Pintura

Santiago Martínez, pintor de la luz olvidada de la Exposición del 29

Fue discípulo de Sorolla y el diseñador del logotipo del gran evento de la ciudad, diseño que recoge la colección de arras que entrega ABC cada domingo desde el 15 de marzo

Fragmento de su autoretrato ABC

Luis Ybarra Ramírez

Su obra se resume entre pinceles y descuidos de nuestra memoria. Injusta balanza que a menudo pierde la virtud del equilibrio. La ciudad, plagada de grandes talentos, se ve desbordada con el paso de los siglos y resulta incapaz de mantener lejos del olvido a todos sus personajes ilustres . Parece que son demasiados, que se acumulan. Y Santiago Martínez Martín, sin duda, es uno de ellos.

Fue un pintor compulsivo , hombre de un tiempo, el de la Exposición del 29, luminista a favor de los paisajes más bellos en los días claros. Límpidos. Estamos ante el único discípulo de Joaquín Sorolla reconocido por el mismo , con el que mantuvo una relación paternofilial aliñada con viajes y aprendizajes de alumno y de mentor. Por eso, algunos de los cuadros que pintó junto a él, por ejemplo, en las Islas Baleares, aparecen dotados de ese tamiz fino y postrero que mancha por igual los rostros, los jardines y los cielos. Todo gira en torno a una luz que nunca chilla, sino que dialoga con calma. Que se mueve en la lentitud de los espacios en los que se inspira.

Nació en Villaverde del Río y entró en contacto con el universo de las artes de forma casual, aunque inminente. Una carpintería, unos ojos que le ven madera más de artista que de mueble, los de José García Ramos , y un futuro aún por escribirse a principios de un siglo que se asomaba convulso y difícil tanto en el plano nacional como internacional. Las capacidades han de pulirse para dar con el verdadero don de cada individuo. Con esta intención, tras abandonar su pueblo, ingresó en la Escuela de Artes y Oficios, de la que más tarde sería profesor y director. El propio García Ramos, quien le facilitó la entrada, le impartió numerosas lecciones, y Gonzalo Bilbao le enseñó acerca del colorido y la composición.

La amistad con el maestro valenciano, finalmente, terminaría de definir su particular estilo , que se vio influenciado a su vez por el barroco, por cuya estética siempre mostró atracción. Como en tantas biografías, las casualidades entraron en juego y se conocieron cuando Sorolla bajó al Sur a buscar motivos para sus paneles sobre las regiones españolas en 1914. Trajes, costumbres, lugares. Y, sin esperarlo, un joven de nombre Santiago que ya estaba en el Ateneo. Aunque era 27 años menor que él, lo invitó a Plasencia, a pasar con su familia veranos en el Mediterráneo y a Ayamonte, donde realizó en su presencia «La pesca del atún».

Año 1929

Al final de los años 20, Sevilla alzaba la voz para convertirse en el centro del mundo mientras el inicio de una crisis económica y social le restaba protagonismo. Un momento de efervescencia en la urbe que llegó en un marco complejo a la estela del crack bursátil. En este contexto, Santiago Martínez, entonces un ateneísta que había estado al mando de la revista Bética y que ya miraba a los pintores como compañeros, es decir, no hacia arriba, sino hacia un lado, fue nombrado director artístico de la Exposición Iberoamericana. Un cargo que le otorgó un poder enorme y que sería definitorio en la época.

Además del puesto que ocupó, la intensa producción de obras en aquel punto merece una mención especial. Uno de sus cuadros más significativos, de este modo, es el de la inauguración del evento. En formato rectangular, retrató a Alfonso XIII junto a la familia real y otras personalidades de entonce s . Un proyecto inacabado que se vio interrumpido por el advenimiento de la II República, lo que le otorga un gran valor histórico.

Trabajaba en la Casa de los Artistas. Pero en su estudio, además de lienzos, había planos y diseños de fuentes y glorietas . La de García Ramos, en los Jardines de Murillo; la de los hermanos Álvarez Quintero y el monumento con los versos de Rubén Darío, ambos en el Parque de María Luisa; la Fuente Híspalis de Puerta Jerez, que construyó el escultor Manuel Delgado Brackenbury bajo sus directrices; y el paso de la Soledad de San Lorenzo, entre otras muchas, son de su autoría. Cuenta con más de 2.200 piezas catalogadas y se cree que la cifra podría aumentar, ya que parte de su legado reside en manos privadas o está en paradero desconocido. Otra muestra se conserva en museos, como el de Bellas Artes de Sevilla, e iglesias, como la parroquia Corpus Christi, donde se halla un fondo de altar de ocho metros con su firma, y La Magdalena, en la está expuesta una Virgen de los Reyes.

Boceto original del logotipo de la Exposición Iberoamericana Familia Santiago Martínez

Su detalle más reproducido, sin embargo, es el logotipo de la Exposición que le fue encargado. Gracias a Margo Davison de Martínez Caro, esposa de uno de los hijos del pintor que se ha dedicado a clasificar y poner en valor su obra, ABC ha tenido acceso a los bocetos originales , donde comenzó a plasmar de un golpe de vista la unión con América que trataba de proyectarse. Sus múltiples variantes se emplearon en diferentes soportes, como libros, monedas, insignias y folletos , lo que hizo que con los años se convirtiese en un emblema reconocible que en realidad fue el símbolo de un ambicioso programa que apostó por la revitalización a través de la creación de nuevos espacios, avenidas, parques y pabellones.

Su lado más personal

Confundía ocio y oficio. El artista sevillano no se apartó de sus dibujos hasta su fallecimiento en 1979. Y, en su tiempo libre, echaba la mano a volar y daba rienda suelta a su mayor afición: el dibujo, la pintura, según cuenta Margo Davison, quien nos ha ofrecido toda la información necesaria sobre su figura. Algo no demasiado usual es que copiaba sus trabajos para regalarlos a los amigos . El calco del propio autor. También estuvo interesado por la música y, en concreto, por el flamenco , así reunía a sus hijos al calor de los discos del cantaor Antonio Chacón en los años 30.

La constancia y la humildad son los dos valores que repiten los que lo conocieron. Y su olvido, en alguna medida, puede estar relacionado con esto último. Quien no reivindicó nunca su labor y ni siquiera se preocupó por las atribuciones de algunos proyectos de altura, corría el riesgo del polvo y la arena. La desmemoria. Por eso ahora volvemos la vista a la luz del 29 que también nos ilumina hoy.

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