El portavoz adjunto del Grupo Popular, Ramon Aguirre, analiza los resultados del PP. / Mateo Balín / VIrginia Carrasco
ANUARIO 2011 | POLÍTICA

Rajoy y el PP arrasan en las elecciones

El líder popular acumula el mayor poder político de la democracia, pero ha tenido que adoptar medidas duras e impopulares desde su primer día como presidente

MADRID Actualizado: Guardar
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La imagen de Mariano Rajoy durante la noche del 20 de noviembre en el balcón de la sede popular de la calle Génova fue el perfecto resumen de la encrucijada en la que se encuentra el nuevo presidente del Gobierno. Alegría y contención. La miel y la hiel a un mismo tiempo. Este pontevedrés de 56 años, que arrasó en las urnas en todos los grandes comicios celebrados en 2011, acumula el mayor poder político conocido en la democracia española, controla con mayoría absoluta las Cortes, la mayor parte de las comunidades autónomas y el mapa municipal, pero sabe que está abocado a un sinfín de duras e impopulares medidas desde su primer día como presidente y, muy posiblemente, condenado a lidiar con una contestación social en la calle a medio plazo.

La emoción que reflejó su rostro mientras saludaba desde el balcón a sus seguidores y abrazaba a Viri, su mujer, era el semblante del vencedor indiscutible e indiscutido. Con su liderazgo tranquilo y una campaña que huyó en todo momento de las polémicas y los debates políticos, que se centró en no cometer errores, logró 186 escaños, diez por encima de la mayoría absoluta, y, al tiempo, se sacudió para siempre el tutelaje y la sombra de su predecesor y mentor, José María Aznar, al que también superó con el mejor resultado electoral de la historia del PP.

El tamaño de la victoria aún pareció mayor porque los comicios destrozaron a su principal oponente, el PSOE, que obtuvo sus peores resultados desde 1977 y observó cómo más de cuatro millones de españoles lo abandonaban desencantados por su gestión de la crisis y por su distanciamiento de las políticas socialdemócratas. El nuevo presidente, con todos los resortes del poder en su mano, solo tiene enfrente a un partido noqueado, sin liderazgo y en busca de una refundación que pare la caída libre.

Enemigos en desbandada

El balcón de Génova también reflejó esa noche la otra victoria de Rajoy, la interna. Derrotado contra pronóstico en las generales de 2004 y superado de igual forma en las de 2008, el líder popular, que nunca gozó de buena valoración ciudadana, tuvo que resistir durante siete años una auténtica galerna en el partido y salir indemne de los múltiples desafíos y emboscadas que le tendieron algunos de sus barones, encabezados por Esperanza Aguirre.

Convertido ya en el líder indiscutido del PP, en el que hace y deshace a su antojo, se asomó a la calle flanqueado por su nuevo equipo. Solo a última hora, y a hurtadillas, logró asomarse Aguirre a una oscura esquina de la terraza.

Pese a las proporciones de la victoria, Rajoy, con rostro serio, reclamó que esa misma noche terminasen las celebraciones y, encerrado durante días en su despacho, se encargó de filtrar mensajes de realismo que enfriasen la euforia. Como ha reiterado a todos los líderes extranjeros y españoles, su objetivo número uno es cumplir con los compromisos de reducción acelerada del déficit.

Ese empeño, en una España con unos precios de la deuda soberana disparados, con uno de cada cinco ciudadanos en paro y amenazada por el estancamiento de la economía europea, se traduce en fuertes recortes del gasto público. El nuevo presidente, que durante meses se negó a hablar de terrorismo, sabe que tarde o temprano ETA volverá a colocarse en el centro de la agenda, porque su segundo rompedero de cabeza, detrás de la crisis, será tomar las medidas necesarias para que el cese de los atentados dé paso a la disolución de la banda.