Islas Bijagós

Un santuario de la biodiversidad, desconocido y salvaje, en África

Viaje a las islas Bijagós, en Guinea Bissau, en busca de hipopótamos marinos y tortugas verdes y con parada y fonda en un alojamiento especial, gestionado por una entidad sin ánimo de lucro con sede en Madrid

Playa de Ponta Ameró, contigua al hotel Orango EnTransicionSocialFilms_OPH-1

Javier Jayme

«Dios nunca hizo un paisaje feo. Todo sobre lo que brilla el sol es hermoso, mientras sea salvaje». Esta frase la acuñó John Muir , considerado el padre del naturalismo moderno, allá por 1880, profesando ya de ermitaño en las Rocosas estadounidenses, entonces prácticamente aisladas de la actividad humana. Claro que Muir, fundador del Sierra Club -el primer grupo conservacionista de la historia- y personaje crucial en la creación de los primitivos parques nacionales norteamericanos, nunca conoció los del archipiélago de las Bijagós , donde su alusión a la belleza de la naturaleza indómita, con los resultados de la globalización a la vista, cobra inimaginable actualidad. Así lo testifica la bióloga Ana Maroto: «Cuando llegué aquí por primera vez mi impresión fue la de estar en un lugar genuinamente único, que muy pocos viajeros han podido admirar. Todo es salvajemente impresionante , árboles inmensos, animales raros, frutas desconocidas, una población auténtica, como si protagonizaras un documental de tribus alejadas de la civilización y que tú tienes la suerte de descubrir… ¡Es como si fueras Livingstone!».

Maroto trabaja en la Fundación para la Conservación de la Biodiversidad y su Hábitat (CBD-Hábitat) . Desde 2007 enfrenta el desafío de dar a conocer la intacta belleza natural y la insólita vida cultural de las Bijagós, abrazadas por la luz cálida y radiante del trópico africano. El archipiélago, perteneciente a Guinea Bissau -colonia portuguesa hasta 1973- lo integran 88 islas (solo 20 habitadas de modo permanente), tan preservadas del mundanal ruido que incluso viajeros avezados no aciertan, de entrada, a situarlas en el mapamundi. Declarado Reserva de la Biosfera de la Unesco en 1996 y Sitio Ramsar (humedal de relevancia internacional) en 2014, atesora ecosistemas primarios: manglares, palmerales, bosques, restos de selva tropical, sabana arbolada, playas y lagunas, cada enclave con exuberancia de especies del reino animal, un buen puñado de ellas -aunque cause escepticismo- todavía por inventariar.

A Orango Grande , la isla principal, se llega navegando en mar abierto desde el continente. Se trata de una travesía de cuatro horas (las mismas que tarda el avión, procedente de Lisboa, en trasladarnos a la capital del país, Bissau) en embarcaciones techadas, con motor fuera borda y cascos de aluminio que las hacen prácticamente insumergibles; respecto a la acomodación, en compañía de fardos y bidones de variada índole, pasa por encorsetarse el correspondiente chaleco salvavidas como medida de seguridad obligatoria.

Ponta Ameró es una playa kilométrica, salvaje y totalmente aislada. Ni chiringuitos, ni vendedores ambulantes, ni bañistas

El Orango Park Hotel -único hospedaje existente en la isla- está gestionado por la Associaçao Guine Bissau Orango, entidad sin ánimo de lucro ¡con sede en Madrid!, cuyos socios cardinales son el Instituto da Biodiversidade e das Areas Protegidas de Guinea Bissau (IBAP) y la citada ONG española Fundación CBD-Hábitat. Imitando diseños nativos, sus bungalós, sombreados por las palmeras de una rectilínea barra arenosa acariciada por las olas del Atlántico -Ponta Ameró, la playa por antonomasia de Orango- , disponen de habitaciones estándar y premium hasta un total de 28 plazas. Esta circunstancia imposibilita el turismo masivo en la isla, ciñéndolo al meramente sostenible.

