Carlos Ascanio, dueño de Videoclub Azahar. y Pepe García , posando delante de Mural Vídeo
Carlos Ascanio, dueño de Videoclub Azahar. y Pepe García , posando delante de Mural Vídeo - FOTOS: J. M. SERRANO
MERCADO Y TECNOLOGÍAS

Los últimos videoclubes de Sevilla: la resistencia

Sólo dos establecimientos sobreviven en la capital andaluza al aluvión de internet

SEVILLA Actualizado: Guardar
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El cine ha vuelto a poner de actualidad a «Los últimos de Filipinas». Casi tan irreductibles como aquellos soldados de ese capítulo histórico de 1998 en el asedio de Baler empiezan a parecer los dueños de los videoclubes, convertidos en símbolos de la resistencia ante la oleada tecnológica y el empuje imparable de internet. Los hay que se niegan a bajar las persianas. Piensan, de hecho, que todavía es viable el negocio. Lo físico sobre lo virtual. Una raya en el océano de la rentabilidad donde hoy todo el mundo está obligado a mantenerse a flote.

Aunque hay quienes piensan que no queda uno solo abierto, lo cierto es que en las grandes ciudades españolas se mantienen activos un puñado de estos comercios.

El romanticismo, el contacto directo con el cliente y el modelo tradicional de venta pelean contra una crisis virulenta, el asedio de las plataformas de streaming y el aluvión de descargas y consumo casero más allá de la legalidad, que en nuestro tradicionalmente pícaro país tiene un vasto caldo de cultivo. Ante eso, el videoclub de barrio como un barco de papel en pleno maremoto, una dura batalla diaria por la supervivencia muy lejos de aquellos dorados años 80 donde se abría uno prácticamente en cada manzana.

Desde las dos entidades que representan a los distribuidores y a los mayoristas del sector del vídeo, Aevideo y Anamsevi, se hace ver que quedarán en torno a medio millar de videoclubes aún abiertos en España. Hace apenas año y medio el número rondaba los 800 y hace diez era de unos 7.000, lo que da una muestra de la velocidad de destrucción de estos establecimientos. El hito en este sentido fue el cierre en 2013 de la cadena estadounidense Blockbuster, que marcó la deriva definitiva del negocio ante la pujanza de internet después de años gloriosos. Desde entonces los locales que han ido quedando se han transformado paulatinamente en tiendas de barrio, un comercio de proximidad que supone una vuelta al origen más esencial de los videoclubs. Con todo, ni bajo esa fórmula ha podido consolidarse la resistencia. En Sevilla capital, de hecho, quedan en pie sólo dos videoclubes. «Azahar», en el 3 de la trianera calle San Vicente de Paúl, y «Mural Vídeo», en Benito Pérez Galdós, junto a Puente y Pellón. Los últimos de la ciudad.

«No es igual que internet, no. Venir a la tienda, buscar, tener las películas, ver la carátula... es algo que haces tuyo»
Pepe García , «Mural Vídeo»

El segundo está regentado desde hace más de 20 años por Pepe García, un veterano «enamorado del cine desde que era un crío» que recalca la vertiente romántica de esta actividad. «No es igual, ni mucho menos, venir a la tienda, buscar las películas, tenerlas físicamente, ver las carátulas… No es lo mismo que internet. Que podrá ser muy cómodo, pero da problemas muchas veces de imagen o de sonido y desde luego no tiene la liturgia de venir al videoclub y llevarte una película físicamente, en su caja, con su carátula. Es como leer el periódico o el libro en papel. Infinitamente mejor. Es algo que haces tuyo. Por internet jamás tienes esa sensación». El responsable de «Mural Vídeo», que tiene horario de mañana y tarde, recuerda cómo «han ido cerrando videoclubes de compañeros y amigos, pero éste se puede mantener con la gente de confianza, clientes de siempre, gente que se acerca…». «No necesito más y, aunque es complicado, aquí seguimos. Es una lástima lo que le está pasando al sector, como a las salas de cine, que cada vez que una cierra es como si me dieran una puñalada, pero creo que la gente va a empezar de nuevo a usar este modelo por su comodidad, su precio y su calidad».

