Tres obispos americanos encubrieron los abusos sexuales del excardenal McCarrick para favorecer su ascenso

También le encubrió el entonces nuncio Viganò, falso acusador de Francisco en 2018

El cardenal Edgar Theodore McCarrick AFP
Juan Vicente Boo

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El voluminoso informe encargado por el Papa Francisco para descubrir la cadena de encubrimiento de los abusos sexuales del ex cardenal de Washington Theodore McCarrick a lo largo de cincuenta años revela numerosos fallos graves de la maquinaria eclesiástica tanto en Estados Unidos como en el Vaticano, según el texto dado a conocer este martes y que consta de 455 páginas.

Durante medio siglo, los abusos sistemáticos de conciencia y de poder sirvieron para encubrir los abusos sexuales, pues la mayoría de docenas y docenas de víctimas -desde su época de sacerdote- jamás presentaron denuncia formal.

Tan solo dos o tres hombres comenzaron a informar a otros obispos o a la nunciatura a mediados de los años noventa. Pero no sirvió de nada pues la fuerte cultura clerical dominante protegió siempre la «carrera eclesiástica» del, sucesivamente, obispo auxiliar de Nueva York, obispo de Metuchen, arzobispo de Newark, arzobispo de Washington y, finalmente, cardenal.

Entre los numerosos culpables del tremendo descrédito de la Iglesia católica en Estados Unidos figuran tres obispos del estado de New Jersey, a los que el nuncio Gabriel Montalvo pidió informes por escrito entre mayo y junio del año 2000 cuando Juan Pablo II estaba pensando ascender a McCarrick, entonces arzobispo de Newark, a la sede de Washington, la más importante del país por la relación con el presidente y el Congreso.

EFE

Veinte años desde aquel fatídico verano, resulta escalofriante leer en el informe que «se sabía que McCarrick había compartido cama con hombres jóvenes en sus residencias como obispo de Metuchen y de Newark», y con «seminaristas adultos en una casa frente al mar en la costa de New Jersey», pero que lo había justificado asegurando que nunca lo hizo «en secreto» y que «nunca he mantenido relaciones sexuales con nadie, mujer, hombre o niño».

Era otra mentira de un personaje que hasta el día de hoy, con noventa años de edad y como simple laico, sigue negando haber abusado de menores y de jóvenes seminaristas. En la actualidad vive, por deseo personal, en una comunidad de sacerdotes expulsados del ministerio, pagando, naturalmente, de su propio bolsillo.

Juan Pablo II pidió aclaraciones

En la primavera de 2000, Juan Pablo II pidió al nuncio que aclarase los rumores y denuncias de abusos con los cuatro obispos de New Jersey conocedores de la situación. Según el informe, «tres de los cuatro obispos americanos proporcionaron a la Santa Sede informaciones inexactas y a veces incompletas sobre la conducta sexual de McCarrick con jóvenes adultos ».

El encubrimiento de esos tres obispos influyó «en las conclusiones de los consejeros de Juan Pablo II y, como consecuencia, en las del mismo Juan Pablo II», quien nombró a McCarrick arzobispo de Washington en noviembre de 2000, y cardenal en febrero de 2001.

La estrella del eclesiástico que había abusado de docenas de seminaristas y jóvenes sacerdotes siguió brillando incluso después de su renuncia como arzobispo de Washington en mayo de 2006, a petición secreta de Benedicto XVI en cuanto conoció sus abusos. En abierta desobediencia, McCarrick continuó realizando viajes internacionales y manteniendo una gran visibilidad en contra de lo que había indicado el Papa alemán.

Su caída se inició tan solo en 2017, con la denuncia de un antiguo monaguillo a la archidiócesis de Nueva York por abusos sufridos cuando era menor de edad a comienzos de los años setenta.

La investigación confirmó los hechos, descubrió casos similares, y llevó al papa Francisco a expulsar a McCarrick del cardenalato en 2018 y del sacerdocio en 2019, al término del proceso canónico. Era un castigo sin precedentes para un eclesiástico de esa categoría.

El informe del Vaticano revela que la decisión de su ascenso a la sede de Washington en 2000 fue tomada personalmente por Juan Pablo II, al margen de la Congregación de los Obispos, y que Benedicto XVI no ordenó a los sucesivos nuncios obligarle a «mantener un perfil bajo y reducir al mínimo los viajes» como se le había indicado en 2006.

Viganò, encubridor

En 2012, a raíz de la denuncia de «sacerdote 1» al entonces nuncio Carlo María Viganò, el cardenal Marc Ouellet, prefecto de los Obispos , «le dio instrucciones para completar ciertos pasos, incluida una investigación con determinados oficiales diocesanos y con "sacerdote 1" para determinar si las acusaciones eran creíbles».

