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Choco de potera

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Aquello que es complejo, complejo es. No conviene simplificarlo por respeto a la naturaleza del objeto. Este es el caso de la vida, entendida como bastión de emociones, refugio de pasiones y, sobre todo universo de complejidades. La vida, y su dinámico ejercicio, es un prodigio y como tal milagro de la metafísica encarnada, goza con los bienes de la complejidad, y, por contrapunto, padece con los sinsabores del simplismo. Esta es la razón, entendida como compendio de razones, por la que aconsejamos tomarse la vida en serio, asumiendo ese reto como ejercicio complicado. Como esfuerzo olímpico apasionante. Así, hemos de orlar el ejercicio de la vida con concienzuda precisión, de forma tal que los mensajes de concordia, como los de discordia, discurran por entre la sociedad de forma respetuosa y armónica, equilibrada, no siendo necesario inmolarse en el amor mayúsculo para convivir apaciblemente. El amor es un malabarismo casero que adereza los cocimientos de la vida social con pizcas de flor de sal, con especias picantes de familiaridad transfundida al colectivo. Digamos que es un amor estratégico, compactador, que no llega al clamor del amor ciego bicelular que busca en el arrebato su culminación.

No deben homologarse las especies de amores, como no debe homologarse la calidad del choco de potera con el de trasmallo. Para aquellos que nos leen desde el norte, aclaramos, en aras de la saludable complejidad, que el choco corresponde a la sepia, denominación menos localista por respetar las pautas del taxón universal, ya que nuestro choco resulta ser la «sepia officinalis». En los ejercicios de calificación, en sentido lato, intervienen más factores de evaluación que los atributos de la especie. En el caso de la vida, entendida como ejercicio afectivo, la calidad de la concordia se debe en gran medida al aparejo de captura de los hitos existenciales y sus chispazos, como así en el medio de la pesca los aparejos menos mortificadores para el cautivo preservan mejor sus dones naturales de excelencia.

Dada la complejidad de la vida en común, partiendo de la base que los derechos han de ser honrados desde la carga de cumplir con sus inherentes obligaciones, con gusto o disgusto, la calidad del gesto social se deberá al «aparejo» del respeto a la democracia, a las leyes, a la ética y la moral y, además, al afecto al congénere. Como decía el maestro Julián Marías se trata de honrar el ejercicio de la «concordia en la discordia», propiciando la controversia amistosa, educada, aunque disguste el hecho de tener que acatar la voluntad de la mayoría, sin que ello comporte pleitesía alguna ni traición a las ideologías, principios y valores propios. Hay que obedecer con rebeldía amortiguada, colgando la honda armada en el paragüero, porque el guijarro no se parece en nada a los abrazos sociales constructivos.