Coronavirus

Un trozo de España en el remolque, carretera y manta

ABC acompaña a uno de los pocos camioneros que pueden trabajar después de que el coronavirus destrozara un sector fundamental

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Álvaro, al volante de su camión en dirección a Lisboa GUILLERMO NAVARRO

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A Álvaro le gusta que su camión esté con el motor en marcha diez minutos antes de salir. Este Volvo gigante, de remolque rígido, dos ejes y seis neumáticos enormes tiene ya quince años y hace tiempo que sobrepasó el millón de kilómetros. De hecho, estaba pensando en jubilarse cuando llegó el coronavirus . «Pero está muy bien cuidado», dice orgulloso Álvaro Villaverde, que con normalidad y una mascarilla de primera se sube a la cabina para cumplir con su tarea. Unos hacen país en los hospitales, otros quietos en casa y gente como él, a lomos de una bestia en la carretera. Estos días no hay muchos portes y hay que aprovechar las oportunidades para salir adelante. Toca ir hasta Lisboa, donde una empresa de residuos necesita filtros de aire. Por delante quedan nueve horas de viaje algo atípicas y todavía más solitarias que de costumbre.

Álvaro, justo antes de subirse al camión para empezar el viaje hasta Lisboa GUILLERMO NAVARRO

Los restaurantes de carretera de las estaciones de servicio hace semanas que están cerrados. «Y a los camioneros nos gusta comer bien», apostilla Álvaro para certificar la leyenda . Pero la cosa es más seria. Al margen de la broma, los transportistas deben conformarse con lo que les puedan vender en las gasolineras o lo que lleven en las tarteras para comer. «Además, por las mañanas hay que ir al baño, ducharse, asearse o afeitarse y eso ahora es muy complicado», lamenta este profesional del transporte. La higiene personal depende de cómo puedan ingeniárselas y de la amabilidad de los gasolineros.

«Nosotros sí les dejamos usar los baños», indica un dependiente en una estación de repostaje cerca de Talavera (Toledo). Cerrado a cal y canto, en el establecimiento atienden a través del cristal. «Es cierto, hemos podido usar los baños», aseguran dos camioneros portugueses en esa misma estación de servicio tras comprar huevos, una botella de vino blanco y algo de pan de molde. «Cocinamos nosotros», insisten mientras llenan la despensa, establecida en una de las cartolas del camión. No les faltan botes de legumbres ya cocidas, pero ninguno de los dos lleva mascarillas.

Dos camioneros portugueses, antes de volver a subirse al camión en una estación de servicio de la A-5 GUILLERMO NAVARRO

Buscavidas

«En Portugal nos tratan mucho mejor que nosotros a ellos, nos tienen muy bien considerados», repite Álvaro, cuya primera parada larga para comer será mucho más lejos de lo habitual. El viaje ha comenzado a las 12 menos 15 y a él le gusta parar nada más salir de Madrid. «Además hay un restaurante donde se come muy bien, ese donde pillaron a Albert Rivera y a Malú juntos», concreta el transportista. Pero esta vez no puede ser y no habrá comida hasta el kilómetro 219 de la A-5. «Hemos llamado esta mañana a dos o tres sitios habituales y no están abiertos. Allí nos han dicho que algo me darán», subraya Álvaro, que aprovecha la ocasión para ensalzar el gesto que otra estación de servicio, allá en Baracaldo, tuvo con él hace dos semanas: «A la ida me dieron un café y comida caliente y, al volver, también. Me lo tuve que comer en el camión pero creo que es de agradecer».

El camión de la empresa Transvillaverde, con Álvaro a los mandos, quema kilómetros mientras supera controles, además con paso preferente. El primero, al salir de Madrid, a la altura de Getafe. La Guardia Civil desvía a los turismos a la vía de servicio para pedir, uno por uno, el salvoconducto de rigor. «A los transportistas no nos paran mucho, ¿has visto que aquí nos han dejado seguir por la autovía y a los coches no?», resalta el transportista desde la cabina.

Los aparcamientos de las estaciones de servicio antes siempre estaban llenos y ahora, casi desérticos GUILLERMO NAVARRO

Dentro no se nota la veteranía del camión y todo se ve con más perspectiva que desde el coche, también la carretera vacía. La conversación es animada y el escenario está adornado con dos banderillas en el parabrisas. «No soy muy taurino, pero las puse porque antes era muy habitual», reconoce el conductor. También hay un escudo del Real Madrid -«soy socio desde que nací, cuando me hizo mi padre» , añade- y dos pitufos pequeños. «Llevan mucho tiempo conmigo. Me los dieron mis hijas y ahí siguen», explica Álvaro. En el centro del cristal manda un corazón, que también tiene dueña. «Si fuera por mi mujer, no saldría de viaje. Y la verdad es que yo los primeros días no tenía miedo, pero sí respeto», expone Álvaro, quien relata la liturgia que ahora le obliga a hacer su señora cada vez que vuelve a casa. «Me tengo que cambiar en la puerta y ya me espera con lejía en spray para darle a las zapatillas», refunfuña sonriente el camionero, de esa forma en la que nos quejamos cuando no estamos acostumbrados a hacer algo pero sabemos que quien nos obliga a ello lo hace porque se preocupa por nosotros.

Más allá de estas precauciones, el transportista manifiesta que, al menos donde a él le ha tocado ir a descargar, los operarios se lo toman muy en serio. « Van con guantes y mascarillas y no hace falta casi ni hablar. Me indican dónde hay que bajar la mercancía y lo hago. Luego les dejo el albarán en un palé, cogen su boli, lo firman y vuelta para casa», desgrana Álvaro, de 56 años y con más de tres décadas en el gremio. Se queja de que ahora ya no es como antes: «Ni se usa la emisora ni hay la solidaridad que había».

Como los demás

De lo que no se queja el camionero es de sus desgracias. Como a miles da familias, esta guerra también le ha tocado. «Mi suegro murió en una residencia. Estaba mal, pero rezábamos para que no ocurriese estos días», confiesa este hombre, que acto seguido resume la dureza de la situación. «Cuando murió y estaba en la funeraria, lo que no queríamos es que fuera a la morgue. Menos mal que al final lo incineraron», subraya.

Hay que llevar reservas en la cabina, más todavía cuando no está asegurado poder parar a cenar en una estación de servicio GUILLERMO NAVARRO

El cuentakilómetros no para y, ya de noche, el camión llega a puerto. «En Portugal están más tranquilos», contrapone el conductor. Esa es su sensación después de ver cómo en el almacén donde descargó la mercancía los operarios no llevaban mascarillas «y se juntaban más que en España».

Con los deberes hechos toca volver. Pero los viajes no son como los de antes y no precisamente por los controles. «Me da mucha tristeza ver la carretera así» , lamenta Álvaro, quien pone en su boca unas palabras que siempre le repitió su padre, también camionero. «Los transportistas hacemos que se mueva el país y el día que no veamos camiones en la carretera será que algo va mal». Estos días no son muchos, pero las carreteras españolas todavía tienen camiones. Buena señal. Y buen viaje a todos.

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