El Papa Francisco, en la basílica de San Pedro del Vaticano
El Papa Francisco, en la basílica de San Pedro del Vaticano - efe
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El Papa señala a la misericordia como la «viga maestra» de la Iglesia

Francisco convoca el Jubileo Extraordinario de la Misericordia con la lectura de la bula ante la puerta de la basílica de San Pedro del Vaticano que se abrirá el próximo 8 de diciembre

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«Tal vez durante mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de recorrer el camino de la misericordia», afirma el Papa Francisco en la bula de convocatoria del Año Santo de la Misericordia, leída en su presencia ante la Puerta Santa de la basílica de San Pedro, que abrirá el próximo 8 de diciembre.

El Santo Padre escuchaba con gesto serio el documento que confirma un cambio de rumbo apuntado por san Juan Pablo II en su encíclica «Rico en misericordia», y que resume en una frase: «La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo».

Como ha hecho con tantas ideas de sus dos predecesores, Francisco vuelca toda su energía en llevarlas a la práctica y en hacerlas notorias al mundo poniendo en juego su extraordinaria capacidad de comunicación.

Cristianos perseguidos

En su homilía, alzó de nuevo la voz en defensa de «tantas poblaciones que sufren la violencia inaudita de la discriminación y la muerte sólo por llevar el nombre de cristianos» pero, sobre todo, afirmó que la Iglesia debe redescubrir «el sentido de la misión que el Señor le encomendó el día de la Pascua: ser signo e instrumento de la misericordia del Padre».

El Año Santo extraordinario será inaugurado por el Papa Francisco el próximo 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción y 50 aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, que califica en la bula como «un verdadero soplo del Espíritu Santo».

El Año Jubilar concluirá el 20 de noviembre de 2016, fiesta de Jesucristo Rey del Universo, una vez restablecida en la Iglesia la certeza de que «Eterna es su misericordia», como repite el Salmo 136, «con el que oró Jesucristo antes de la Pasión».

El domingo siguiente al 8 de diciembre, se abrirán las puertas santas de las demás basílicas romanas y cada obispo abrirá la de su respectiva catedral. Podrá también abrir otra en algún santuario especialmente visitado.

Dejar el rencor para ser felices

El Año Santo es un acontecimiento espiritual que acerca a Jesús, y el Papa lo enmarcó en cuatro parábolas evangélicas: las de la oveja perdida, la moneda extraviada y el padre de los dos hijos. La cuarta, como contraejemplo, es la del siervo despiadado. La bula incluye un punto de examen: «Jesús afirma que la misericordia no es sólo el obrar del Padre, sino también el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos».

El Papa advierte que «dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para ser felices», y afirma que «la misericordia es la viga maestra que sostiene la Iglesia. Su credibilidad pasa a través del amor misericordioso y compasivo».

Francisco invita a practicar las obras de misericordia«corporales» como «dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos...» y también las «espirituales» como «dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, perdonar las ofensas…».

Pide a los confesores que acojan a los fieles «como el padre de la parábola del hijo pródigo», sin hacer «preguntas impertinentes», y recordando las palabras de Jesús: «Misericordia quiero y no sacrificio; pues no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores».

La lacra de la corrupción

Al mismo tiempo, exhorta a «los hombres y mujeres que pertenecen a algún grupo criminal» a cambiar de vida, pues «la violencia usada para amasar fortunas que rezuman sangre no convierte a nadie en poderoso ni inmortal».

Tiene palabras duras también para «las personas promotoras o cómplices de la corrupción. Esta llaga putrefacta de las sociedades es un grave pecado que grita al cielo pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social».

Los corruptos roban el futuro pues «su prepotencia y avidez destruye los proyectos de los débiles y oprime a los más pobres. Es un mal que anida en gestos cotidianos y se expande después en escándalos públicos».

Para erradicarla, el Papa aconseja «prudencia, vigilancia, lealtad y transparencia, unidas al coraje de la denuncia», precisando que la misericordia es compatible con la justicia: «quien se equivoca debe expiar al pena».

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