Luis Alfonso de Alba: «El coste del cambio climático no debe recaer en el consumidor»

El diplomático mexicano y enviado especial de la ONU para el cambio climático hace balance de una semana intensa en la búsqueda de compromisos para afrontar la «emergencia climática»

Luis Alfonso de Alba, enviado de Naciones Unidas

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Hace un año, fue designado por el secretario general, Antonio Guterres, enviado especial para la cumbre del clima y sobre sus hombros han recaído los esfuerzos de organizar el evento y azuzar a los países y organizaciones de la sociedad civil para que presentaran compromisos concretos y realistas para afrontar la «emergencia climática». «Hemos trabajado todo el día», dice con resignación sobre la última jornada de huelga climática organizada por jóvenes, en el momento en el que empieza la parte más dura de su trabajo: seguir como un sabueso los compromisos adquiridos en la cumbre y comprobar su ejecución en el terreno.

—¿Sale satisfecho de la cumbre?

—Desde luego, ha sido un éxito, yo diría un gran éxito. Pudimos llamar la atención sobre la gravedad del problema y la urgencia de pasar a la acción. Fue además un formato muy incluyente, con más de 60 jefes de estado o primeros ministros, también muchos representantes de la sociedad civil, el sector privado y comunidades indígenas. Y también porque hubo propuestas y planes concretos. No se busca un amplio número de propuestas, sino que fueran significativas, con efectos transformadores, que pudieran ser replicadas con facilidad.

—¿Y en cuanto a la ambición de lo conseguido?

—Es alentador que haya un número amplio de países que tienen en su plan la neutralidad del carbón. Pero es cierto que falta muchísimo por hacer.

—¿Cuáles han sido los principales avances?

—Empezando por Europa, el nivel de compromiso para la neutralidad del carbón. No se ha formalizado, pero es prácticamente un hecho, 24 de los 28 países están en esa línea. Y también el compromiso financiero, con países como Alemania, Reino Unido y los países escandinavos duplicando sus contribuciones. Por otro lado, los bancos cada vez son más activos, articulando políticas para canalizar recursos a países en desarrollo. Hubo anuncios importantes de fondos de inversión y fondos soberanos, que van a dejar de invertir en la industria del carbón y de los combustibles fósiles.

—¿Se puede ser optimista cuando la primera potencia mundial, EE.UU., se queda fuera de la cumbre y otros grandes emisores, como China, no ofrecen compromisos?

—Evidentemente, necesitamos la contribución de todos, y un país como EE.UU. es determinante por su tamaño, nivel de emisiones y capacidad económica. Y juega un papel importante por la vía de acciones de la administración, con independencia del anuncio de su salida del Acuerdo de París. Pero también le diría que hay un número de autoridades locales y regionales estadounidenses que han tomado medidas muy ambiciosas de reducción de emisiones, como California o Nueva York. También es alentador que la industria es cada vez más consciente de las oportunidad y de los riesgos y está impulsando esta agenda. Y hay que recordar que el presidente de EE.UU. estuvo en la sala durante la cumbre, y hemos tenido conversaciones en Washington con otras autoridades, y lo mismo en el caso de Brasil. Ninguno ha abandonado el interés.

—La cumbre ha venido acompañada de predicciones catastróficas. ¿Es realista que podemos cumplir los objetivos del Acuerdo de París?

—Sí, es realista. Pero requiere de un esfuerzo mucho mayor y no solo de países como EE.UU., China, India o Brasil. Hemos trabajado con el G20 para identificar países que pueden ser grandes emisores en el futuro cercano. Trabajamos con ellos para lograr un freno al uso del carbón. También les pedimos planes para impulsar las renovables: en muchos países el coste de la energía renovable ya es menor que el de los combustibles fósiles.

—Déjeme que vuelva al presidente Trump. Él ha dicho cosas como que los molinos de viento provocan cáncer. ¿Cómo se afrontan este tipo de afirmaciones?

—La mayoría de la gente en EE.UU. y en otros países han entendido que la energía renovable tiene muchos beneficios colaterales. Y estas instalaciones se pueden hacer en zonas no productivas, en desiertos, en el mar… Cada vez hay mayor conciencia de que ese es el camino.

—Se le pide a la gente que recicle, que consuma menos, que no utilice plástico, que no coma carne… ¿Cuánto esfuerzo se le puede exigir a la población general?

—Tiene que quedar claro que el mayor esfuerzo no es el que debe hacer la gente, aunque cada contribución cuenta y el comportamiento individual es importante. Pero los costos principales deben ser para los que contaminan, no para el consumidor. Hay ciertos hábitos que la población puede ir adoptando y tendrán beneficios en calidad de vida, como también los nuevos empleos. Cualquier empleo nuevo aprovechando los avances tecnológicos será mejor que trabajar en una mina de carbón.

–Greta Thunberg ha sido la estrella de la cumbre. ¿Es peligroso que buena parte del mensaje se centre en una persona, que además es una niña?

—Históricamente, desde la conferencia de Río de Janeiro de 1992, ha habido participaciones muy destacadas de jóvenes en el asunto del clima. Los jóvenes han tenido gran espacio e influencia. Es importante resaltar que se trata de muchos jóvenes, no solo una persona, con independencia de que Greta, por su habilidad personal y capacidad de comunicación, ha concentrado en gran medida la atención y ha inspirado a muchos otros jóvenes. No hay que quitarle mérito, pero es un movimiento que va mucho más allá de una persona.

—¿Por qué la figura de Thunberg polariza tanto?

—Los mensajes que ella transmite son directos y muy crudos. Hay gente que no están acostumbrada a este tipo de lenguaje, que vengan de un niño, en un foro donde, como en este caso, se reúnen ministros y jefes de estado. Ella también es un reflejo de la capacidad de estos movimientos de jóvenes de utilizar las redes y mandar mensajes con mucho menos adorno.

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