LITERATURA | ENTREVISTA

«El futuro para mí no existe, se limita a mañana»

Caballero Bonald acaba de publicar 'Entreguerras", unas memorias en verso que "tienen algo de testamento"

MADRID Actualizado: Guardar
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José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) amaga con dejar de escribir, aunque pocos lo creen de verdad. Conserva la lucidez y el amor por la poesía, aunque de vez en cuando le rondan ideas pesimistas y una "sensación de acabamiento". Pese a que la tentación de abandonar la pluma es tenaz, tiene proyectos en mente. Uno de ellos es escribir una 'Historia personal de la lectura'. Acaba de entregar a la imprenta 'Entreguerras' (Seix Barral), unas memorias en las que el escritor resume en tres mil versos, sin rima ni signos de puntuación, su vida y avatares. A sus 85 años y con una carrera repleta de honores, Caballero Bonald hace recuento y asegura que 'Entreguerras' "tiene algo de testamento".

- ¿Se puede abandonar la poesía?

Se puede, aunque nunca renunciaré a escribir un poema si me viene la inspiración. Otra cosa es que la poesía te abandone a ti, que es una cosa muy distinta y que ocurre con frecuencia. Pasé once años sin escribir nada de poesía. Porque la poesía es un estado de ánimo.

- ¿Se puede decir que 'Entreguerras' es una especie de despedida de Caballero Bonald?

Este libro sobre todo es un compendio de últimas voluntades, un recuento de hechos vividos, de libros escritos, de experiencias dispersas por ahí. Tiene algo de testamento. El futuro para mí no existe, se limita a mañana.

- ¿Cuál es el escritor que ha conocido en vida y que más ha admirado?

García Márquez y Rulfo son dos maestros. A García Márquez le conocí cuando publicaba algún cuento en la revista 'Mito', de Bogotá. Entonces era un periodista que pergeñaba 'El coronel no tiene quien le escriba'. Onetti, Carpentier, Rulfo, Lezama, García Márquez forman dos generaciones de escritores absolutamente ejemplares. De entre todos ellos destaco a Onetti, que para mí es el Cervantes del siglo XX en lengua española.

- Vivió con mucha intensidad la noche en sus años de juventud.

Era la época de la posguerra, una etapa hostil, de ambiente grisáceo, de represiones y miedos. Un grupo de amigos, que luego formó el grupo poético del 50, usábamos la noche como forma clandestina de vivir. También nuestra actitud antifranquista exigía un poco esa clandestinidad. Y empleábamos la bebida como una especie de oposición al sistema, para ir en contra de los biempensantes.

Superviviente

- En esas noches quizás su mejor amigo era Ángel González.

Sí, sí. Ángel González era mi amigo del alma. Y Juan García Hortelano. Carlos Barral, en parte.

- ¿Es duro ver cómo van desapareciendo todos esos amigos?

Me considero un superviviente. Todos mis amigos de esa época han muerto. Solo queda Paco Brines.

- ¿Siente la muerte como algo cercano?

La muerte es algo que está ahí, la sientes venir por algún lado, sientes esa sensación de acabamiento, de terminación de algo, de final. La edad que tengo infunde esas ideas pesimistas de las que me gustaría prescindir, pero de las que no puedo librarme.

- ¿Estos tiempos de crisis marcarán la escritura de los jóvenes?

Sí. Lo que ocurre es que el compromiso ha desaparecido un poco. Hay una actitud acomodaticia de ciertos sectores literarios. Así como yo pienso que las nuevas tecnologías y el libro electrónico van a cambiar el rumbo de la literatura, también va a hacerlo la crisis universal que estamos viviendo.

- Detesta usted la poesía obvia y explícita. ¿Ha mantenido alguna disputa sonada con sus colegas?

Me gustan las guerras literarias, como la del Siglo de Oro, cuando Góngora atacaba a Quevedo y Quevedo atacaba a Lope y Lope atacaba a los dos. Ahora todo se reduce a peleas o riñas entre unos cuantos. La poesía directa, la poesía explícita, no me gusta, como no me gusta la novela realista. No necesito que me cuenten todo lo que pasa, porque lo estoy viendo; me interesa que se interprete lo que ocurre, que la literatura sea una sustitución de la realidad.

- Pero usted hizo alguna incursión en el realismo social.

Sí, publiqué 'Dos días de septiembre' porque me pareció que estaba moralmente obligado a escribir de ese modo. Luego, cuando se fueron apacigando las cosas, volví a lo que más me interesa en literatura, a crear un mundo a través de la palabra, pero no a copiarlo.

Signos de puntuación

- Por qué prescinde en este libro de los signos de puntuación?

Porque la memoria funciona sin orden ni concierto. Hay recuerdos falsos y recuerdos ajenos de los que te apropias. Ese flujo de la memoria exigía que la evocación discurriera sin puntos ni comas, que no hubiera un orden cronológico determinado, sino saltos.

- ¿En que ciudad ha sido más feliz?

Es difícil decirlo. En Bogotá y mi zona nativa: Cádiz, Jerez, el Coto de Doñana. Me gusta utilizar este apotegma latino: "Ubi bene, ubi patria". Allí donde eres feliz, allí está la patria. En otras lo pasé mal, como París, adonde fui en condiciones económicas muy precarias. Me concedieron una beca mínima para tres meses y estuve casi un año malvivendo.

- ¿Cómo fue su infancia?

Fui un niño feliz a pesar de ser un niño de la guerra. Cuando empezó la guerra, tenía nueve años. Tengo recuerdos vagos, pero me acuerdo de los fusilamientos, de las carreras nocturnas, el miedo, el frío, el hambre. Todo eso lo tengo muy presente. Pero a pesar de todo, la guerra permitía la elección de la libertad. Un día me aventuré por las calles solo con un amigo; eran las primeras tentativas de aventura.

- ¿Antepuso el disfrute de la vida a la escritura?

R: No del todo, estaba el veneno de que lo que estabas viviendo lo podías traspasar a la literatura. En el fondo había eso, pero yo lo separaba bastante bien. Como he logrado separar la literatura de la política, aunque en las etapas más duras de la dictadura sí trasvasé a mi literatura ideas políticas.

- ¿Qué le conmueve más, un verso o un cante flamenco?

El grito del cantaor es una situación límite, que busca las raíces de toda una historia de desesperación, de persecuciones. Siempre me ha interesado el flamenco por lo que tenía de marginado. Cuando yo me aficioné al flamenco era un arte prostibulario, tabernario. Los gitanos recibieron el prestigio de una herencia musical antigua y lo cristalizaron en algo misterioso. ¿De dónde sacaron los gitanos ese sustrato musical tan solemne procediendo de una cuna tan humilde?

- ¿Y cuáles son los cantaores que más le han impresionado?

He conocido viejos cantaores: Terremoto, Agujetas, Sordera, Manuel Borrico, Tía Anica la Periñaca, Juan Talega, Manolito el de María. Eran personas que cantaban una protesta sin destinatario. Luego el flamenco ha caminado por otros derroteros.

- Se siente muy frustrado por no haber sido marino.

Quise serlo pero fue una decisión completamente literaria. He sido muy buen lector de novelas de aventuras, sobre todo de las ambientadas en el mar, como los relatos de Salgari, Stevenson, Conrad, Jack London. Quise ser marino para emular a todos esos héroes, pero como muchos adolescntes de mi generación caí enfermo de los pulmones, sufrí una tisis, y me di cuenta de que no estaba para muchas navegaciones.