ALFILERITOS

EN EL CLAUSTRO DE LA CATEDRAL

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El

Cabildo, con excelente criterio, abre el claustro de la catedral primada para que los toledanos, en la festividad de la Virgen del Sagrario, puedan aupar el botijo y beber el agua que la tradición considera «milagrosa», por aquello de la religiosidad que alerta los espíritus hacia las bondades de la costumbre milenaria. Y allí estaban los vecinos de la ciudad en número más que considerable, agrupando lazos familiares que se mantienen de padres a hijos para que el agua de la Virgen posibilite otra visita, en un año más, todos unidos.

La misa solemne era seguida en silencio y con respeto por los fieles que abarrotaban el templo catedralicio, con los ojos fijos en una imagen de nuestra patrona embellecida para la ocasión con un manto morado que hacía resplandecer la talla admirada por propios y extraños.

Pantallas de televisión situadas estratégicamente ayudaban a no perderse el oficio religioso que conducía el arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez, con lentitud y ademanes solemnes, mientras se elevaban las voces de un coro que cantaba en el momento especial que venía a exaltar los sentimientos profundos de los toledanos. Y después, el desfile de la Virgen del Sagrario por la catedral, escoltada por las autoridades religiosas y civiles entre las que destacaba la presencia de la alcaldesa, Milagros Tolón, y el presidente de la Diputación Provincial, Álvaro Gutiérrez.

Situada ya la imagen venerada en su punto de partida, los asistentes al ceremonial se encaminaban en tropel hacia el claustro soberbio e impactante, donde esperaba el barro de los botijos con el contenido extraído de los pozos catedralicios y debidamente analizado para su consumo. En repetidas ocasiones el protagonista del símbolo tradicional se empapaba en demasía, ya que los pitorros de alguno de los botijos eran amplios, haciendo que el agua se derramara en cantidad.

Por cierto, en el claustro de la catedral el agua de la Virgen sabe mucho mejor. Por lo tanto, acierto total lo de permitir el acceso del pueblo al mismo, volviendo a una costumbre ancestral que últimamente y durante seis o siete años se venía celebrando frente a la entrada de la Puerta del Reloj por diversas razones, entre ellas obras de reforma y embellecimiento del templo primado. Nada que ver un lugar con el otro.

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