Sin embargo, más allá de ser un alojamiento turístico de ensueño, el Orango Park Hotel se precia de constituir un ensayo ambiental y social único en el mundo . Es la propia directora del establecimiento, la antropóloga rumana Mariana Ferreira -adoptó el apellido portugués de su marido, un guineano al que conoció en Lisboa, declinando el de Tandler, el suyo vernáculo-, quien nos informa al respecto en correcto castellano, uno de los seis idiomas que domina, incluido, cómo no, el dialecto kajoko de la isla: «Todos nuestros ingresos, descontados los que financian el sostenimiento del hotel, revierten indistintamente tanto en la conservación de los espacios naturales como en mejorar las condiciones de vida de los lugareños, respetando siempre sus tradiciones, a través de micro proyectos -construcción de pozos de agua, de escuelas primarias, de puestos de atención sanitaria, entre bastantes más- que ellos mismos priorizan. Un ejemplo preciso lo tenemos aquí mismo, en nuestro personal de servicio, dos decenas de jóvenes bijagós a los que capacitamos en los trabajos de hostelería para que no se vean forzados a emigrar».

Mapa de

Guinea-Bissau

SENEGAL

Farim

Gabú

Ignore

GUINEA-BISSAU

Bissau

Buba

Islas

Bijagós

Catió

GUINEA

Bubaque

40 km

Océano Atlántico

Fuente: Elaboración propia

P.S./ABC

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Bissau

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Catió

Bubaque

GUINEA

40 km

Océano Atlántico

Fuente: Elaboración propia

P.S./ABC

Con su oleaje detenido a escasos 50 metros de los bungalós, Orango Ponta Ameró es una playa kilométrica, salvaje y totalmente aislada . Ni chiringuitos, ni vendedores ambulantes, ni bañistas. Sus transitorios moradores, en grupos exiguos y dispersos, son los propios nativos: pescadores en sus barcas, mujeres mariscando en las arenas durante la marea baja… gente amigable, con su vestimenta tradicional (particularmente las nativas, luciendo sus saias, faldas típicas) que te da la bienvenida, cualquiera que sea tu procedencia. Al anochecer, tumbado en una de las hamacas del hotel cerca del mar, llega incólume a tus oídos la amalgama de sonidos de la pura naturaleza; y cuando las luces se apagan la oscuridad se vuelve cósmica, punteada de estrellas.

En el archipiélago existen tres parques nacionales . El de Orango, con una superficie de 1.582 km², engloba a toda la isla y sus cuatro islotes adyacentes. Bosques, sabanas, manglares y extensas playas vacías propician una explosión de vida animal que se traduce en monos colobos, nutrias, manatíes, cocodrilos, gacelas, un sinfín de aves y una destacada -por rara- joya zoológica: el hipopótamo de agua salada -animal sagrado para la etnia bijagó-, cuya presencia aquí es la más masiva de África occidental

En las charcas de Anôr, a día de hoy, hay censados unos 150 hipopótamos EnTransicionSocialFilms_OPH-23

Su hábitat son las lagunas de la profunda región de Anôr. Así que alcanzar a observarlo es toda una odisea silvestre: una marcha a pie que comienza por los manglares costeros y serpentea por pistas apenas reconocibles a través de una jungla de ceibas prácticamente virgen, continuando por la sabana, medio engullidos entre cañaverales y lodazales con el agua hasta las rodillas.

El hipopótamo marino es una especie singular dentro de su género, capaz de resistir la salinidad y chapotear en el agua del mar

Y -¡por fin!-, ahí están: los hipopótamos marinos , especie singular dentro de su género, capaz de resistir la salinidad y chapotear en el agua del mar, incluso de nadar entre islas próximas. Hay unos observatorios colocados estratégicamente en la orilla de las lagunas desde donde poder observarlos sin interferir en su existencia cotidiana. De hecho, el parque nacional de Orango, la primera área protegida instituida en Guinea Bissau, se creó en 2000 con el objetivo de preservar a estos singulares cuadrúpedos.

