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El destino de Delia

Los jóvenes de Pachacútec ven como salvación el proyecto del instituto cátolico apoyado por endesa

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Lima se va desangrando a medida que la carretera avanza hacia el puerto de El Callao: casas a medio construir, toscas viviendas de ladrillo, chabolas con paredes y techos de uralita y, finalmente, inmundas chocitas de madera que casi flotan sobre la arena. Los autobuses y los taxis apenas llegan al suburbio de Pachacútec, en la municipalidad de Ventanilla. El asfalto fue olvidado hace varios kilómetros y uno solo contempla una inhóspita sucesión de dunas que se acuestan en el Océano Pacífico. Podría ser un buen lugar para plantar un hotelazo de cinco estrellas, con sus palmeras, sus piscinas y sus camareros obsequiosos, si no fuera por la turbulenta atmósfera del barrio: Pachacútec vive enterrado en nieblas casi perpetuas, con un sol incordión, pero siempre velado y una humedad ambiental que fustiga los bronquios con la constancia de un inquisidor.

Jesús Osvaldo Diestra y Harold Ramírez, sentados junto a un muro, miran hacia el horizonte y contemplan el mar, con algunos barcos lejanos, la playa y las casuchas vecinas. Visten un impoluto mono azul con el anagrama de Endesa y un casco blanquísimo. Acaban de superar la mayoría de edad y sus sueños no son demasiado ambiciosos, aunque aquí, en este rincón de Perú, parecen puras quimeras: los dos aspiran a ganarse la vida con un oficio. Cuando acabó la escuela, Jesús Osvaldo se puso a trabajar de obrero ayudante. Recibía 400 soles (unos 100 euros) al mes. No se quejaba: «Mis padres vinieron de Ancash, en el norte. Se dedicaban a la agricultura y, por lo que me contaban, allí se sufría mucho y apenas sacaban para comer». Jesús Osvaldo es un muchacho normal: aficionado al fútbol, hincha del Alianza del Lima, pasa los ratos muertos metido en internet. «Cuando no hay exámenes», advierte con media sonrisilla. Jesús Osvaldo ya no trabaja echando paladas de cemento: ahora estudia electricidad en el Instituto Superior Tecnológico de Pachacútec y quiere ser ingeniero. «Siempre me gustó estudiar. Siempre», ratifica tajante.

Ahora Jesús Osvaldo comparte clases con Harold Ramírez y se pasea por una sala diáfana llena de máquinas y aparejos. Los padres de Harold también vivían en Ancash, pero el chaval huyó a la capital con su madre, víctima de malos tratos. «Un tío mío nos rescató –cuenta sin aspavientos–, pero murió justo cuando fue a buscarnos para traernos a Lima. Aun así, quisimos cumplir su voluntad y escapamos de allá». En Pachacútec encontraron tranquilidad, pero también chocaron con la miseria. Y, cuando Harold acabó la escuela, se vio ante un futuro incierto, tenebroso. «Por fortuna, mi primo Juan Carvajal había estudiado aquí, en el Instituto, y me informó. Entré... y esto me convenció. Acá he encontrado una familia».

«Rema mar adentro»

El Instituto Superior Tecnológico Nuevo Pachacútec surge entre las dunas como el imponente heraldo de una nueva civilización: son varios edificios sólidos, limpios, construidos en ladrillo, vidrio y hormigón. A la entrada, sobre una enorme viga gris, campea una leyenda latina: ‘Duc in altum’. Los filólogos la traducen como «rema mar adentro» y fue utilizada con profusión por el anterior Papa, Juan Pablo II, para invitar a los católicos a echar sus redes sobre una superficie cada vez más extensa y profunda. Quizá este llamamiento fue el que impulsó en 2004 al obispo de El Callao, Miguel Irizar, un guipuzcoano de Ormaiztegi, a levantar una universidad técnica en medio de esta nada polvorienta.

Seis años después, el centro tiene mil alumnos matriculados y ofrece tres carreras: administración, electricidad y cocina. Además, se imparten cursos de educación general, peluquería, computación o instalación de gas. Los estudiantes deben pagar una cantidad mínima (6,8 euros al mes) y ellos mismos se ocupan de las tareas de limpieza y vigilancia. Algunas de las empresas más importantes del país patrocinan los cursos: Endesa vela por la carrera de electricidad; el grupo ACP se ocupa de la rama administrativa; y Gastón Acurio, propietario de la cadena de restaurantes ‘Astrid y Gastón’, supervisa el módulo de cocina. Cuando, al cabo de tres años, los estudiantes consiguen su título, firman su primer contrato y empiezan a trabajar para esas mismas empresas. «Para nosotros, Pachacútec supone una doble oportunidad», subraya Ignacio Blanco, director general de Endesa en Perú. «Por un lado, devolvemos a la sociedad algo de lo que ella nos da. Ésta es la zona más pobre de Lima. No tienen nada. Pero también conseguimos personal cualificado. En esta sociedad tan desestructurada es difícil encontrar técnicos con titulación oficial».

Jesús Osvaldo y Harold desean trabajar a las órdenes de Ignacio Blanco, pero antes deberán aprender a manejar distribuidores, transformadores y otros aparatos. De momento, se lucen sacando chispas de una máquina verde, ante la mirada vigilante del profesor Pablo Rivasplata: «Aquí les enseñamos de todo, pero especialmente, y desde el primer día, a cuidar de su seguridad».

En el barracón de al lado no hay luces ni alarmas. No saltan chispas. Todo está limpio como en un anuncio de detergente. Delia Godoy, de 20 años, se afana en cortar lechuga y sonríe con un punto de timidez. Prepara causa limeña, una especie de pastelito de patata con huevos, cebolla, ají y zumo de limón. Sus compañeros, arrinconados junto al enorme ventanal del fondo, intercambian sonrisas y cuchicheos mientras Delia atiende al periodista. «Desde muy niña me gusta la cocina», recuerda. Empezó por necesidad, para echar una mano en casa, y ahora sueña con trabajar para Gastón Acurio y, si las cosas le vienen rodadas, con abrir su propia casa de comidas. Como el 90% de los 180.000 habitantes de Pachacútec, los padres de Delia llegaron del interior andino y se ubicaron, mal que bien, en este suburbio arenoso. Veinte años después, Delia, una muchacha deportista y risueña, que escucha a Nirvana y a los Red Hot Chili Peppers, ha encontrado la rendija para escaparse del asfixiante desierto de Pachacútec. Gracias al Instituto, por primera vez siente que ella decide su destino.