Segurilla

Un joven asiste el parto de su esposa al romper aguas en casa

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Luis Alfonso Alonso, un vecino de Segurilla de 29 años, asistió el pasado día 12 a su mujer, en el alumbramiento de su segunda hija en el domicilio familiar del municipio toledano, donde no nacía un bebé desde hacía más de 40 años.

Según relató el heroico papá, «traer a mi hija al mundo es lo más bonito que me ha pasado en la vida» y señaló, emocionado, ser consciente de que no nacía un bebé en Segurilla desde hace más de 40 años, ya que todos los partos de las pacientes de la comarca se asisten en el Hospital General de Talavera.

Los hechos tuvieron lugar el 12 de agosto cuando Verónica Núñez, de 27 años, empezó a sentir fuertes contracciones alrededor de las 15.00 horas, aunque tras las evaluaciones del personal médico regresaron a casa porque había sido una falsa alarma.

Sin embargo, estando en su casa de Segurilla, Verónica comenzó a llamar a gritos a Luis Alfonso porque había roto aguas y fue en ese momento cuando fueron conscientes de que no había tiempo para ir al hospital, por lo que «tomé la decisión más importante de mi vida: atender el nacimiento de mi hija sin ayuda de profesionales sanitarios», ha explicado Luis Alfonso.

Y, así, alrededor de las 20.30 horas de ese día llegó al mundo la pequeña Nerea, explicó su padre, para quien «todo fue muy rápido, le di una palmadita en el culo como se ve en las películas para ver si lloraba, y todo estaba perfecto».

La siguiente reacción de Luis Alfonso fue llamar al número de Emergencias 112 para comentarles lo que había sucedido y, aunque incrédulos, los sanitarios le dieron por teléfono los consejos apropiados para las labores del postparto hasta que llegaron ellos mismos y completaron el trabajo.

Nerea, sin querer, se ha convertido en la protagonista de Segurilla, aunque tal y como han afirmado Luis Alfonso y Verónica sabían que esto podía pasar, ya que su primera hija, de año y medio, «nació en la sala de dilatación porque no dio tiempo de llegar al paritorio».

Final feliz para esta historia que, como en una película, terminó con «todos aplaudiendo y llorando de alegría», subrayó este padre, que, durante unos minutos que se le hicieron interminables, se convirtió en un comadrón improvisado.

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