«Hace doce años se podían sacar 4.000 euros al mes con nueve videoclubes más en el barrio. Ahora estoy yo sólo y no llego a 1.000»
Carlos Ascanio , «Azahar»

Al otro lado del río, «Azahar» abre únicamente por las tardes, cuando más clientes tienen la opción de pasarse. Pero el negocio se ha ido viniendo abajo «entre otras cosas porque los gobernantes no han hecho nada para paliar el tema de las descargas y las páginas webs ilegales. En otros países se cierran en cuanto aparecen, hay multas fortísimas o se paga más cuanto más te descargues. Aquí hay barra libre». Así lo subrayaba el responsable de este videoclub, Carlos Ascanio, que recordaba que «hace diez o doce años sacaba unos 4.000 euros al mes con otros nueve competidores en el mismo barrio. Ahora no hay competencia y llegar a mil euros al mes se hace ya complicado. No me va a quedar otra que cerrar en breve, y eso que yo tengo la ventaja de no pagar alquiler porque el local es mío; de lo contrario ya me hubiera pasado lo que a todos». El dueño de Azahar recalcaba la «pasividad de los gobiernos» y el «abuso de las distribuidoras, que han ido cobrando cantidades muy altas a quienes comprábamos para videoclubes cuando al final era más barato hacerse con las películas en los comercios convencionales. Eso dejaba sin margen a nuestro sector».

Los últimos caídos

Los pocos establecimientos que en la capital andaluza sobrevivieron a esa supremacía de internet también fueron derivando en ese perfil más cercano y con un producto que también incluía coleccionismo, además de un lugar de encuentro hasta para organizar actividades vinculadas a este ámbito. Hasta esos fueron desapareciendo. Cayó «El Pasillo», en la calle Asunción, que ahora es un Burguer King. O «Alu-Cine», en Triana, donde hoy funciona una tienda de tatuajes. O aquel «Zodiaco» de las Águilas, junto a las cocheras del metro, donde el mismo propietario de aquel referente de los 80 ha instalado un bar.

Entre la decena de comercios que resistieron sobresalía «El gabinete del doctor Letamendi», en la calle Correduría, un espacio que respondía a la verdadera esencia de este gremio, ya que no sólo alquilaba películas. Recuperando buena parte del material del señero y extinto videoclub de Bustos Tavera «El coleccionismo», sus propietarios pusieron en marcha este proyecto singular con un éxito inicial que permitió a sus responsables iniciativas más ambiciosas, como un sello discográfico. Pero no pudieron resistir. Como «Sevilla 8 ½», en la calle Jesús del Gran Poder, un verdadero paraíso para cinéfilos y expertos en la materia donde se mostraba incluso un antiquísimo proyector de cine Ossa VI, uno de los más antiguos de España. Allí convivían películas y series en boga con grandes clásicos y se ofrecía –caso único en España- una tarifa plana de 15 euros al mes para retirar cuantas cintas se quisiera. También claudicó.

Algo más de aire en la provincia

Frente a los dos videoclubes que quedan vivos en la capital, en otros municipios de la provincia el modelo de negocio perdura un poco más y un puñado de establecimientos se mantienen con cierta solvencia y aprovechando un tipo de público con un perfil algo distinto, bien muy vinculado a las ciudades-dormitorio y familias con niños en el extrarradio de Sevilla, bien en localidades donde la implantación de las nuevas tecnologías no ha sido tan potente y aún no ha invadido cada rincón. Por ello, son algunos más en la provincia los que decidieron resistir. O hasta lanzarse a este sector cuando ya el panorama era bastante oscuro, como hizo en verano de 2012 Gloria Ruiz, que abrió en un local de su propiedad en San Juan de Aznalfarache. Y lo llamó «Cinco en Casa». Cinco que son ella, sus tres hijos y su marido, actualmente en paro, lo que hace aún más complicada la coyuntura pero también realza el valor de mantener operativo y con cierto negocio el pequeño videoclub.

Gloria Ruiz, propietaria del videoclub «Cinco en casa»
Gloria Ruiz, propietaria del videoclub «Cinco en casa» - J. M. SERRANO

«Era mi sueño desde pequeña —decía a ABC—, aunque suene raro. Y en cuanto pude, me lancé. ¿Por qué no? Para mí es un placer y vengo aquí a disfrutar, no a trabajar. Además, está claro que hay que ser un poco romántico para tener abierto un videoclub a estas alturas. Pero yo quiero y estoy segura de que se podrá sostener y convivir con internet». Gloria relata que el establecimiento «da para un sueldo pequeñito», pero confía en que el formato aguante y confía en su filosofía divulgativa. «Mi idea es que la gente cambie de mentalidad y convencer a los chavales más jóvenes, hacerles ver que el contacto real con las cosas es también un placer. Yo, personalmente, me niego a quedarme en casa y hacerlo todo por internet. Me niego a que mis hijos lo hagan todo así, como masas de carne que no se mueven de su sillón. Hay que verse, hablarse, tocarse, conocerse... Vivir».

Cerca de «Cinco en casa», ya en Tomares, «Movigame» funciona desde hace algo más de tiempo con una aceptación más que interesante y afluencia de público importante los fines de semana. Como ocurre, por motivos sociales quizás diferentes al de Tomares, en Los Palacios con «Ori» o en El Coronil con «Alicia», otros dos de los videoclubes que mantienen el pulso a la tiranía del gigante de internet.

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