La otra estrella faunística de las Bijagós es la tortuga verde , un indiscutible monstruo marino cuyo caparazón se acerca con frecuencia al metro y medio de longitud. La isla de Poilão , en el extremo suroriental del archipiélago e integrada en el parque nacional marino de Joao Vieira y Poilão , es su lugar predilecto para el desove anual, que alcanza cifras cercanas a los 30.000 nidos en sus playas, lo cual da lugar a la mayor colonia del continente africano y a la tercera de todo el Atlántico, solo por detrás de las de Costa Rica y la isla de Ascensión.

Poilão, a 4 horas de navegación desde Orango, está deshabitada. El varano terrestre y el loro plateado medran a sus anchas en su naturaleza salvaje e impoluta, mientras los pelícanos, charranes y otras aves marinas sobrevuelan sus playas desiertas. El único campamento permitido y con carácter temporal, se reserva para investigadores del IBAP. Fuera de esto, no hay techo donde cobijarse, ni nada que llevarse a la boca. Hay que traer consigo toda la impedimenta necesaria para acampar por libre, si bien en nuestro caso el hotel Orango nos ha provisto de todo lo necesario, incluidos cocinero y personal de apoyo nativos.

El P. N. Marino João Vieira Poilão fue declarado “Regalo a la Tierra” por WWF en 2001 Fundación CBD-Hábitat

Respecto a la observación de las tortugas , la cuestión esencial es disponerse a pasar una noche medio en vela. Los enormes quelonios son de costumbres solitarias y retraídas. Emergen del mar en la oscuridad uno a uno y por separado, se arrastran por los mangles hasta las arenas y dedican horas a escarbarlas con sus aletas para depositar los huevos en hoyos profundos que luego tapan a fin de ocultar su trabajosa puesta a las aves depredadoras, antes de ganar otra vez el océano con la alborada en ciernes. Y una advertencia: la luz blanca los desconcierta y los asusta, por lo que debemos iluminar su trajín con frontales de luz roja, imperceptible a su visión.

Luego, ya con el Sol sobre el horizonte, se produce la salida de las crías: la arena se abre, aparecen hociquillos, aletillas y las tortugas recién nacidas, impulsadas por su instinto de conservación, inician una carrera frenética hacia el océano, en busca de la seguridad que les brindan las olas. La eclosión tiene lugar entre noviembre y enero , durante la estación seca.

En Poilão no se pueden tener relaciones sexuales, ni derramar sangre, ni realizar entierros, ni acometer cultivos

Todas las islas son sagradas para los nativos, pero Poilão lo es en grado sumo. Debido a ello, la estadía de seres humanos en ella debe acomodarse a las costumbres locales , que, acaso paradójicamente, resultan más restrictivas para los oriundos del archipiélago que para los foráneos. Las mujeres bijagós, por ejemplo, no pueden entrar en la isla; y los hombres solo en caso de que hayan completado el fanado, un complejo ritual de iniciación que marca el paso de la juventud a la edad adulta. Castro Barbosa, el guarda local, satisface nuestra curiosidad procurando completar la lista de interdicciones: «En Poilão no se pueden tener relaciones sexuales, ni derramar sangre, ni realizar entierros, ni acometer cultivos».

Los bijagós habitan en tabancas, aldeas formadas por chozas de adobe y paja. Constituyen una sociedad matriarcal con creencias animistas ancestrales cuya liturgia se hace omnipresente en su cotidiano vivir. Las mujeres eligen a sus esposos y son las propietarias del hogar conyugal. También son las interlocutoras entre el mundo de los vivos y el de los espíritus. Relativamente apartado de influencias externas, el pueblo bijagó conserva su cultura y su tradicional modo de vida de una manera excepcional.

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