Los misterios de la joven que preparó su «eutanasia» casera

El Gobierno y la sociedad holandesa no quieren saber nada de los detalles de la extraña muerte de Noa Pothoven

Noa Pothoven, la joven holandesa que organizó su suicidio asistido y reabrió el debate de la eutanasia Instagram

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Es probablemente el mejor símbolo del desconcierto ético que han provocado en Holanda los quince años de legalización de la eutanasia. En la misma puerta de la clínica privada «Levenseinde» donde se procura la muerte a personas que dicen querer dejar este mundo, el Ayuntamiento de La Haya ha instalado un desfibrilador de emergencia para poder salvarle la vida a quien tenga un problema cardiaco en los alrededores.

A esta clínica es donde acudió el año pasado Noa Pothoven, para pedir que la matasen, porque insistía en que su sufrimiento psicológico era insoportable , pero entonces le dijeron que no tenía edad para tomar esa decisión. Es decir, era demasiado joven para morir, otra perplejidad ética en este escabroso pantano legal adonde ha llevado al país asumir como un derecho irrestricto la decisión de pedir que el Estado pueda quitarte la vida.

En esta tarde lluviosa, la clínica, la única que hay en Holanda con esta actividad, está cerrada, aunque probablemente no lo estaría de no haberse visto involucrada en el terrible caso de la adolescente que ha dado la vuelta al mundo. El jueves, ante la presión de los medios, habían publicado un comunicado en el que se desvinculaban del hecho, alegando precisamente que «todo lo que hacemos se ajusta totalmente a le legislación holandesa sobre eutanasia».

Sin embargo en el segundo piso de la casa, situada en este barrio elegante de La Haya, al lado de la sede de Europol o del Tribunal Penal Internacional, la luz delataba cierta actividad. La voz que responde al otro lado del portero automático se limita a remitir la demanda de información sobre sus servicios al próximo martes, ya que en Holanda el lunes de Pentecostés es festivo, otra contradicción para un país tan secularizado que no sabe que hacer con tanta iglesia en desuso. «Pero dígame al menos cuánto me puede costar». «Eso –responde de mala gana- no se puede hablar así. Vuelva el martes».

500 euros por una inyección letal

Una dosis de los productos que se usan en la clínica para acabar con la vida de una persona suele costar un mínimo de 500 euros . Es curioso que la Unión Europea haya prohibido exportar el «secobarbital» a Estados Unidos porque allí se utiliza en la aplicación de condenas a muerte, mientras que en Holanda es la materia prima de una clínica privada cuyo nombre significa precisamente «señal de vida». Y la verdad es que si en tiempos normales recibían una o dos consultas del extranjero para aplicar la eutanasia, después de la noticia de la muerte de Noa han sido decenas en un solo día .

En realidad, los responsables de «Levenseinde» no son los únicos que no quieren hablar de lo que ha sucedido. La diputada ecologista Lisa Westerveld, que ha presumido en las redes sociales de haber estado presente en el suicidio de Noa, no sólo no ha querido responder al teléfono, sino que llegó a encargar a uno de sus asistentes que amenazase con medidas judiciales contra la insistencia del periodista que reclamaba su versión de los hechos.

Investigación en estudio

No lejos de la clínica está el ministerio holandés de Sanidad que tutela entre otras cosas la aplicación de la Eutanasia. Naturalmente no proporcionan ninguna información oficial ni sobre la dirección exacta donde sucedió la muerte de Noa ni sobre el expediente de los abusos sexuales que le producían el insoportable sufrimiento psicológico, alegando la demanda de respeto a su intimidad que ha hecho la familia. Axel Dees, portavoz del ministro Hugo de Jonge, acepta hablar del tema, pero solamente para reiterar el comunicado oficial en el que se insiste en que no ha sido una eutanasia .

La última frase del texto dice que De Jonge ha «pedido a la inspección de Juventud y Salud que lo examine». ¿Eso significa que el ministro pide una investigación? «En absoluto —responde— le ha dicho al inspector que vea el caso y será él quien decida si hay que llevar a cabo una investigación o no según lo que encuentre, es decir, es algo que no puede darse por supuesto».

Aún no ha sido enterrado

La vida de Noa estuvo llena de incógnitas. Según la prensa holandesa, la primera agresión la sufrió en una fiesta escolar a los 11 años, por parte de alguien próximo. Y a los 14 fue agredida por segunda vez en un callejón del centro de Arnhem, una ciudad situada cerca de la frontera con Alemania, donde pocos hablan de esta adolescente vegetariana y amante de los animales, que les ha puesto en el mapa del mundo. Ni su madre Lisette ni nadie del entorno ha querido hablar con periodistas, después de que el caso hubiera saltado a todos los medios.

Lo único seguro es que ayer el cuerpo sin vida de Noa aún no había sido enterrado, aunque tampoco se sabe si eso se debe al criterio de las autoridades o de la familia. Si hubiera sido una eutanasia, las reglas de la ley holandesa prevén que cualquier coste se anula si se dona el cuerpo para la investigación. Se diría que ahora lo último que quieren es investigar nada.

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