vuelta de hoja

Especuladores del cielo

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Siempre pasan cosas que jamás habían ocurrido antes y por eso el mundo, que puede que sea un lugar siniestro, de ninguna manera sería justo calificarle de aburrido. En España hay procesiones de ateos, lo que demuestra que hay más cera que la que arde. Hileras de raros penitentes se disponen a desfilar la tarde del Jueves Santo. No se sabe aún si les dejarán exhibir sus descreencias, que no superan en fanatismo, ni en infantilismo, a las que exhiben las tradicionales que los cronistas menos preocupados por innovar sus metáforas llaman «entrañables». ¿A qué viene esto? En Semana Santa no cabe nadie más: ni un alfiler, ni un clavo de Cristo. Solo el afán por meter la pata explica que hayan elegido esa fecha los que entienden el laicismo, que es sólo la respetable doctrina que defiende la independencia del Estado de cualquier influjo eclesiástico o religioso, como motivo para organizar una bronca. No creo que entre los cofrades disidentes haya ningún agnóstico.

Quienes creen que la noción de lo absoluto no está a nuestro alcance no molestan a nadie. Lo más que puede pasar es que sospechen que alguien alzó la mano derecha para decir «hágase la Nada». Y lo que es más raro, la Nada quedó hecha.

Tendríamos que distraernos resolviendo nuestros problemas temporales en vez de provocar estas tormentas. Francia acaba de prohibir rezar en las calles de París y Marsella. Su ministro de Interior, Claude Guéant, se ha reunido con los representantes de las religiones mayoritarias (católica, musulmana, judía, protestante y ortodoxa) para aclararles su concepto de neutralidad. Cálmense ustedes, les ha venido a decir. No discutan sobre el más allá y procuren llevarse bien mientras estamos aquí. Como todos ustedes llevan razón, procuren ser razonables. El proselitismo está mal visto y con las huchas para las misiones conviene hacer platos para que todo el mundo coma. El mundo es nuestra casa y como en casa de uno en ninguna parte.