El informe añade que «monseñor Viganò no dio los pasos indicados y, en consecuencia, no se puso nunca en condiciones de verificar la credibilidad del sacerdote. McCarrick continuó activo, viajando a nivel nacional e internacional». En definitiva, Viganò fue otro de los encubridores.

Paradójicamente, en agosto de 2018, el ya ex nuncio acusaría falsamente al papa Francisco de levantar unas sanciones que él mismo no había aplicado cuando estaba al frente de la nunciatura.

Cuando Bergoglio fue elegido Papa en 2013, McCarrick era un arzobispo emérito y cardenal de 82 años, a quien ya no se prestaba mucha atención. El informe señala que «hasta 2017, nadie -ni el cardenal Parolin, ni el cardenal Ouellet, ni el arzobispo Becciu ni el arzobispo Viganò- proporcionó al papa Francisco documentación alguna sobre las acusaciones contra McCarrick, incluidas las cartas anónimas de principios de los noventa o documentos relativos a "sacerdote 1" o "sacerdote 3"».

La elaboración del informe ha requerido dos años debido al volumen de documentos que fue necesario examinar en las diócesis de Nueva York, Metuchen, Newark y Washington, la nunciatura en Estados Unidos y todos los departamentos interesados en el Vaticano.

Noventa testigos

El documento incluye informaciones recabadas en «entrevistas a más de noventa testigos, que duraron desde una hora hasta treinta horas». El informe agradece la colaboración de «numerosas personas que tuvieron contactos físicos directos con él. A lo largo de entrevistas prolongadas y con frecuencia emotivas, las personas describieron una gama de comportamientos que incluyen abusos, agresiones sexuales, actividades sexuales no deseadas, contactos físicos íntimos y compartir el lecho sin contacto físico».

Las entrevistas han sacado a la luz «narraciones detalladas de abusos de autoridad y de poder», que forman siempre el marco para los abusos sexuales. El Papa ha visto los videos.

El informe cita solo de pasada los numerosos donativos en metálico de McCarrick a otros obispos y funcionarios del Vaticano, así como su gran capacidad de recaudar millones de dólares para el Vaticano a través de la «Papal Foundation», pero concluye que «no influyeron nunca en las decisiones significativas tomadas por la Santa Sede respecto a él». La triste realidad es que sí contribuían a que muchos le considerasen «intocable».

La introducción del documento advierte que «para los lectores que hayan sufrido abusos», el texto «podría resultar traumatizante», y señala que «algunas secciones de este informe no son adecuadas para menores».

«Lo publicamos con dolor»

El informe deja muy mal sabor de boca. Según el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, «lo publicamos con dolor por las heridas que el caso ha provocado a las víctimas, a sus familiares, a la Iglesia de Estados Unidos y a la Iglesia universal».

La esperanza del «número dos» del Vaticano es que sacar el desastre a la luz «vuelva más responsables del peso de sus decisiones» a quienes tienen que tomarlas en estos casos.

De hecho, este ejercicio de transparencia ante el mundo entero, aunque sea incompleto, forma parte de la «terapia» contra el encubrimiento dentro de una institución . Hasta el momento, la Santa Sede es la única que lo ha hecho.

El documento provocará desde el sonrojo a la indignación, y dará lugar a críticas contra Juan Pablo II y Benedicto XVI. Pero es un nuevo paso de Francisco en la línea de rendición de cuentas de los obispos y de transparencia ante los fieles y las autoridades.

Para una entidad tan lenta como el Vaticano, el ritmo de cambio es intenso. En febrero de 2019, el Papa convocó la primera cumbre de presidentes de conferencias episcopales de la historia, para responsabilizarles de la lucha contra los abusos.

En mayo de ese año publicó la carta apostólica «Vos estis lux mundi», que impone a sacerdotes y religiosos la obligación de denunciar todo abuso del que lleguen a tener noticia, y ordena la apertura de oficinas para tramitar las denuncias y ayudar a las víctimas en todas las diócesis.

En diciembre de 2019, Francisco ordenó el levantamiento del secreto pontificio en los expedientes de abusos sexuales, indicando que se entreguen a los fiscales o jueces que los pidan. En 2020 publicó el «Vademécum» de actuación de las diócesis, que todo el mundo puede consultar.

Ahora saca a la luz la historia triste y turbia de Theodore McCarrick y sus encubridores para que estos casos no vuelvan a repetirse . El cambio cultural es lento, pero poco a poco se va extendiendo incluso a los países en que todavía se encubren estos delitos.

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