TOROS

Manzanares, salvado por la campana y por un toro de Juan Pedro

Tras cinco peleas planas, opacas o desafortunadas con los cinco primeros toros de su corrida de único espada, el torero de Alicante se redime y entrega con el último cartucho

SEVILLA Actualizado: Guardar
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El primero de los seis que mató Manzanares fue un lindo y lustroso toro negro de Cuvillo que tuvo fijeza y bondad. No tanta gasolina. Parecían elegidos -orden de lidia y toro- para encarrilar la corrida, que era de único espada. No se entregó Manzanares. Como si ahorrara energías. La tarde iba a ser larga. Mucho más de lo imaginado por nadie. Esa cautela primera salió cara. Cites a la voz, toques muy irregulares. No se templó Manzanares con el toro. La faena, toda a derechas, fue monótona y declinante. En la suerte contraria, una estocada tendida.

El segundo, lombardo y grandón, del hierro de Domingo Hernández, salió tronchado de dos varas, esperó y cortó en banderillas, escarbó, se distrajo y se lo pensó mucho. Se acabó parando. Un contratiempo. Machacón Manzanares, que, justo de repertorio toda la tarde, abusó de doblarse de partida con un toro tan justo de ímpetus.

Sin haber pasado nada, como se dice en taurino, se había ido casi una hora de festejo. La corrida se fue a las dos horas y media sin mayor motivo. O, en todo caso, por una razón de fondo: el toro de Victorino que se jugó de tercero y tuvo desde la salida tomada la plaza, acaparados el espectáculo y la atención, y comida la moral a todos los toreros que se pusieron delante, sin hacer excepción de uno solo. Fue un toro de armoniosas hechuras, cárdeno claro y ojalado, degollado, sacudido, magro y fibroso. Lo recibieron al asomar con una ovación. No fue pérfido ni revoltoso ni tobillero.

Sí toro de mutante conducta, mayúscula movilidad. Agilidad felina, a ratos al galope, a veces gateando. Escupido de la primera vara, castigado en tres encuentros más -un puyazo severo y dos picotazos- pero soltándose. No hubo punto del ruedo donde no se plantara, pero sin parar quieto. Apretó en banderillas -marca de la casa- y Juan José Trujillo se esmeró en un segundo par extraordinario. En los muletazos de cata y tanteo, el toro se descubrió por la mano izquierda: son, embestida elástica y humillada, la mirada en el engaño. Tanta polvareda y tanto susto y, de pronto, un toro de notable fijeza. Ni difícil ni sencillo, sino todo lo contrario. Cuando Manzanares le perdió la cara, se lo encontró detrás o debajo. Sorprendido tres veces, desarmado al dormirse, Manzanares no dio con la fórmula ni pasó con la espada. Un aviso, casi dos. A las ocho menos diez dobló el toro de Victorino. Se llamaba Vengativo. El primero de la ganadería que Manzanares mataba en sus casi diez años de alternativa.

Entró en barrena la corrida. El cuarto, alto, pinta aterciopela de peluche coloradito, de El Pilar, de son apacible y menguado poder, salió fragilísimo. Pidieron a Manzanares brevedad. El quinto, de Toros de Cortés, engatillado y muy astifino, salió roto de un puyazo y fue devuelto. Un sobrero de Juan Pedro Domecq, justo de fuerzas, no fue chicha ni limonada, Manzanares pareció tomar aire, la banda se arrancó generosamente con el Cielo Andaluz, de Pascual Marquina, y pareció que sí, pero fue que no: un final porfión, mal la espada.

Así estaba el patio. Entre arrastre y arrastre, después del espectáculo de Victorino, se perdió tiempo o se dejó pasar por no forzar. Antes de soltarse el sexto, de Juan Pedro -elegido con auténtica puntería, porque iba a ser toro de carril pero no meloso-, los incondicionales regalaron a Manzanares con una ovación cerrada. El novio de Sevilla. Manzanares se fue a porta gayola. No exactamente ahí. A tres o metros de la segunda raya. Largos preparativos, una oración en silencio, otra ovación al abrirse el portón. Una larga de rodillas medio revolada, dos más en el anillo y de cualquier manera, cuatro lances a pies juntos y media de rodillas algo apurada. Loca la gente.

Y de ahí hasta el final. Dos capotazos sencillos de Trujillo en brega de banderillas se jalearon como si fueran el toreo de Cagancho. Bien picado por Pedro Chocolate, sangrado lo justo, el toro, de gran fijeza, quiso enseguida, galopó, tomó engaño por los vuelos y por abajo. Clamorosa obediencia. Y entonces apareció el Manzanares que habían ido a ver casi todos: el que se acompasa y rima con la derecha en ligazón a engaño puesto. Y templado, aunque no siempre. Enfadado tal vez, enrabietado y hasta nervioso. Paseos y pausas fueron calmantes. Un precioso pase de las flores a lo La Serna para abrir una de las dos últimas tandas fue desde luego el momento de la corrida. El toro se enredó en ovillos. Manzanares, en madejas. Y hasta se animó en una tanda de tres naturales y el de pecho. Una estocada contraria y tendida en la suerte de recibir. Un descabello. Dos orejas. Salvado por la campan