún ruido entre los árboles, pues te impone". Sergio, que tiene 38 años y es técnico audiovisual y especialista en Electrónica, reconoce, no obstante, que "a veces" desearía un poco más de acción "porque vigilar durante horas algo que no ves es un poco frustrante".

2.800 euros para los dos

El que no desea más acción que la estrictamente necesaria es José Ramón, de 55 años, el 'jefe' de la pareja. Es ganadero y sus vacas pastarán hasta el otoño por esas mismas cumbres que ahora patrulla, por lo que puede dedicarse a este trabajo de verano, un empleo temporal que les reporta 2.800 euros. "A cada uno, no; eso es para los dos y hay que descontar el dinero de la gasolina", precisa el 'jefe'. A José Ramón se le nota satisfecho. "Desde que subimos al monte, el oso no ha atacado". Que nadie piense que Neré descuartiza las ovejas. Los osos son animales omnívoros y el 80% de su alimentación es de origen vegetal… "Pero estos necesitan acumular grasa para el invierno y las ovejas concentran un montón de grasa en la punta del pecho. Eso es lo que los osos van buscando", explica el ganadero ahora metido a patrullero de alta montaña.

El ataque suele ser rápido. El oso se lanza a por la presa y con una certera dentellada en la yugular acaba con su vida. Luego desgarra la piel y se come el bocado que le interesa. El resto de la pieza ni la toca. La muerte del animal no es lo más traumático. La embestida 'rompe' el rebaño, las ovejas se excitan, salen corriendo a ciegas, se golpean contra las rocas, se despeñan, se pueden herir e incluso las preñadas pueden abortar por el estrés, lo que, para los pastores, supone una merma de ingresos por la pérdida del cordero, aunque posteriormente reciben una indemnización de las administraciones.

Ciervos y corzos

En la zona pastan unas seis mil ovejas por lo que los dos vigilantes nocturnos suelen coordinarse con los propios pastores para saber siempre por dónde andan sus manadas. Desde que han empezado a atronar las noches del Pirineo, Neré, que es fruto de las sueltas francesas de osos eslovenos para reforzar la especie, no ha dado señales de vida. "No sabemos si se ha ido, pero el caso es que no ha vuelto a aparecer. La cosa está funcionando", insiste José Ramón, padre de un niño de dos años, que con su lengua de trapo le dice, cuando regresa del bosque por la mañana: "Papá, oso, coge palo y zass".

En sus guarderías nocturnas no han visto ni osos ni excursionistas friquis de esos que se aventuran a cruzar el monte a horas intempestivas. Pero jabalíes, ciervos y corzos bastantes… "y también sapos de monte bien grandes", añade Sergio.

- ¿Y si una noche de estas Neré decide haceros compañía?

- Si aparece el oso, ése (dice José Ramón señalando directamente a Sergio) se pone a correr que se mata. Como salga el oso, al que le va a pillar va a ser a mí.

- ¿Y miedo, qué? ¿se pasa?

- Miedo no se pasa; yendo en pareja no creo que nos ataque, aunque no sabemos qué reacción puede tener. Yo prefiero no pensar que el oso me pueda estar observando. Se supone que si anda cerca, con el ruido sale corriendo. Aunque cuando vas de noche piensas cagüen y si aparece.

Cinco noches en semana (descansan dos días) los dos hombres recorren entre 40 y 50 kilómetros de monte, de ellos unos cinco o seis a pie. A esas horas de la madrugada, en las altas cumbres navarras, bajo ese cielo estrellado de agosto, en la inmensidad de la montaña, con esos silencios de la noche… José Ramón no da ni una concesión a la lírica: "Estar allí sin trabajar es muy bonito claro, pero el trabajo es el trabajo y hay que meter ruido". Pues ¡oso avizor!