DOÑANA

La mayor reserva ecológica de Europa está en Andalucía (y de aniversario)

Se acaban de cumplir 50 años de la declaración de Doñana como parque nacional, una fecha clave en su protección

Las dunas móviles pasan por encima de los pinares. Pero el bosque «siembra» para empezar de nuevo

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Doñana es una maravillosa excentricidad en Europa . Su paisaje no es necesariamente amable ni de postal. No hay valles ni montañas. Hermoso y hostil al mismo tiempo, sus decorados de dunas móviles, marismas habitadas por aves acuáticas, playas prístinas y retazos de bosque mediterráneo remiten a un tiempo antiguo, fundacional, con escasa densidad humana, previo al chiringuito y el hormigón que han llenado de cicatrices gran parte del litoral de nuestro país. Su interminable catálogo de milagros naturales sigue asombrando a cientos de miles de visitantes cada año, que lo disfrutan sin apreturas por sus particulares reglas de juego -la visita al meollo del parque, guiada y controlada, se hace en vehículos todoterreno especiales-.

Se grapa a nuestra memoria la esbeltez de los flamencos, cigüeñuelas y avocetas sobre la lámina del aguazal, donde se desliza una hueste de anátidas y se refleja el fuego de atardeceres; el trasiego de los correlimos, ostreros y gaviotas junto a las espumas marinas; los enormes alcornoques convertidos en pajareras ; las dunas sitiando «corrales» de pinos, asfixiándolos, y, tras los campos de cruces -esqueletos arbóreos-, la vida abriéndose camino de nuevo desde la semilla; los encames de los linces y el vuelo poderoso de las águilas imperiales . ¡Criaturas míticas! En la España de la década de 1950 eran consideradas alimañas; por lo tanto, susceptibles de ser tiroteadas. Y un humedal era visto como un terreno baldío: lo mejor que podía hacerse con él era desecarlo para cultivar fresas o plantar árboles de crecimiento rápido (por ejemplo, eucaliptos) y tratar de sacar provecho económico.

Creación del parque nacional

En este contexto llegó a las marismas del Guadalquivir, a la despreciada patria del lince y del águila imperial, el joven investigador José Antonio Valverde (Valladolid, 1926-Sevilla, 2003). Le acompañaba Francisco Bernis , considerado el padre de la ornitología española. El flechazo fue inmediato. En este lugar mágico cuyo nombre, según algunos cronistas, se debe a Doña Ana de Silva y Mendoza, esposa del VII duque de Medina Sidonia, Valverde se encontró con «la gran fauna, en un territorio absolutamente perdido e ignorado por la ciencia».

Los dos naturalistas aprovecharon su visita a Doñana para realizar el primer anillamiento de aves de la historia de España; pero a Valverde, más que el conteo, le interesaba el poliédrico armazón de aquel ecosistema único , las complejas relaciones entre las diversas especies animales. Es fácil imaginarlo gastando lápices en sus cuadernos de campo , entusiasmado con cada descubrimiento. Decidió que aquel paraíso del confín de Europa debía salvarse de los planes desarrollistas.

Doñana es también fundacional por otro motivo. Hace medio siglo el ecologismo apenas balbuceaba y no existían las redes sociales para cosechar adhesiones. Además, las posibilidades de doblar el pulso al régimen franquista eran remotas; la ofensiva para frenar el plan del Ministerio de Agricultura, que buscaba desecar y «poner en valor» las marismas del Guadalquivir , debía sacudirse el componente político y abundar en el científico. Valverde apostó por ese perfil y encontró apoyos en el Fondo Mundial para la Protección de la Naturaleza (WWF) , nacido en 1961, y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), de cuyo equipo directivo formaba parte el propio biólogo.

La idea original era recaudar dinero para comprar una de las fincas amenazadas y paliar, en parte, el desaguisado previsto; la postrera intervención del príncipe Bernardo de Holanda, convenciendo a Franco de que la operación le proporcionaría buena imagen en el exterior, resultó decisiva. En agosto de 1969 el Consejo de Ministros aprobó la creación del Parque Nacional de Doñana . Valverde fue nombrado director.

Amenazas y experiencias

El hecho de que Doñana -durante tanto tiempo llamado «coto», en alusión a su pasado de cazadero real - sobreviviera a intereses espurios sirvió de ejemplo para que, años después, otros espacios naturales de un valor incalculable pero estampa no canónica de belleza -según modelos decimonónicos- se salvaran, por ejemplo, de ser convertidos en campo de tiro (Cabañeros).

Los milagros de Doñana no solo aluden a las representaciones de la naturaleza, sino a los avatares a los que ha sobrevivido a lo largo de este medio siglo de vida de protección formal: desde el desastre de Aznalcóllar (25 de abril de 1998), causado por la rotura de una balsa minera que vertió residuos de metales pesados en el entorno del parque, hasta el proyecto de urbanización Costa Doñana que amenazó el sistema de dunas fósiles de los acantilados del Asperillo, pasando por los incendios forestales y la sobreexplotación de los recursos hídricos, caballos de batalla recurrentes.

La visita, como se ha comentado, está reglada. No deje de hacerla: conocerá los diferentes ecosistemas del parque: la playa, las dunas, los corrales, los cotos, la marisma, la vera, el monte . Pero hay experiencias que uno puede hacer por sí mismo, como recorrer los centros de visitantes, prismáticos y cámaras en mano, para espiar vidas íntimas (un millar de especies de flora, más de 400 de fauna, incluyendo 360 de aves) desde senderos y observatorios. Para llegar al centro José Antonio Valverde, al norte, el más alejado del mundanal ruido, atravesará los escenarios de la película «La isla mínima» , en el entorno de La Puebla del Río e Isla Mayor; pistas de tierra y marismas que son en invierno «una inmensa lámina de agua, rota sólo por diminutas islas llamadas vetas y vetones», según descripción del propio Valverde.

O, caminando por la playa de Matalascañas , dejar la urbanización detrás, muy detrás, caminando hacia el este, hacia la desembocadura del Guadalquivir, siguiendo las huellas tridáctilas de los pequeños limícolas, observando los afanes de los coquineros antes de subir a una de las dunas que se asoman al parque: a ese paisaje arrebatadoramente primigenio y puro.

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