El general Omar Suleimán. / Archivo
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El indispensable Suleiman

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Aunque queda por saber si funcionará o no para superar la grave crisis existencial que atraviesa el régimen egipcio, es muy claro que el nombramiento del general Omar Suleiman como vicepresidente de la República y, de hecho, sucesor o albacea de Hosni Mubarak, es una noticia bomba.

Bomba, pero no inesperada. Hace días que muchos analistas políticos y la prensa de calidad se interrogaba sobre qué pensaría de todo lo que ocurre este septuagenario en buena forma a quien se tiene, con toda razón, como el depositario de las llaves del reino mubarakista y el clásico funcionario sobrio e inaccesible del que se supone que lo sabe todo y a quien se tiene como personalmente desprendido. Un clásico servidor del Estado.

Y lo es, entre otras cosas, porque su cargo – técnicamente “Dirección de la Inteligencia General Egipcia” – es de designación presidencial, no depende de elecciones ni de gobiernos, no es de derechas ni de izquierdas y solo informa al presidente. No depende del Estado Mayor inter-armas, cuyo titular, general Sami Enan, no tiene peso político y es, como lo fueron sus antecesores, el resultado de un consenso entre tendencias y opciones de Mubarak.

Algo más que un sabelotodo

Dotado de esta posición políticamente inatacable, Suleimán ha sabido, sagazmente, no mezclarse en los asuntos internos más oscuros y su relativo distanciamiento de los ámbitos vidriosos de la seguridad interior del régimen, trufados de arbitrariedad, tortura y represión, le han dado la imagen y la estatura que él buscaba sin duda: la de una especie de intelectual metido a jefe de la Intelligence (o sea, la información) no de la policía…

Se le supone poco amante de la vida social, sobrio, trabajador encarnizado y con una agenda envidiable entre otras cosas porque lleva en el cargo 23 años si se cuentan sus dos primeros como jefe de la Inteligencia Militar. Ha visto retirarse a muchos directores de la CIA, el KGB, el BND, el MI-6 y hasta el Mossad israelí (cuyos jefes duran bastante: ahora acaba de cesar Meir Dagan, después de casi nueve años y le releva Tamir Pardo, de la casa, pero, sobre todo, de Netanyahu).

Apreciado en Washington, incombustible, pragmático y negociador nato, a él se deben gran parte de los arreglos que sobre el terreno han observado oficiosamente israelíes y palestinos y, sobre todo, las facciones palestinas entre ellas. Diplomático y estratega más que espía de oficio, silencioso y en la sombra, Suleiman es cualquier cosa menos lo que son a menudo los jefes de seguridad de los dirigentes políticos en Oriente Medio, sabelotodos al servicio del líder de turno.

Gran calado y difícil pronóstico

La importancia política de su nombramiento es extraordinaria. Mubarak, equivocándose mucho, no había querido nombrar nunca un vicepresidente lo que, tras casi treinta años en el trono permitió dar credibilidad a su pretendido plan de preparar poco a poco como su sucesor a su hijo Gamal, un cuarentón muy corrido, economista, ex-banquero y jefe del departamento de Programas del Partido Nacional Democrático, el de su padre, con el 95 por ciento de los diputados del parlamento. Esta operación ha muerto con el nombramiento de Suleiman.

Estaba ya muerta probablemente porque había indicios abundantes, recogidos en estas páginas en su día, de que la opinión militar no la favorecía. Se diría, pues, que Hosni Mubarak, obligado por las circunstancias, puesto en un aprieto y recuperando reflejos que le han faltado trágicamente en los últimos años, ha recuperado el juicio. Y, tras mirar a su alrededor, vio en seguida al viejo Suleiman allí, disponible para darle la misión de su vida: evitar la tragedia que se masca desde su conocimiento íntimo del país y su hoja de servicios.

La decisión de Mubarak es, pues, de gran calado y es difícil pronosticar si servirá realmente para cambiar las cosas. Pero se puede dar por seguro que él no es, ni lo pretende, lo que fue el general Spinola en la revolución portuguesa ni, desde luego, recurrirá a la fuerza para liquidar la revuelta. Omar Suleimán es, de hecho, el nuevo presidente real de la República, el administrador de un proceso no oficial de transición democrática y el jefe verdadero del nuevo primer ministro, Ahmad Shafik, antiguo piloto de combate y desde 2002 ministro de Aviación Civil.