Luis Bello en la revista Nuevo Mundo, mayo de 1928
Luis Bello en la revista Nuevo Mundo, mayo de 1928
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Luis Bello y su recorrido por las escuelas de Toledo en 1926

En esa época, con 26.000 habitantes, la oferta de las escuelas públicas en la ciudad se cubría con once maestros, es decir, casi la misma plantilla de 1846

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En el marco de la España gobernada por el general Primo de Rivera, dos intelectuales unidos por la amistad, sus inquietudes pedagógicas, sus artículos en el periódico El Sol y sus ideales republicanos realizaron un periplo por las escuelas públicas toledanas en 1926 para palpar el funcionamiento de esta pieza esencial en el progreso social. Uno de ellos era el profesor de origen navarro Félix Andrés Urabayen Guindo (1883-1943), llegado a Toledo en 1911 -donde vivió gran parte de su vida, además formar aquí su propia familia- autor de varias novelas de corte simbolista y numerosos artículos periodísticos alusivos a la realidad del momento o de las claves encontradas en los lugares visitados, y que luego se convertían en las célebres «estampas» camineras aparecidas entre 1925 y 1936.

El otro observador de aquella travesía era Luis Bello Trompeta (1872-1935), periodista vinculado al pensamiento noventayochista y a los pedagogos de corte laico, herederos del krausismo que alimentaría la Institución Libre de Enseñanza en 1876. Defendía una instrucción pública, con maestros bien formados y abiertos a la escuela moderna, algo que, por desgracia, aún no era frecuente. Intervino en la política de su tiempo, siendo diputado entre 1916 y 1917 y en las primeras Cortes republicanas.

Desde este posicionamiento, entre 1926 y 1929, recorrió las escuelas de varias ciudades y pueblos españoles, llevando a las páginas de El Sol unos artículos que conformaron cuatro volúmenes, editados por Magisterio Español, bajo el título Viaje por las escuelas de España, dedicándose el II a las provincias de Cádiz, Málaga, Granada, Toledo, Soria y Madrid. Su incursión por las tierras toledanas comenzó por la capital pasando luego por Rielves, Torrijos, Talavera, Alcaudete, La Nava de Ricomalillo para alcanzar la cacereña Guadalupe. A su regreso hacia Madrid visitó las escuelas de Maqueda, Illán de Vacas, Cebolla, Illescas, Ugena y Carranque. Aunque el periodista no atravesó La Mancha toledana o ni los pueblos monteños, es seguro que en estas comarcas se repetían las mismas carencias descritas en las escuelas que pisó y describió: el deplorable estado de los locales, los escasos recursos didácticos, la elevada matrícula, la débil formación pedagógica de los docentes, sus cortos sueldos y el olvido de las autoridades para atender dignamente las escuelas.

A modo de reseña transversal, Luis Bello alude en un pasaje del libro que el viaje por la provincia lo realiza en compañía de Urabayen, en un Ford propiedad de un «fotógrafo toledano que se atreve a ir poco menos que campo atraviesa…Pablo Rodríguez es el artista que nos lleva con la audacia de su profesión, dando tumbos, metiéndose en los surcos bordeando los olivos, por esta senda o pista vecinal…»

La lectura de la obra de Bello permite ver cómo estaba la situación educativa española en el siglo XX, que en el caso concreto de la provincia de Toledo no había avanzado de manera notable si, por ejemplo, se compara su texto con algunos datos recogidos por Pascual Madoz en 1846, previa a la primera Ley de Educación española, firmada por Claudio Moyano en 1857. Por ejemplo, a mediados del XIX, la ciudad de Toledo tenía 14.000 habitantes, con 1.090 alumnos en las edades más tempranas, recayendo la atención escolar municipal en cuatro maestras y otros tantos maestros. En 1926, con 26.000 habitantes, según los datos de Luis Bello, al margen de la enseñanza media, otros centros de formación específica, academias y colegios privados, la oferta de las escuelas públicas se cubría con once maestros, es decir, casi la misma plantilla de 1846. En Talavera de la Reina, a mediados del XIX, Madoz apuntaba unos 6.000 habitantes, una escuela elemental completa con 80 alumnos y una escuela primaria superior municipal con 30 plazas gratuitas; para la instrucción básica había tres escuelas de niños con 130 alumnos y cuatro escuelas donde concurrían 125 alumnas. En 1926, con 13.000 habitantes, el periodista contabiliza en la ciudad de Talavera cinco docentes de primaria dependientes de la administración pública, entre maestras y maestros. En el resto de la provincia, las cosas eran similares, solían funcionar una escuela de niñas y otra de niños, agrupados en clases que oscilaban formalmente entre los treinta y los noventa alumnos, aunque, por lo general, el absentismo era algo generalizado al ser requeridos por las familias para auxiliar en las tareas domésticas, encargos y oficios varios. Las instalaciones que todavía encontró Bello en esta provincia no eran las más idóneas, las clases se impartían es espacios variopintos, fríos, con cristales rotos, sin servicios higiénicos, a veces sin pavimentar: los bancos ocupaban vetustas estancias antes destinadas a cualquier uso público o privado como salones municipales o habitaciones ya desechadas por alguna distinguida familia local.

La lectura, la escritura, el cálculo elemental y la formación religiosa eran las principales bases de los contenidos. Las parcas dotaciones económicas explicaban una casi total ausencia de libros para el alumnado o de útiles de escritura para el uso individualizado. El puro verbalismo y la repetición oral, casi infinita, de respuestas, definiciones cerradas y retahílas cadenciosas llenaban la atmósfera de la clase complementadas por el rezo colectivo o canciones piadosas. La dispersión geográfica de pequeñas escuelas y las dificultades en las comunicaciones añadían más obstáculos para mantener al día la labor profesional de los maestros en la provincia de Toledo, viviendo en un permanente aislamiento, a veces, durante toda su vida profesional, situación que, de hecho se mantuvo hasta bien avanzado el siglo XX.

FOTOGALERÍA: Luis Bello y su recorrido por las escuelas de la provincia de Toledo en 1926

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